Raymundo Riva Palacio
La montaña rusa electoral de Estados Unidos arrancó este martes en Iowa, donde se midieron por primera vez los aspirantes republicanos a la Presidencia. Será un primer semestre muy agitado, y lo único seguro sobre los ocho contendientes de donde surgirá el candidato en la Convención Republicana en Tampa Bay dentro de 235 días, es que todos utilizarán la seguridad de esa nación frente a la guerra contra las drogas y la inmigración como uno de los ejes de sus campañas.
El ánimo estadounidense es muy adverso para México hoy en día, y los republicanos nadan sobre la ola nacional. Mitt Romney, que llegó como el puntero de las encuestas a Iowa, prometió que de ser Presidente terminará de construir un muro a lo largo de toda la frontera contra indocumentados y las drogas. Ron Paul, el diputado ultraliberal que sorpresivamente llegó en segundo lugar, dijo que utilizará “cualquier medio posible” para enfrentarlos.
La retórica vuela con los vientos políticos que subrayan el conservadurismo, una fuerza que ya hizo tropezar a dos contendientes. Newt Gingrich, uno de los ideólogos del Partido Republicano, dio marcha atrás a su idea de amnistía a los indocumentados que llevaran un largo tiempo de residir en Estados Unidos ante el agrio tono de las críticas, y se sumó a Romney en la oferta de levantar un muro fronterizo para finales del próximo año.
Rick Perry, la estrella ascendente de los republicanos que está hoy un poco pálida, tuvo que recular cuando lo atacaron sus adversarios por decir que quienes que no apoyen el pago de gastos escolares a los hijos de indocumentados, “no tienen corazón”. Perry, como Gingrich, tuvieron que ocultar su enfoque humanista en el tema migratorio, y buscar uno seguro que los volviera a colocar como “halcones”, que es lo que desean los republicanos.
Perry, el gobernador de Texas –que comprende el 65% de la frontera con México-, regresó a sus posiciones bélicas. A diferencia de Romney y Gingrich, dice que levantar un muro no tiene sentido porque no resolverá nada. En cambio, como lo ha pedido desde hace tiempo, quiere la militarización, con soldados y tecnología en los puertos fronterizos, además de sobrevuelos con aviones no tripulados, como en Irak y Afganistán, y recientemente en la frontera con México.
Hay mucha retórica en Estados Unidos que se irá limpiando en las próximas semanas. Pero no hay espacio para optimismo. Los aspirantes empezarán definir los temas para no alienar su electorado, y van a cuidar mucho el de la inmigración para evitar ahuyentar el voto latino potencial, que en las elecciones pasadas fue factor importante en la victoria de Barack Obama, para enfocarse en el del narcotráfico. Sin embargo, la visión será unilateral, no de solución conjunta a los problemas.
Un dato que subraya esta tendencia es lo que piensan de la Segunda Enmienda, que es el derecho de cada estadounidense a tener un arma, y el argumento en contra de prohibir la venta de armas largas –como los “cuernos de chivo”-, con las que los cárteles bañan de sangre México. Todos, sin excepción, favorecen la Segunda Enmienda, que al empatar esta posición con la visión de su frontera, muestra que el esfuerzo en México por lograr asimetría en la lucha contra el narcotráfico, no tendrá eco en Estados Unidos. Allá siguen en la línea que los muertos los ponga México, y el consumo y las utilidades se queden en su territorio. Si esto es así, ¿no tendrían que buscar los aspirantes presidenciales en México un cambio político frente a Estados Unidos menos abyecto y con propuestas novedosas en la relación bilateral?
Decir que sería muy conveniente suena hasta chocante, pero es una realidad. Sólo hasta que los aspirantes mexicanos abandonen su etnocentrismo parroquial y entiendan que el mundo no tiene fronteras sino intereses, pensar en la elaboración de una visión de Estado integral frente a Estados Unidos no deja de ser una ilusión de año nuevo, de esas que nunca se cumplen y que siempre se lamentan.
