Auge del capitalismo estatal (energía y electricidad) y caída del neoliberalismo, admite The Economist
Alfredo Jalife-Rahme / Bajo la Lupa
The Economist, portavoz del neoliberalismo global, publicó un reporte especial (21.1.12) sobre la mano visible del capitalismo de Estado, de Adrian Wooldridge, quien aduce que la crisis del capitalismo neoliberal occidental ha coincidido con el ascenso de una poderosa nueva forma de capitalismo de Estado en los mercados emergentes.
Se enfoca al futuro resplandeciente de China, Rusia y Brasil –tres miembros prominentes de los BRICS– y deja extrañamente de lado a India, corroída por la corrupción (como si el circuito anglosajón fuese menos corrupto), a Sudáfrica y al añejo capitalismo de Estado de Europa. ¿Dan los anglosajones por muerta a Europa?
Cita al Instituto Fraser (Canadá) –uno de los proponentes del amero, la divisa común del ASPAN foxiano–, que ha degradado su índice de libertad (de apertura neoliberal).
Juzga que la crisis del capitalismo neoliberal se ha profundizado por el ascenso de una alternativa poderosa: el capitalismo de Estado, que intenta combinar los poderes del Estado con el capitalismo, además de usar instrumentos capitalistas como la bursatilización de las empresas estatales y la adopción de la globalización. Esto ya ocurrió en Alemania en 1870 y en Japón en 1950, pero nunca había operado en tal escala y con herramientas tan sofisticadas como hoy.
Las cifras son imponentes: El capitalismo de Estado detenta las más exitosas economías del mundo, cuando en los pasados 30 años el PIB de China ha crecido a un promedio de 9.5 por ciento al año y su comercio internacional ha incrementado su volumen 18 por ciento. En los pasados 10 años, el PIB de China se ha más que triplicado a 11 millones de millones de dólares. Hoy el Estado es el mayor accionista de las principales 150 empresas de China.
Subraya que el capitalismo de Estado ostenta las más poderosas empresas del mundo. Las 13 principales empresas petroleras (sic), que concentran más de 3/4 partes de las reservas mundiales de petróleo, todas son estatales (¡súper sic!), como Gazprom, la mayor empresa rusa de gas natural del mundo. Por cierto, estos datos los expuse hace cuatro años en mi libro La desnacionalización de Pemex (Ed. Orfila, 2009), con el tonificante prólogo de AMLO.
Wooldridge constata que las firmas estatales exitosas pueden ser encontradas en casi cualquier industria, como China Mobile, con 600 millones de clientes; Saudi Basic Industries Corp., el banco ruso Sberbank, Dubai Ports, etcétera.
El índice bursátil nacional de MSCI exhibe la participación de capitalización de las empresas controladas por el Estado: China (80 por ciento), Rusia (62 por ciento) y Brasil (38 por ciento).
El capitalismo de Estado va viento en popa, pletórico de liquidez y envalentonado (sic) por la crisis de Occidente: el Estado avanza mientras el sector privado retrocede; esto sucede tanto en China como a escala global.
Resulta y resalta que, según datos del índice de mercados emergentes del MSCI por sector industrial (junio 2011), la participación de las empresas estatales en energía es de 67 por ciento (¡súper sic!) y 55 por ciento del sector eléctrico, frente a otras industrias donde el Estado es todavía minoría: servicios de telecomunicación (36 por ciento), finanzas (35 por ciento), salud (6 por ciento), tecnología de la información (2 por ciento), etcétera.
Una de las características exitosas del capitalismo de Estado consiste en que las empresas son manejadas por gerentes profesionales en lugar de burócratas o compinches.
Hoy el crecimiento del mundo emergente en su mercado dinámico es de 5.5 por ciento al año frente a 1.6 por ciento de Occidente, y se calcula que constituya la mitad del PIB mundial en los próximos nueve años. El capitalismo de Estado se consolida como la tendencia futura. ¿Futura? Mi libro Hacia la desglobalización (Ed. Jorale, 2007) ya lo había detectado hace seis años…
Pese a todo, el reporte especial mantiene un ojo escéptico sobre el capitalismo de Estado y levanta dudas tanto sobre su habilidad para capitalizar sus éxitos cuando tenga que innovar en lugar de alcanzar como sobre su capacidad de autocorregirse cuando las cosas salgan mal. Aduce que una cosa es manejar las contradicciones del sistema cuando la economía crece rápidamente y otra es cuando se encuentra con obstáculos. ¿Tal escepticismo no es válido, acaso, para cualquier sistema humano nada perfecto?
Proclama el retorno de la historia y ejecuta la autopsia de los teóricos fracasados de la globalización –es decir, los Fukuyamas de la economía, finanzas, historia y sociología, quienes pulularon grotescamente durante cuatro décadas (desde la imposición del thatcherismo/reaganomics) gracias a la falta de rigor crítico de los multimedia, propiedad de las trasnacionales anglosajonas–, como Kenichi Ohmae, quien descabelladamente había sentenciado el fin del Estado-nación (a ver si se da una vueltecita por Europa del este).
