Jorge Fernández Menéndez
Han pasado ya muchos años, era noviembre de 1984, cuando 450 soldados mexicanos, apoyados por helicópteros, destruyeron el mayor plantío de marihuana hasta entonces conocido: fue en Chihuahua, en el rancho El Búfalo, donde trabajaban más de tres mil campesinos: ahí se producían unas once mil toneladas de marihuana que valoraban en más de 8 millones de dólares. El rancho era propiedad de varios traficantes, entre ellos Miguel Ángel Félix Gallardo, Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca, también tenía una importante participación Miguel Salcido, al que llamaban “El Cochiloco”. Semanas después, Félix Gallardo ordenó el secuestro y asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena, quien había contactado al cártel y había dado los datos sobre la ubicación del rancho. Camarena fue secuestrado el 7 de febrero de 1985 y torturado hasta morir. A Camarena lo secuestraron a plena luz del día agentes de la Dirección Federal de Seguridad que trabajaban para Caro Quintero. El cuerpo de Camarena fue encontrado el 5 de marzo en una zona rural en el pueblo de La Angostura en Michoacán.
La tortura y el asesinato de Camarena provocó una rápida reacción del Gobierno estadounidense en el contexto de una gélida relación bilateral entre México y Estados Unidos. Una unidad especial de la DEA fue enviada para coordinar la investigación en México y se señalaron rápidamente los narcotraficantes, los agentes de la DFS y los políticos que estaban involucrados en el secuestro. Ernesto Fonseca y Rafael Caro Quintero fueron detenidos días después. Caro Quintero se había fugado a Costa Rica, con la protección de un importante comandante de la DFS, apellidado Pavón. Cuando fue detenido portaba documentación que lo acreditaba como agente de esa corporación. Años después, al asumir el gobierno Carlos Salinas de Gortari fue detenido Miguel Ángel Félix Gallardo y al tiempo fue asesinado “El Cochiloco”. Consecuencia de la muerte de Camarena, fue detenido y está cumpliendo una condena a perpetuidad, el cuñado del ex presidente Luis Echeverría, Rubén Zuno Arce.
Hasta ahí toda la información oficial, pero ¿por qué Enrique Camarena, uno de los mejores agentes de la DEA, había podido relacionarse con Caro Quintero, Félix Gallardo y muchos otros? Porque en los años anteriores a esos hechos se había desarrollado una operación de inteligencia que fue sepultada por la muerte de Camarena. Fue la operación Irán Contras, que se estableció para financiar y armar a la contrarevolución nicaragüense en Honduras, en forma clandestina, porque en esa época la ley estadounidense se lo impedía al gobierno de Ronald Reagan. Para burlar la ley, se tejió un gran entramado internacional que pasaba por la venta clandestina de productos a Irán, con esos recursos se compraban armas para la Contra nicaragüense, algunos de cuyos integrantes se entrenaban en ranchos de los narcotraficantes mexicanos, protegidos a su vez por elementos de la Dirección Federal de Seguridad, que transportaban las armas a Honduras, donde las recibían los elementos de la Contra. Allí cargaban la droga que les entregaba un narcotraficante apellidado Matta Ballesteros, y desde ahí era transportada a México. Cuando estalla el escándalo Irán Contras, que involucró al entonces vicepresidente George Bush y que casi le cuesta la presidencia a Ronald Reagan, esa red se desmanteló y en ese momento, Camarena dio la información sobre los ranchos de los narcotraficantes mexicanos que hasta entonces se habían movido con protección a ambos lados de la frontera. A Camarena le costó la vida.
El único periodista que tuvo información y publicó algo sobre el tema fue Manuel Buendía. La información se la había entregado José Antonio Zorrilla, jefe de la Dirección Federal de Seguridad y a quien Buendía consideraba no sólo una fuente confiable sino también su amigo. Poco después Buendía fue asesinado, en mayo de 1984, de dos balazos en la espalda por Rafael Moro, un agente de la DFS enviado por el propio Zorrilla.
La presión estadounidense y la evidencia de que la DFS estaba profundamente corrompida y coludida con los narcotraficantes llevó al presidente De la Madrid a disolverla. Algunos de sus miembros se quedaron en la política, otros incluso habían sido y siguieron siendo agentes de seguridad en México pero también contactos (o agentes) de la inteligencia estadounidense, muchos se terminaron convirtiendo en los jefes del narcotráfico en el país, como Rafael Aguilar Guajardo. Algunos hacían las tres cosas a la vez.
Cuando estamos a una semana del aniversario 26 de aquel secuestro y asesinato que cambió tantas cosas en la relación entre México y Estados Unidos y en el propio escenario del narcotráfico y la seguridad en nuestro país, nos enteramos de la muerte de Miguel Nassar Haro, un hombre que reflejaba plenamente esas luces y sombras, esos contrastes y compromisos contradictorios de una generación política y de seguridad, cuyas consecuencias se arrastran hasta el día de hoy.
