Jorge Fernández Menéndez
Nadie puede decir que el PRI está siendo objeto, en estos días, de una campaña negra del gobierno o de sus adversarios: el PRI está sufriendo desde fines de noviembre por sus propios errores, por el desaseo personal y político con el que han manejado este proceso que, hasta el destape de Peña Nieto como candidato en septiembre, había controlado casi a la perfección.
No estamos hablando de encuestas ni de intenciones de voto. Estamos hablando de la forma en que el candidato priista y su equipo son presionados y la forma en que responden a esas presiones: no se están mostrando conciliadores, sino débiles y desordenados. En lo político, rompieron la alianza con el partido de Elba Esther Gordillo porque las presiones internas los superaron: los dirigentes de los grupos que son adversarios de la líder del SNTE, en forma muy destacada Manlio Fabio Beltrones y Beatriz Paredes, lograron imponer su opinión y la coalición parcial se rompió. Hubo varios puntos determinantes, pero lo que sucedería en el Distrito Federal fue uno de los clave: ni Beatriz Paredes ni Pablo Escudero (que serán muy probablemente quienes quedarán en la candidatura a la Jefatura de Gobierno y en el primer lugar para el Senado) estaban dispuestos a aceptar el apoyo del Panal y mucho menos éstos estaban dispuestos a apoyarlos. Si a eso sumamos lo sucedido en Chiapas y Sinaloa, o la llegada a diversas candidaturas de personajes crudamente enfrentados con Elba Esther, tenemos la radiografía de la ruptura que, al contrario de lo que se ha dicho, es profundamente personal… como todos los divorcios. Siempre hay partes ofendidas.
Que el tema trasciende a la relación con el Panal y la maestra, se puede comprobar con la rebelión en varios estados: en Morelos, Tabasco, Quintana Roo, Sinaloa; con la llegada al CEN del partido de personajes que hace apenas un año habían sido expulsados del PRI, como José Murat; la reaparición de Mario Marín; las candidaturas de Ismael Hernández, de Cavazos Lerma, del Niño Verde; el conflicto en Guerrero entre Manuel Añorve y la familia Figueroa; la candidatura, finalmente frenada, de la esposa de Jorge Hank Rhon al Senado; las acusaciones de la familia de Mario Villanueva en contra de dirigentes cercanísimos a Peña Nieto. Todos ellos, son capítulos de una profunda falta de disciplina interna que ha generado innumerables presiones hacia un equipo de campaña que no ha sabido responder a ellas más que concediendo.
Y ésa, en política y en las actuales circunstancias, es una señal de debilidad.
A ello se deben sumar conflictos que están sin duda en el ámbito personal, pero que influyen en la política y son muy sensibles para el electorado. La decisión de Arturo Montiel de pelear a la mala, reteniéndolos en México, la custodia de los hijos que tiene su ex esposa Maude Versini, ha pasado de la pelea familiar a la judicial, con escalas en lo diplomático. La intervención en forma por lo menos poco aseada de un juez mexiquense para apoyar a Montiel no ayuda a mejorar la percepción, y las amenazas de su ex esposa, de divulgar información sobre sus negocios y operaciones, mucho menos. Es un tema personal, pero Montiel lo convirtió en netamente político al recurrir al abuso judicial local.
Pero a eso hay que sumarle el tema de los hijos fuera del matrimonio del candidato presidencial del PRI.
Una vez más, el asunto es estrictamente personal, pero deja de serlo cuando Peña Nieto lo aborda en una entrevista y la madre (por cierto, una ex asesora del gobierno de Montiel) de uno de esos niños (el otro falleció, según le dijo Peña Nieto a Katia D’Artigues, al año de nacido, y ambos habrían sido procreados durante un periodo de separación con su primera esposa, Mónica Pretelini, quien falleció poco tiempo después) comienza a denunciar públicamente al candidato, primero por no reconocerlo como su hijo y luego debido a no apoyarla en su crianza y mantenimiento. El tema, lo mismo que el de los hijos de Montiel y Maude, se debería resolver en otros ámbitos y en forma privada, sobre todo para no afectar a los niños involucrados, pero han sido los respectivos actores, en este caso los padres de unos y otros, los que lo han divulgado y hecho público y, con ello, lo han convertido en un tema abierto.
Pareciera que, pese a llevar años de preparación para este momento, para esta campaña, el equipo que rodea al candidato priista se está sorprendiendo por eventos que, unos, eran previsible y, otros, que ellos mismos tendrían que haber previsto desde mucho tiempo.
Hay desaseo en el manejo de los temas, hay marchas y contramarchas y han dejado crecer la impresión de que han pasado, de una actitud de soberbia, a ser vulnerables a todo tipo de presiones.