No fue el fukuyamesco fin de la historia, sino el fin de la histeria del vulgar propagandista nipón del Departamento de Estado, estigmatizado con el ridículo global.
Cita el controvertido libro El fin del libre mercado: ¿quién gana la guerra entre estados y trasnacionales?, de Ian Bremmer, presidente de Eurasia Group.
Bremmer, teórico de la hilarante curva J y contaminado por su asociación mercantil con el vilipendiado Citigroup, aborda el fenómeno del capitalismo de Estado desde su perspectiva neoliberal daltónica y –en lugar de elogiar el exitoso ascenso de las empresas estatales de China, Rusia, Brasil, los Países Árabes del Golfo, Irán, Venezuela, etcétera– fustiga el capitalismo de Estado, que califica de autoritario y de desafío (sic) para la economía global que encabeza EU.
Wooldridge considera que el mundo emergente ha aprendido cómo usar el mercado para promover sus objetivos políticos y concluye que la mano invisible del mercado cedió su lugar a la mano visible del capitalismo de Estado.
Se asienta que la corriente histórica global está del lado de la estatización –primordialmente del binomio energéticos/electricidad– bajo el modelo del capitalismo de Estado, como aduje en mi ponencia ante el Senado (www.tu.tv/videos/ponencia-dr-alfredo-jalife-completa-), cuatro años antes de la confesión neoliberal de The Economist.
En forma coincidente, en México colisionan dos proyectos diametralmente opuestos que definirán el destino del país en la próxima elección: la privatización de Pemex propuesta por el candidato del PRI, Peña Nieto –apuntalado por el equipo neoliberal/monetarista/itamita de Aspe y Videgaray– frente a la consolidación de la (para)estatal de parte de AMLO, cuya postura se asemeja más a las políticas estatales de los BRICS, curiosamente, la economía mixta del PRI nacionalista hoy en derrilección.
La postura de AMLO NO tiene por qué colisionar con la seguridad del abasto energético a EU: situación insalvable por consideraciones de buena vecindad geopolítica y geoeconómica (situación singular de la que carecen otras potencias energéticas).
Porque de otra manera EU va a acabar vendiéndonos nuestro propio petróleo, como ha sucedido en forma demencial con España, que nos vende muy caro nuestro propio gas. ¿Eso es lo que desean? La próxima vez abordaré las variedades del capitalismo de Estado, según el evangelio apócrifo de The Economist.
The Economist, portavoz del neoliberalismo global, publicó un reporte especial (21.1.12) sobre la mano visible del capitalismo de Estado, de Adrian Wooldridge, quien aduce que la crisis del capitalismo neoliberal occidental ha coincidido con el ascenso de una poderosa nueva forma de capitalismo de Estado en los mercados emergentes.
Se enfoca al futuro resplandeciente de China, Rusia y Brasil –tres miembros prominentes de los BRICS– y deja extrañamente de lado a India, corroída por la corrupción (como si el circuito anglosajón fuese menos corrupto), a Sudáfrica y al añejo capitalismo de Estado de Europa. ¿Dan los anglosajones por muerta a Europa?
Cita al Instituto Fraser (Canadá) –uno de los proponentes del amero, la divisa común del ASPAN foxiano–, que ha degradado su índice de libertad (de apertura neoliberal).
Juzga que la crisis del capitalismo neoliberal se ha profundizado por el ascenso de una alternativa poderosa: el capitalismo de Estado, que intenta combinar los poderes del Estado con el capitalismo, además de usar instrumentos capitalistas como la bursatilización de las empresas estatales y la adopción de la globalización. Esto ya ocurrió en Alemania en 1870 y en Japón en 1950, pero nunca había operado en tal escala y con herramientas tan sofisticadas como hoy.
Las cifras son imponentes: El capitalismo de Estado detenta las más exitosas economías del mundo, cuando en los pasados 30 años el PIB de China ha crecido a un promedio de 9.5 por ciento al año y su comercio internacional ha incrementado su volumen 18 por ciento. En los pasados 10 años, el PIB de China se ha más que triplicado a 11 millones de millones de dólares. Hoy el Estado es el mayor accionista de las principales 150 empresas de China.
Subraya que el capitalismo de Estado ostenta las más poderosas empresas del mundo. Las 13 principales empresas petroleras (sic), que concentran más de 3/4 partes de las reservas mundiales de petróleo, todas son estatales (¡súper sic!), como Gazprom, la mayor empresa rusa de gas natural del mundo. Por cierto, estos datos los expuse hace cuatro años en mi libro La desnacionalización de Pemex (Ed. Orfila, 2009), con el tonificante prólogo de AMLO.
Wooldridge constata que las firmas estatales exitosas pueden ser encontradas en casi cualquier industria, como China Mobile, con 600 millones de clientes; Saudi Basic Industries Corp., el banco ruso Sberbank, Dubai Ports, etcétera.
