Camacho y Ebrard, hoy como 1993

Carlos Ramírez / Indicador Político

Cuando explicó el porqué de su reacción de no reconocimiento a la precandidatura de Luis Donaldo Colosio, Manuel Camacho dijo que detrás de la nominación del secretario de Desarrollo Social se encontraban “grupos de interés”.

A pesar de la campaña en el sentido de que se trataba de un berrinche, en realidad Camacho estaba denunciando la conformación de un nuevo bloque de poder operado por la alianza Carlos Salinas-Joseph Marie Córdoba Montoya y en función de la continuidad del proyecto económico neoliberal. El mismo día en que Camacho anunció su pacto con Colosio, el candidato presidencial fue asesinado.

Como se adelantó aquí hace una semana, Marcelo Ebrard estaba reproduciendo el caso Colosio-Camacho en la nominación de Miguel Ángel Mancera vía encuestas: un dedazo marcado por el interés del nuevo grupo dominante en la Ciudad de México que reflejaba los intereses del grupo Ebrard-López Obrador y no los del PRD.

Lector de clásicos del pensamiento político, Ebrard estaría recordando aquella referencia de Marx con la que abre su texto El 18 Brumario de Luis Bonaparte en 1851: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”.

La crisis en el PRI de 1993 es prácticamente la misma del PRD capitalino en el 2012: un relevo de dirigentes con nuevas ideas, el neoliberalismo salinista en el caso priísta y un neopopulismo autoritario en el de López Obrador y Ebrard, pero ambos abandonando ideas originales y sobre todo imponiendo por la fuerza una nueva élite política. En algún momento Miguel Ángel Mancera dejó entrever que no le importaría afiliarse al PRD, pero Ebrard se opuso porque de lo que se trataba era precisamente de quitar la influencia del PRD de Los Chuchos; a ello contribuyó la facción lopezobradorista en el PRD de René Bejarano, hasta hace poco opuesta a Ebrard, pero ya en franca alianza por la intención del tabasqueño de desplazar al PRD del control del DFD e imponer por adelantado a Morena.

En 1993, la candidatura original de Colosio representaba los intereses de Salinas y el grupo que había tomado por asalto el PRI y quería desplazar al priísmo histórico que, por cierto, no representaba Camacho. Salinas prometió juego limpio, pero sólo para neutralizar a Camacho; con el control del aparato del partido, Salinas decidió por Colosio. Camacho se negó a reconocer a Colosio a la espera de una negociación política de proyectos y por la certeza de Camacho de que Colosio iba a ser el títere de los intereses consolidados alrededor de Salinas.

Al final, el acuerdo Colosio-Camacho irritó a Salinas porque representaba primero una expresión de autonomía del candidato salinista y luego porque implicaba un acuerdo con las entonces ideas reformadoras de Camacho, aunque en el fondo se trataba de la ruptura del bloque de poder de Salinas y Córdoba con Colosio como la garantía de continuidad del modelo económico neoliberal; en el contexto de tiempo de ese entendimiento ocurrió el asesinato de Colosio que le permitió que Salinas impidiera el regreso del PRI con intereses sociales y garantizar el neoliberalismo con Ernesto Zedillo como presidente neoliberal.

En el 2012 los papeles se invirtieron: Camacho y Ebrard pasaron de víctimas del autoritarismo de 1993 a victimarios de la democracia en el 2012; las variables de hace casi 20 años son las mismas: la continuidad de una nueva élite de poder, la imposición de una política económica, el control del aparato de poder y el enfrentamiento entre dos grupos políticos. Ebrard operó la nominación de Miguel Ángel Mancera igual a Salinas en 1993.

Más que convertirse en la Camacho de 1993, la diputada local Alejandra Barrales apareció como la última oportunidad del PRD para mantener un espacio de poder en la Ciudad de México. Su reacción a la maniobra de las encuestas revelada por el entonces secretario de Turismo de Ebrard, Alejandro Rojas Díaz Durán, no fue de berrinche, sino que se basó en la inequidad del proceso interno. La reacción de los lopezobradoristas y ebrardistas fue caracterizar la reacción de Barrales como de berrinche porque fue el adjetivo que disminuyó la denuncia de Camacho en 1993 a un proceso manipulado.

Lo paradójico de estas historias es que Camacho y Ebrard aparecen hoy como responsables de todas las irregularidades salinistas que denunciaron en 1993. En aquel entonces, Camacho se negó a renunciar al gobierno, habló con Salinas, pero aceptó al final las reglas del juego, fue designado secretario de Relaciones Exteriores y Ebrard como subsecretario, y Camacho se fue como comisionado de la paz en Chiapas y Ebrard se quedó como asesor político de Salinas.

Por lo padecido en 1993, Ebrard estaba obligado éticamente a evitar la salinización del proceso de designación del candidato perredista a jefe de gobierno; sin embargo, su interés por imponer a un sucesor que garantizara no sólo el continuismo lo llevó a aplicar el modelo Plutarco Elías Calles de un candidato sumiso, sino la derrota política del PRD.

Los escenarios de Barrales son los de reaglutinar a las fuerzas del PRD excluidas por López Obrador y Ebrard paradójicamente con los mismos argumentos de Manuel Camacho de 1993 contra Salinas por la imposición de Colosio o pactar con Miguel Ángel Mancera un acuerdo político que le permita al PRD acceder a posiciones importantes en el próximo gobierno y frene las intenciones de Morena de quedarse con todo el pastel capitalino.

En el fondo, como ocurrió en 1993, el PRD como entonces el PRI mostró una fisura que se profundizará si Ebrard, Camacho y López Obrador --como Salinas-- desdeñan las quejas perredistas y que se pagará en las urnas. Lo peor era que Camacho y Ebrard debieron ser los primeros interesados en no salinizar el proceso de elección del candidato perredista capitalino, pero por sus grupos de interés hoy fueron el Salinas de 1993.

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