¡Ay, Isabel!

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

La primera y única vez que conversé con Isabel Miranda de Wallace, después de insistir mucho para que accediera a la entrevista, llegó acompañada de dos enormes, musculosos y nada discretos integrantes de la Policía Federal. Al escuchar mis preguntas decidió contestarlas por escrito, lo que hizo después de mi asedio cibernético. Desde ese momento me pareció una persona congruente en sus convicciones y proceder. Me engañó, como habrá engañado a muchos, pues tampoco resultó ajena a la seducción del poder y la política.

Puede concederse que después de su empecinamiento para que se detuviera, encarcelara y enjuiciara a los asesinos de su hijo, es dueña del valor y capacidad de emprender cualquier desafío que se imponga, pero en política, en la conducción de hombres codiciosos, en la resolución de controversias suscitadas por cuotas de poder, en la toma de decisiones que afecten a grupos que se consideran intocables, se requiere de habilidades, digamos que de virtudes distintas a las exigidas para perseguir delincuentes.

¿Cuáles son los conocimientos que de administración pública tiene? En cuanto a la habilidad para el diálogo con legisladores y policías, ha de aceptarse que es convincente, pues sacó adelante que se tomaran en cuenta sus opiniones para la ley contra el secuestro, logró que se revisara la sentencia impuesta a quienes mataron a su hijo, pero de allí a administrar la complicada ciudad que es el Distrito Federal, a ponerle un hasta aquí a “La Hermandad”, a aceptar o rechazar las directrices para la seguridad pública y la procuración y administración de justicia, a vigilar las cárceles, a establecer condiciones de trabajo con quienes recolectan la basura, a negociar con los ambulantes y a darle destino al dinero negro que es usado para proyectos políticos del partido que gobierna el Distrito Federal, hay una gran distancia.

En una entrada de diciembre de 1937, Albert Camus anota lo siguiente en el primer tomo de sus cuadernos: “La política y la suerte de los hombres están hechos por hombres sin ideal y sin grandeza. Los que tienen alguna grandeza dentro no hacen política”; si algo ennobleció su paso por la vida, Isabel Miranda de Wallace está a punto de perderlo, al ceder a la sabrosura de tenerlo todo sin que cueste nada, porque sus caprichos administrativos y de otra índole terminarán por pagarlos los contribuyentes, como es normal en toda democracia, como también lo sería que esos funcionarios públicos viesen a los contribuyentes como sus patrones, pero sucede a la inversa, escupen al destino y las manos de quienes votaron por ellos y pagan sus salarios.

No hay palabras para identificar el estatus moral, social, jurídico y familiar de quien ha perdido un hijo, pero si hay muchos y muy variopintos adjetivos para calificar a quien lo olvida, a quien se suma al sistema político que procreó a sus asesinos.

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