Nadie puede decir que el PRI está siendo objeto, en estos días, de una campaña negra del gobierno o de sus adversarios: el PRI está sufriendo desde fines de noviembre por sus propios errores, por el desaseo personal y político con el que han manejado este proceso que, hasta el destape de Peña Nieto como candidato en septiembre, había controlado casi a la perfección.
No estamos hablando de encuestas ni de intenciones de voto. Estamos hablando de la forma en que el candidato priista y su equipo son presionados y la forma en que responden a esas presiones: no se están mostrando conciliadores, sino débiles y desordenados. En lo político, rompieron la alianza con el partido de Elba Esther Gordillo porque las presiones internas los superaron: los dirigentes de los grupos que son adversarios de la líder del SNTE, en forma muy destacada Manlio Fabio Beltrones y Beatriz Paredes, lograron imponer su opinión y la coalición parcial se rompió. Hubo varios puntos determinantes, pero lo que sucedería en el Distrito Federal fue uno de los clave: ni Beatriz Paredes ni Pablo Escudero (que serán muy probablemente quienes quedarán en la candidatura a la Jefatura de Gobierno y en el primer lugar para el Senado) estaban dispuestos a aceptar el apoyo del Panal y mucho menos éstos estaban dispuestos a apoyarlos. Si a eso sumamos lo sucedido en Chiapas y Sinaloa, o la llegada a diversas candidaturas de personajes crudamente enfrentados con Elba Esther, tenemos la radiografía de la ruptura que, al contrario de lo que se ha dicho, es profundamente personal… como todos los divorcios. Siempre hay partes ofendidas.
Que el tema trasciende a la relación con el Panal y la maestra, se puede comprobar con la rebelión en varios estados: en Morelos, Tabasco, Quintana Roo, Sinaloa; con la llegada al CEN del partido de personajes que hace apenas un año habían sido expulsados del PRI, como José Murat; la reaparición de Mario Marín; las candidaturas de Ismael Hernández, de Cavazos Lerma, del Niño Verde; el conflicto en Guerrero entre Manuel Añorve y la familia Figueroa; la candidatura, finalmente frenada, de la esposa de Jorge Hank Rhon al Senado; las acusaciones de la familia de Mario Villanueva en contra de dirigentes cercanísimos a Peña Nieto. Todos ellos, son capítulos de una profunda falta de disciplina interna que ha generado innumerables presiones hacia un equipo de campaña que no ha sabido responder a ellas más que concediendo.
Y ésa, en política y en las actuales circunstancias, es una señal de debilidad.
A ello se deben sumar conflictos que están sin duda en el ámbito personal, pero que influyen en la política y son muy sensibles para el electorado. La decisión de Arturo Montiel de pelear a la mala, reteniéndolos en México, la custodia de los hijos que tiene su ex esposa Maude Versini, ha pasado de la pelea familiar a la judicial, con escalas en lo diplomático. La intervención en forma por lo menos poco aseada de un juez mexiquense para apoyar a Montiel no ayuda a mejorar la percepción, y las amenazas de su ex esposa, de divulgar información sobre sus negocios y operaciones, mucho menos. Es un tema personal, pero Montiel lo convirtió en netamente político al recurrir al abuso judicial local.
Pero a eso hay que sumarle el tema de los hijos fuera del matrimonio del candidato presidencial del PRI.
Una vez más, el asunto es estrictamente personal, pero deja de serlo cuando Peña Nieto lo aborda en una entrevista y la madre (por cierto, una ex asesora del gobierno de Montiel) de uno de esos niños (el otro falleció, según le dijo Peña Nieto a Katia D’Artigues, al año de nacido, y ambos habrían sido procreados durante un periodo de separación con su primera esposa, Mónica Pretelini, quien falleció poco tiempo después) comienza a denunciar públicamente al candidato, primero por no reconocerlo como su hijo y luego debido a no apoyarla en su crianza y mantenimiento. El tema, lo mismo que el de los hijos de Montiel y Maude, se debería resolver en otros ámbitos y en forma privada, sobre todo para no afectar a los niños involucrados, pero han sido los respectivos actores, en este caso los padres de unos y otros, los que lo han divulgado y hecho público y, con ello, lo han convertido en un tema abierto.
Pareciera que, pese a llevar años de preparación para este momento, para esta campaña, el equipo que rodea al candidato priista se está sorprendiendo por eventos que, unos, eran previsible y, otros, que ellos mismos tendrían que haber previsto desde mucho tiempo.
Hay desaseo en el manejo de los temas, hay marchas y contramarchas y han dejado crecer la impresión de que han pasado, de una actitud de soberbia, a ser vulnerables a todo tipo de presiones.
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