Marta Lamas
En este cierre de año tan desolador me infunden esperanza las luchas, distintas pero complementarias, de dos mujeres de Guerrero. Valentina Rosendo Cantú (tlapaneca) y Martha Sánchez Néstor (amuzga) son ejemplos de una transformación crucial que está ocurriendo entre las mujeres indígenas de nuestro país.
Valentina fue violada por soldados en febrero de 2002, y el Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan (Guerrero) asumió su defensa legal y la acompañó durante las largas etapas de un proceso que rebasó las instancias nacionales, pasó por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y llegó ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Finalmente el pasado jueves 15 el gobierno mexicano hizo un reconocimiento público de responsabilidad, donde el secretario de Gobernación, Alejandro Poiré, calificó a Valentina de “mujer ejemplar” y al acto “una mínima restitución de justicia”. No ha sido poca cosa obligar al Estado mexicano a aceptar que Valentina siempre dijo la verdad. Sobre todo, cuando el año pasado el director de Democracia y Derechos Humanos de la Secretaría de Relaciones Exterior declaró que “sólo hay pruebas circunstanciales que no prueban” la violación y que no se podía responsabilizar al Estado mexicano por no otorgar a Valentina el debido proceso.
Para una víctima, el reconocimiento público de responsabilidad es una de las medidas de reparación más trascendentes, que confirma la veracidad de su denuncia. Valentina se ha sostenido en su dicho a lo largo de nueve años y medio, pese a agresiones y amenazas de todo tipo. Ahora Inés Fernández Ortega, la otra indígena tlapaneca igualmente violada por soldados y cuyo caso también llegó a la Corte Interamericana, espera una resolución similar. Y estamos pendientes de ello.
El otro ejemplo que me entusiasma es el de Martha Sánchez Néstor, quien acaba de solicitar su registro como precandidata a diputada por el PRD. Ella es parte de una generación de indígenas que iniciaron su activismo político muy jóvenes, que han estudiado, que saben de feminismo y se manejan con las modernas tecnologías de comunicación.
Martha ha participado activamente en las instancias organizativas de los pueblos indígenas, donde ha cuestionado la dramática desigualdad de género y la violencia machista que existe en muchas de sus comunidades. Lo atractivo de su postura política es que reivindica una nueva forma de asumirse mujer indígena, sin olvidar su cultura ni negar sus raíces étnicas, pero sin avalar usos y costumbres machistas. Junto con otras compañeras Martha tendió puentes entre mujeres de las cuatro etnias de Guerrero (la amuzga, la mixteca, la nahua y la tlapaneca) para formar la Coordinadora Guerrerense de Mujeres Indígenas. Además, sigue colaborando en la construcción una plataforma política y justamente el sábado 17 participó en Chilpancingo en la conferencia de prensa para dar a conocer la Agenda de mujeres indígenas y afromexicanas en el estado de Guerrero.
La convocatoria fue espectacular: llegaron desde activistas hasta académicas, pasando por funcionarias y representantes de instituciones. Ahí estuvieron el Grupo Plural por la Equidad de Género y el Adelanto de las Mujeres en Guerrero, la Coordinadora Nacional de Mujeres Indígenas, la Alianza de Mujeres Indígenas de Centroamérica y México, ONU Mujeres, Morena de Guerrero, la Red Macuilxóchitl, la Secretaría de la Mujer del Gobierno del Estado de Guerrero, el Consejo de la Nación Amuzga, la Coordinadora Nacional de Mujeres Rurales AC, la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en el Estado, y la Universidad Autónoma de Guerrero, entre otras. La pluralidad de las asistentes, y su compromiso con la agenda, es un signo muy alentador.
Aunque los casos de Valentina y Martha son muy distintos, ambas encarnan aspectos indispensables de las reivindicaciones femeninas… y feministas. No es fácil asumir públicamente que se ha sido víctima de una agresión sexual, y mucho menos lo es sostenerse cuando los violadores son miembros del Ejército. Valentina ejemplifica la coherencia y el coraje de una mujer que superó el horror de lo vivido y persistió en su denuncia para así proteger a otras mujeres. Por otra parte, Martha se ha dedicado a construir su liderazgo político desde la base, y así ha logrado tener una representatividad impresionante. Martha es un “cuadro” político de primer nivel que debería ocupar un lugar en la Cámara de Diputados. Ojalá y el PRD sea consciente de su trayectoria y de la influencia que tiene.
La experiencia de estas dos mujeres indígenas tiene algo en común: una forma de “empoderamiento” a partir de su integridad personal. Valentina, que no ha cejado en defender su palabra y sus derechos, y Martha, que trabaja para conquistar nuevas vías políticas y así erradicar desigualdades milenarias. Las dos son ejemplo de una nueva generación de mujeres indígenas que ha perdido el miedo a denunciar; que se niega a subordinarse o a retroceder en sus aspiraciones políticas. Ambas han aprendido a exigir y a hacer valer sus derechos. Ambas desean construir un México más justo, para todas y todos. Y en este fin de año ellas dos hacen que el panorama político me parezca menos negro que de costumbre.