El índice bursátil nacional de MSCI exhibe la participación de capitalización de las empresas controladas por el Estado: China (80 por ciento), Rusia (62 por ciento) y Brasil (38 por ciento).
El capitalismo de Estado va viento en popa, pletórico de liquidez y envalentonado (sic) por la crisis de Occidente: el Estado avanza mientras el sector privado retrocede; esto sucede tanto en China como a escala global.
Resulta y resalta que, según datos del índice de mercados emergentes del MSCI por sector industrial (junio 2011), la participación de las empresas estatales en energía es de 67 por ciento (¡súper sic!) y 55 por ciento del sector eléctrico, frente a otras industrias donde el Estado es todavía minoría: servicios de telecomunicación (36 por ciento), finanzas (35 por ciento), salud (6 por ciento), tecnología de la información (2 por ciento), etcétera.
Una de las características exitosas del capitalismo de Estado consiste en que las empresas son manejadas por gerentes profesionales en lugar de burócratas o compinches.
Hoy el crecimiento del mundo emergente en su mercado dinámico es de 5.5 por ciento al año frente a 1.6 por ciento de Occidente, y se calcula que constituya la mitad del PIB mundial en los próximos nueve años. El capitalismo de Estado se consolida como la tendencia futura. ¿Futura? Mi libro Hacia la desglobalización (Ed. Jorale, 2007) ya lo había detectado hace seis años…
Pese a todo, el reporte especial mantiene un ojo escéptico sobre el capitalismo de Estado y levanta dudas tanto sobre su habilidad para capitalizar sus éxitos cuando tenga que innovar en lugar de alcanzar como sobre su capacidad de autocorregirse cuando las cosas salgan mal. Aduce que una cosa es manejar las contradicciones del sistema cuando la economía crece rápidamente y otra es cuando se encuentra con obstáculos. ¿Tal escepticismo no es válido, acaso, para cualquier sistema humano nada perfecto?
Proclama el retorno de la historia y ejecuta la autopsia de los teóricos fracasados de la globalización –es decir, los Fukuyamas de la economía, finanzas, historia y sociología, quienes pulularon grotescamente durante cuatro décadas (desde la imposición del thatcherismo/reaganomics) gracias a la falta de rigor crítico de los multimedia, propiedad de las trasnacionales anglosajonas–, como Kenichi Ohmae, quien descabelladamente había sentenciado el fin del Estado-nación (a ver si se da una vueltecita por Europa del este).
No fue el fukuyamesco fin de la historia, sino el fin de la histeria del vulgar propagandista nipón del Departamento de Estado, estigmatizado con el ridículo global.
Cita el controvertido libro El fin del libre mercado: ¿quién gana la guerra entre estados y trasnacionales?, de Ian Bremmer, presidente de Eurasia Group.
Bremmer, teórico de la hilarante curva J y contaminado por su asociación mercantil con el vilipendiado Citigroup, aborda el fenómeno del capitalismo de Estado desde su perspectiva neoliberal daltónica y –en lugar de elogiar el exitoso ascenso de las empresas estatales de China, Rusia, Brasil, los Países Árabes del Golfo, Irán, Venezuela, etcétera– fustiga el capitalismo de Estado, que califica de autoritario y de desafío (sic) para la economía global que encabeza EU.
Wooldridge considera que el mundo emergente ha aprendido cómo usar el mercado para promover sus objetivos políticos y concluye que la mano invisible del mercado cedió su lugar a la mano visible del capitalismo de Estado.
Se asienta que la corriente histórica global está del lado de la estatización –primordialmente del binomio energéticos/electricidad– bajo el modelo del capitalismo de Estado, como aduje en mi ponencia ante el Senado (www.tu.tv/videos/ponencia-dr-alfredo-jalife-completa-), cuatro años antes de la confesión neoliberal de The Economist.
En forma coincidente, en México colisionan dos proyectos diametralmente opuestos que definirán el destino del país en la próxima elección: la privatización de Pemex propuesta por el candidato del PRI, Peña Nieto –apuntalado por el equipo neoliberal/monetarista/itamita de Aspe y Videgaray– frente a la consolidación de la (para)estatal de parte de AMLO, cuya postura se asemeja más a las políticas estatales de los BRICS, curiosamente, la economía mixta del PRI nacionalista hoy en derrilección.
La postura de AMLO NO tiene por qué colisionar con la seguridad del abasto energético a EU: situación insalvable por consideraciones de buena vecindad geopolítica y geoeconómica (situación singular de la que carecen otras potencias energéticas).
Porque de otra manera EU va a acabar vendiéndonos nuestro propio petróleo, como ha sucedido en forma demencial con España, que nos vende muy caro nuestro propio gas. ¿Eso es lo que desean? La próxima vez abordaré las variedades del capitalismo de Estado, según el evangelio apócrifo de The Economist.
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