Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
El primero de julio de 2012 será más importante para la historia de México que el 23 de mayo de 1911. En las urnas se legitimará o no lo que los capitostes de los poderes fácticos -con ayuda del PAN- decidieron imponerle al país, como la profundización de la limpieza social, por ejemplo, o la manera en que se morirá de hambre sin figurar en las estadísticas, porque el Poder Ejecutivo nunca aceptará que acá se muera por no comer, no es políticamente correcto para los resultados de las encuestas, o como desmentido a la globalización, o como rechazo al gobierno del cambio, que no es sino una prolongación sin fin de lo peor del modelo político, de la pesadilla de la partidocracia que permite a Acción Nacional mangonear.
Lo anterior puede afirmarse sin reticencias, no porque tenga en las manos una bola de cristal, sino porque las cifras, los datos duros del INEGI y la realidad con la cual la naturaleza castigó durante este año al México agropecuario, a lo que es necesario sumar el entorno económico internacional, permiten prever que 2012 será un año recesivo, en el que la hambruna adquirirá la figura y la sombra de las aves de carroña, con el firme propósito de engrosar las cifras reales de los mexicanos en pobreza alimentaria y determinar cuáles sí y cuáles no son susceptibles de fallecer por no comer, o a lo peor están dispuestos a jugarse violentamente el último hálito e inclinarse por el levantamiento, la asonada o la revolución, por haberse vencido al agotamiento de la humillación.
No se trata de dar a la prensa y frente a la sociedad las respuestas adecuadas a los cuestionamientos de los reporteros; tampoco es el momento de dejarse seducir por el glamur de las redes sociales, sobre todo las especializadas en encontrar el lado ridículo que tienen todos los seres humanos, pero con especial énfasis en el que tienen los aspirantes a la Presidencia de la República. Es la banalización de la política, el engaño mediático para ocultar los profundos y verdaderos problemas nacionales, la verdad acerca de los compromisos con EEUU y la política de supuesta tierra arrasada con el propósito de disfrazar la impostura en la que se halla inmerso el gobierno del cambio, de las manos limpias, del empleo, pero que en los hechos, en los datos duros, en la realidad de la vida cotidiana, llevó a los mexicanos a los años cuarenta.
La disyuntiva mexicana del primero de julio de 2012 trasciende el gesto del dictador del 23 de mayo de 1911; el elector, la sociedad entera habrá de legitimar si los capitostes de los poderes fácticos llevan a México a su “nicaragüización” con ayuda del PAN, como parecen haberlo decidido, o se replantea la relación bilateral con Estados Unidos, para dar a este país y sus habitantes el lugar que merecen.
Será, también, el año de la deshonra del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Ya enseñaron las orejas.
El primero de julio de 2012 será más importante para la historia de México que el 23 de mayo de 1911. En las urnas se legitimará o no lo que los capitostes de los poderes fácticos -con ayuda del PAN- decidieron imponerle al país, como la profundización de la limpieza social, por ejemplo, o la manera en que se morirá de hambre sin figurar en las estadísticas, porque el Poder Ejecutivo nunca aceptará que acá se muera por no comer, no es políticamente correcto para los resultados de las encuestas, o como desmentido a la globalización, o como rechazo al gobierno del cambio, que no es sino una prolongación sin fin de lo peor del modelo político, de la pesadilla de la partidocracia que permite a Acción Nacional mangonear.
Lo anterior puede afirmarse sin reticencias, no porque tenga en las manos una bola de cristal, sino porque las cifras, los datos duros del INEGI y la realidad con la cual la naturaleza castigó durante este año al México agropecuario, a lo que es necesario sumar el entorno económico internacional, permiten prever que 2012 será un año recesivo, en el que la hambruna adquirirá la figura y la sombra de las aves de carroña, con el firme propósito de engrosar las cifras reales de los mexicanos en pobreza alimentaria y determinar cuáles sí y cuáles no son susceptibles de fallecer por no comer, o a lo peor están dispuestos a jugarse violentamente el último hálito e inclinarse por el levantamiento, la asonada o la revolución, por haberse vencido al agotamiento de la humillación.
No se trata de dar a la prensa y frente a la sociedad las respuestas adecuadas a los cuestionamientos de los reporteros; tampoco es el momento de dejarse seducir por el glamur de las redes sociales, sobre todo las especializadas en encontrar el lado ridículo que tienen todos los seres humanos, pero con especial énfasis en el que tienen los aspirantes a la Presidencia de la República. Es la banalización de la política, el engaño mediático para ocultar los profundos y verdaderos problemas nacionales, la verdad acerca de los compromisos con EEUU y la política de supuesta tierra arrasada con el propósito de disfrazar la impostura en la que se halla inmerso el gobierno del cambio, de las manos limpias, del empleo, pero que en los hechos, en los datos duros, en la realidad de la vida cotidiana, llevó a los mexicanos a los años cuarenta.
La disyuntiva mexicana del primero de julio de 2012 trasciende el gesto del dictador del 23 de mayo de 1911; el elector, la sociedad entera habrá de legitimar si los capitostes de los poderes fácticos llevan a México a su “nicaragüización” con ayuda del PAN, como parecen haberlo decidido, o se replantea la relación bilateral con Estados Unidos, para dar a este país y sus habitantes el lugar que merecen.
Será, también, el año de la deshonra del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Ya enseñaron las orejas.
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