Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Desde mi primera lectura de “El Papa de la zapatilla roja”, de Patricia Highsmith, toda ocasión que informan de una visita del Pontífice a México releo el cuento con interés y pasmo, deseando que la realidad y la ficción no coincidan en este caso, para que una visita de Estado del jefe de El Vaticano, del patriarca del catolicismo, no se convierta en motivo de asonada, rebelión o yesca que encienda el deseo de los humillados de cobrárselas al gobierno, de una vez por todas, las pasadas y futuras políticas públicas instrumentadas contra la sociedad.
Motivado por la visita de Estado de Benedicto XVI encontré razones suficientes para una enésima relectura, pues desconozco quién o quiénes pensaron que en vísperas de una elección presidencial, en una nación dividida debido a los antagonismos propiciados por el propio presidente de México, con una creciente pobreza alimentaria y pobreza extrema, es buena idea que el Papa concentre geográficamente su visita en una entidad federativa cuyos antecedentes cristeros y debido a las condiciones en que se debate la patria, hacen que la posibilidad de un estallido social alimentado por su presencia -como ocurre en el cuento de la escritora texana- esté más allá de un anuncio, de un presagio, y se instrumente ya el plan “B” bajo el amparo de la fe, con la idea preconcebida de declarar el Estado de excepción y suspender las elecciones, precisamente por las mismas fechas en que falleció Luis Donaldo Colosio.
En política no hay coincidencias, mucho menos en el diseño de estrategias para la seguridad regional de Estados Unidos ni en la necesidad de alargar el modelo económico impuesto por la globalización, hasta que reviente. Si el asesinato de Luis Donaldo Colosio desvió el destino de México y modificó el proyecto de nación, la modificación al artículo 24 constitucional y la visita del jefe de Estado de El Vaticano -cuyo corolario es un mega mitin religioso en el cerro del Cubilete para rendir pleitesía a Cristo Rey- se convertirán en una masiva acción de tintes político-electorales, tanto por las fechas como por la división ideológica y de confrontación social que vive el país.
Seguramente quienes organizaron políticamente la visita del Papa consideran que están muy lejos los días de la teología de la liberación, las homilías de Gustavo Gutiérrez y Óscar Arnulfo Romero, que ya se acabaron los curas guerrilleros, los sacerdotes obreros, porque los pederastas son mayoría y se les perdonan sus transgresiones, puesto que sus acciones carecen de incidencias políticas, pues lo que necesitan es humillar a los feligreses, de idéntica manera a como los gobernantes humillan a sus electores.
Si la visita de Benedicto XVI a México, entre el 23 -aniversario luctuoso de Luis Donaldo Colosio- y el 26 de marzo próximos, es la chispa que alimenta la llama del descontento social en este país -no se requieren manifestaciones inmediatas-, los mexicanos se mostrarán agradecidos con sus prelados y sus gobernantes. Ojalá todo sea un error y allí quede.
Desde mi primera lectura de “El Papa de la zapatilla roja”, de Patricia Highsmith, toda ocasión que informan de una visita del Pontífice a México releo el cuento con interés y pasmo, deseando que la realidad y la ficción no coincidan en este caso, para que una visita de Estado del jefe de El Vaticano, del patriarca del catolicismo, no se convierta en motivo de asonada, rebelión o yesca que encienda el deseo de los humillados de cobrárselas al gobierno, de una vez por todas, las pasadas y futuras políticas públicas instrumentadas contra la sociedad.
Motivado por la visita de Estado de Benedicto XVI encontré razones suficientes para una enésima relectura, pues desconozco quién o quiénes pensaron que en vísperas de una elección presidencial, en una nación dividida debido a los antagonismos propiciados por el propio presidente de México, con una creciente pobreza alimentaria y pobreza extrema, es buena idea que el Papa concentre geográficamente su visita en una entidad federativa cuyos antecedentes cristeros y debido a las condiciones en que se debate la patria, hacen que la posibilidad de un estallido social alimentado por su presencia -como ocurre en el cuento de la escritora texana- esté más allá de un anuncio, de un presagio, y se instrumente ya el plan “B” bajo el amparo de la fe, con la idea preconcebida de declarar el Estado de excepción y suspender las elecciones, precisamente por las mismas fechas en que falleció Luis Donaldo Colosio.
En política no hay coincidencias, mucho menos en el diseño de estrategias para la seguridad regional de Estados Unidos ni en la necesidad de alargar el modelo económico impuesto por la globalización, hasta que reviente. Si el asesinato de Luis Donaldo Colosio desvió el destino de México y modificó el proyecto de nación, la modificación al artículo 24 constitucional y la visita del jefe de Estado de El Vaticano -cuyo corolario es un mega mitin religioso en el cerro del Cubilete para rendir pleitesía a Cristo Rey- se convertirán en una masiva acción de tintes político-electorales, tanto por las fechas como por la división ideológica y de confrontación social que vive el país.
Seguramente quienes organizaron políticamente la visita del Papa consideran que están muy lejos los días de la teología de la liberación, las homilías de Gustavo Gutiérrez y Óscar Arnulfo Romero, que ya se acabaron los curas guerrilleros, los sacerdotes obreros, porque los pederastas son mayoría y se les perdonan sus transgresiones, puesto que sus acciones carecen de incidencias políticas, pues lo que necesitan es humillar a los feligreses, de idéntica manera a como los gobernantes humillan a sus electores.
Si la visita de Benedicto XVI a México, entre el 23 -aniversario luctuoso de Luis Donaldo Colosio- y el 26 de marzo próximos, es la chispa que alimenta la llama del descontento social en este país -no se requieren manifestaciones inmediatas-, los mexicanos se mostrarán agradecidos con sus prelados y sus gobernantes. Ojalá todo sea un error y allí quede.
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