La montaña rusa electoral de Estados Unidos arrancó este martes en Iowa, donde se midieron por primera vez los aspirantes republicanos a la Presidencia. Será un primer semestre muy agitado, y lo único seguro sobre los ocho contendientes de donde surgirá el candidato en la Convención Republicana en Tampa Bay dentro de 235 días, es que todos utilizarán la seguridad de esa nación frente a la guerra contra las drogas y la inmigración como uno de los ejes de sus campañas.
El ánimo estadounidense es muy adverso para México hoy en día, y los republicanos nadan sobre la ola nacional. Mitt Romney, que llegó como el puntero de las encuestas a Iowa, prometió que de ser Presidente terminará de construir un muro a lo largo de toda la frontera contra indocumentados y las drogas. Ron Paul, el diputado ultraliberal que sorpresivamente llegó en segundo lugar, dijo que utilizará “cualquier medio posible” para enfrentarlos.
La retórica vuela con los vientos políticos que subrayan el conservadurismo, una fuerza que ya hizo tropezar a dos contendientes. Newt Gingrich, uno de los ideólogos del Partido Republicano, dio marcha atrás a su idea de amnistía a los indocumentados que llevaran un largo tiempo de residir en Estados Unidos ante el agrio tono de las críticas, y se sumó a Romney en la oferta de levantar un muro fronterizo para finales del próximo año.
Rick Perry, la estrella ascendente de los republicanos que está hoy un poco pálida, tuvo que recular cuando lo atacaron sus adversarios por decir que quienes que no apoyen el pago de gastos escolares a los hijos de indocumentados, “no tienen corazón”. Perry, como Gingrich, tuvieron que ocultar su enfoque humanista en el tema migratorio, y buscar uno seguro que los volviera a colocar como “halcones”, que es lo que desean los republicanos.
Perry, el gobernador de Texas –que comprende el 65% de la frontera con México-, regresó a sus posiciones bélicas. A diferencia de Romney y Gingrich, dice que levantar un muro no tiene sentido porque no resolverá nada. En cambio, como lo ha pedido desde hace tiempo, quiere la militarización, con soldados y tecnología en los puertos fronterizos, además de sobrevuelos con aviones no tripulados, como en Irak y Afganistán, y recientemente en la frontera con México.
Hay mucha retórica en Estados Unidos que se irá limpiando en las próximas semanas. Pero no hay espacio para optimismo. Los aspirantes empezarán definir los temas para no alienar su electorado, y van a cuidar mucho el de la inmigración para evitar ahuyentar el voto latino potencial, que en las elecciones pasadas fue factor importante en la victoria de Barack Obama, para enfocarse en el del narcotráfico. Sin embargo, la visión será unilateral, no de solución conjunta a los problemas.
Un dato que subraya esta tendencia es lo que piensan de la Segunda Enmienda, que es el derecho de cada estadounidense a tener un arma, y el argumento en contra de prohibir la venta de armas largas –como los “cuernos de chivo”-, con las que los cárteles bañan de sangre México. Todos, sin excepción, favorecen la Segunda Enmienda, que al empatar esta posición con la visión de su frontera, muestra que el esfuerzo en México por lograr asimetría en la lucha contra el narcotráfico, no tendrá eco en Estados Unidos. Allá siguen en la línea que los muertos los ponga México, y el consumo y las utilidades se queden en su territorio. Si esto es así, ¿no tendrían que buscar los aspirantes presidenciales en México un cambio político frente a Estados Unidos menos abyecto y con propuestas novedosas en la relación bilateral?
Decir que sería muy conveniente suena hasta chocante, pero es una realidad. Sólo hasta que los aspirantes mexicanos abandonen su etnocentrismo parroquial y entiendan que el mundo no tiene fronteras sino intereses, pensar en la elaboración de una visión de Estado integral frente a Estados Unidos no deja de ser una ilusión de año nuevo, de esas que nunca se cumplen y que siempre se lamentan.
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