Han pasado ya muchos años, era noviembre de 1984, cuando 450 soldados mexicanos, apoyados por helicópteros, destruyeron el mayor plantío de marihuana hasta entonces conocido: fue en Chihuahua, en el rancho El Búfalo, donde trabajaban más de tres mil campesinos: ahí se producían unas once mil toneladas de marihuana que valoraban en más de 8 millones de dólares. El rancho era propiedad de varios traficantes, entre ellos Miguel Ángel Félix Gallardo, Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca, también tenía una importante participación Miguel Salcido, al que llamaban “El Cochiloco”. Semanas después, Félix Gallardo ordenó el secuestro y asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena, quien había contactado al cártel y había dado los datos sobre la ubicación del rancho. Camarena fue secuestrado el 7 de febrero de 1985 y torturado hasta morir. A Camarena lo secuestraron a plena luz del día agentes de la Dirección Federal de Seguridad que trabajaban para Caro Quintero. El cuerpo de Camarena fue encontrado el 5 de marzo en una zona rural en el pueblo de La Angostura en Michoacán.
La tortura y el asesinato de Camarena provocó una rápida reacción del Gobierno estadounidense en el contexto de una gélida relación bilateral entre México y Estados Unidos. Una unidad especial de la DEA fue enviada para coordinar la investigación en México y se señalaron rápidamente los narcotraficantes, los agentes de la DFS y los políticos que estaban involucrados en el secuestro. Ernesto Fonseca y Rafael Caro Quintero fueron detenidos días después. Caro Quintero se había fugado a Costa Rica, con la protección de un importante comandante de la DFS, apellidado Pavón. Cuando fue detenido portaba documentación que lo acreditaba como agente de esa corporación. Años después, al asumir el gobierno Carlos Salinas de Gortari fue detenido Miguel Ángel Félix Gallardo y al tiempo fue asesinado “El Cochiloco”. Consecuencia de la muerte de Camarena, fue detenido y está cumpliendo una condena a perpetuidad, el cuñado del ex presidente Luis Echeverría, Rubén Zuno Arce.
Hasta ahí toda la información oficial, pero ¿por qué Enrique Camarena, uno de los mejores agentes de la DEA, había podido relacionarse con Caro Quintero, Félix Gallardo y muchos otros? Porque en los años anteriores a esos hechos se había desarrollado una operación de inteligencia que fue sepultada por la muerte de Camarena. Fue la operación Irán Contras, que se estableció para financiar y armar a la contrarevolución nicaragüense en Honduras, en forma clandestina, porque en esa época la ley estadounidense se lo impedía al gobierno de Ronald Reagan. Para burlar la ley, se tejió un gran entramado internacional que pasaba por la venta clandestina de productos a Irán, con esos recursos se compraban armas para la Contra nicaragüense, algunos de cuyos integrantes se entrenaban en ranchos de los narcotraficantes mexicanos, protegidos a su vez por elementos de la Dirección Federal de Seguridad, que transportaban las armas a Honduras, donde las recibían los elementos de la Contra. Allí cargaban la droga que les entregaba un narcotraficante apellidado Matta Ballesteros, y desde ahí era transportada a México. Cuando estalla el escándalo Irán Contras, que involucró al entonces vicepresidente George Bush y que casi le cuesta la presidencia a Ronald Reagan, esa red se desmanteló y en ese momento, Camarena dio la información sobre los ranchos de los narcotraficantes mexicanos que hasta entonces se habían movido con protección a ambos lados de la frontera. A Camarena le costó la vida.
El único periodista que tuvo información y publicó algo sobre el tema fue Manuel Buendía. La información se la había entregado José Antonio Zorrilla, jefe de la Dirección Federal de Seguridad y a quien Buendía consideraba no sólo una fuente confiable sino también su amigo. Poco después Buendía fue asesinado, en mayo de 1984, de dos balazos en la espalda por Rafael Moro, un agente de la DFS enviado por el propio Zorrilla.
La presión estadounidense y la evidencia de que la DFS estaba profundamente corrompida y coludida con los narcotraficantes llevó al presidente De la Madrid a disolverla. Algunos de sus miembros se quedaron en la política, otros incluso habían sido y siguieron siendo agentes de seguridad en México pero también contactos (o agentes) de la inteligencia estadounidense, muchos se terminaron convirtiendo en los jefes del narcotráfico en el país, como Rafael Aguilar Guajardo. Algunos hacían las tres cosas a la vez.
Cuando estamos a una semana del aniversario 26 de aquel secuestro y asesinato que cambió tantas cosas en la relación entre México y Estados Unidos y en el propio escenario del narcotráfico y la seguridad en nuestro país, nos enteramos de la muerte de Miguel Nassar Haro, un hombre que reflejaba plenamente esas luces y sombras, esos contrastes y compromisos contradictorios de una generación política y de seguridad, cuyas consecuencias se arrastran hasta el día de hoy.
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