Calderón, apestado y perseguido

Ricardo Alemán

En poco más de 10 meses –el 1 de diciembre de 2012–, Felipe Calderón entregará la banda presidencial a su sucesor y/o sucesora. Está claro que hoy nadie sabe quién resultará ganador de una contienda que se antoja, como nunca, a tres tercios y extraordinariamente cerrada.

Pero lo que sí se sabe es que la familia Calderón-Zavala (la familia del Presidente mexicano), ya empezó la búsqueda del lugar y el inmueble en el que vivirán a partir de la noche del 1 de diciembre de 2012, en calidad de ex presidente –en el caso de Felipe Calderón–, y claro, de su familia.

Es evidente que a pocos importa la historia, el destino y futuro de los ex presidentes mexicanos. En la mayoría de los casos han salido del cargo bajo fuertes señalamientos de la opinión pública, que los ha calificado desde vendepatrias, genocidas, asesinos de estudiantes, represores de sindicatos, hasta ladrones, vividores y como “el perro”, en el caso de López Portillo.

Pero es probable que de Felipe Calderón sea un caso radicalmente opuesto. ¿Por qué? Porque como pocos, el Mandatario mexicano saliente se ha convertido en una suerte de “apestado”, sea por un sector amplio de mexicanos en los que se sembró de manera deliberada la semilla del odio político –irracional y que se expresa todos los días en redes sociales y en foros mediáticos–; sea por un sector de la clase políticas mexicana que sólo espera que concluya su mandato para el cobro de venganza.

En el primer caso, todos saben que buena parte de los simpatizantes del candidato derrotado en julio de 2006; AMLO, se niegan a ver la verdad detrás de esa derrota y prefieren cerrar ojos, oídos y entendederas, y prefieren mantener un odio enfermizo hacia Calderón, al que le achacan todos los males mexicanos y aquellos por venir. Para esos ciudadanos, lo menos que merece Calderón es ser quemado en leña verde, y si es en el Zócalo, mejor.

Pero el caso de los mexicanos que odian al Presidente por el hecho de haber derrotado a AMLO, en realidad pudiera ser anecdótico. Y es que hay otros ciudadanos que –incrustados en la clase política, en los medios y en distintas organizaciones sociales–, esperan babeantes el momento de la venganza. ¿Y qué venganza? Casi nada, la venganza por “la guerra de Calderón”, por “los muertos de Calderón”.

En el fondo, a esos mexicanos les importa un pito la mal llamada “guerra de Calderón” y la grosera expresión de “los muertos de Calderón”. En realidad lo que persiguen es la vulgar venganza política, por el hecho de que Felipe Calderón les arrebató lo que consideraban una victoria presidencial incuestionable, en julio de 2006. ¿Y cómo será esa venganza?

Ya vimos un adelanto, en la acusación que manos vengativas y rencorosas promovieron en instancias internacionales contra el ex presidente Ernesto Zedillo. Todos saben que Zedillo ha sido acusado de ser responsable de la matanza de Acteal; un crimen sin duda criticable y que merece todo el castigo de la ley pero que, en el fondo, está siendo usado como instrumento de venganza contra Zedillo.

El odio de los lopezobradoristas –que probablemente sean derrotados de nueva cuenta–, se enderezará contra Calderón, en la forma de una denuncia internacional por su presunta responsabilidad en la muerte de, por lo menos, 50 mil personas, todas ellas fallecidas en la llamada “guerra de Calderón”. Ya desde hoy, con un discurso maniqueo, intentan hacer creer que Calderón es algo así como el moderno Hitler. Pero el problema no está en ese despropósito, sino en el hecho de que haya incautos que se lo crean.

Pero acaso la persecución mayor a la que se enfrentará Felipe Calderón –y su familia en conjunto–, sea el odio y la sed de venganza, cobro de facturas y vendettas que pudieran emprender en su contra los jefes de los distintos cárteles de la droga y las bandas del crimen organizado a los y las que el Presidente mexicano ha combatido como ningún mandatario.

Está claro que la ex presidencia de Calderón será como pocas o como ninguna. Es evidente que, al dejar el cargo, será perseguido como pocos presidentes mexicanos. La pregunta es si el propio Estado garantizan –a él o a cualquier otro–, la seguridad de su vida, la de su familia y sus bienes.

Y es que, nos guste o no, y como ningún otro presidente, Calderón se fajó los pantalones contra las bandas criminales. Y por eso merece toda la protección del Estado; protección que ya algunos empiezan a escatimar, con el sambenito de que es su culpa la muerte de 50 mil personas. ¿Qué tal con la clase política?

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