En este cierre de año tan desolador me infunden esperanza las luchas, distintas pero complementarias, de dos mujeres de Guerrero. Valentina Rosendo Cantú (tlapaneca) y Martha Sánchez Néstor (amuzga) son ejemplos de una transformación crucial que está ocurriendo entre las mujeres indígenas de nuestro país.
Valentina fue violada por soldados en febrero de 2002, y el Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan (Guerrero) asumió su defensa legal y la acompañó durante las largas etapas de un proceso que rebasó las instancias nacionales, pasó por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y llegó ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Finalmente el pasado jueves 15 el gobierno mexicano hizo un reconocimiento público de responsabilidad, donde el secretario de Gobernación, Alejandro Poiré, calificó a Valentina de “mujer ejemplar” y al acto “una mínima restitución de justicia”. No ha sido poca cosa obligar al Estado mexicano a aceptar que Valentina siempre dijo la verdad. Sobre todo, cuando el año pasado el director de Democracia y Derechos Humanos de la Secretaría de Relaciones Exterior declaró que “sólo hay pruebas circunstanciales que no prueban” la violación y que no se podía responsabilizar al Estado mexicano por no otorgar a Valentina el debido proceso.
Para una víctima, el reconocimiento público de responsabilidad es una de las medidas de reparación más trascendentes, que confirma la veracidad de su denuncia. Valentina se ha sostenido en su dicho a lo largo de nueve años y medio, pese a agresiones y amenazas de todo tipo. Ahora Inés Fernández Ortega, la otra indígena tlapaneca igualmente violada por soldados y cuyo caso también llegó a la Corte Interamericana, espera una resolución similar. Y estamos pendientes de ello.
El otro ejemplo que me entusiasma es el de Martha Sánchez Néstor, quien acaba de solicitar su registro como precandidata a diputada por el PRD. Ella es parte de una generación de indígenas que iniciaron su activismo político muy jóvenes, que han estudiado, que saben de feminismo y se manejan con las modernas tecnologías de comunicación.
Martha ha participado activamente en las instancias organizativas de los pueblos indígenas, donde ha cuestionado la dramática desigualdad de género y la violencia machista que existe en muchas de sus comunidades. Lo atractivo de su postura política es que reivindica una nueva forma de asumirse mujer indígena, sin olvidar su cultura ni negar sus raíces étnicas, pero sin avalar usos y costumbres machistas. Junto con otras compañeras Martha tendió puentes entre mujeres de las cuatro etnias de Guerrero (la amuzga, la mixteca, la nahua y la tlapaneca) para formar la Coordinadora Guerrerense de Mujeres Indígenas. Además, sigue colaborando en la construcción una plataforma política y justamente el sábado 17 participó en Chilpancingo en la conferencia de prensa para dar a conocer la Agenda de mujeres indígenas y afromexicanas en el estado de Guerrero.
La convocatoria fue espectacular: llegaron desde activistas hasta académicas, pasando por funcionarias y representantes de instituciones. Ahí estuvieron el Grupo Plural por la Equidad de Género y el Adelanto de las Mujeres en Guerrero, la Coordinadora Nacional de Mujeres Indígenas, la Alianza de Mujeres Indígenas de Centroamérica y México, ONU Mujeres, Morena de Guerrero, la Red Macuilxóchitl, la Secretaría de la Mujer del Gobierno del Estado de Guerrero, el Consejo de la Nación Amuzga, la Coordinadora Nacional de Mujeres Rurales AC, la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en el Estado, y la Universidad Autónoma de Guerrero, entre otras. La pluralidad de las asistentes, y su compromiso con la agenda, es un signo muy alentador.
Aunque los casos de Valentina y Martha son muy distintos, ambas encarnan aspectos indispensables de las reivindicaciones femeninas… y feministas. No es fácil asumir públicamente que se ha sido víctima de una agresión sexual, y mucho menos lo es sostenerse cuando los violadores son miembros del Ejército. Valentina ejemplifica la coherencia y el coraje de una mujer que superó el horror de lo vivido y persistió en su denuncia para así proteger a otras mujeres. Por otra parte, Martha se ha dedicado a construir su liderazgo político desde la base, y así ha logrado tener una representatividad impresionante. Martha es un “cuadro” político de primer nivel que debería ocupar un lugar en la Cámara de Diputados. Ojalá y el PRD sea consciente de su trayectoria y de la influencia que tiene.
La experiencia de estas dos mujeres indígenas tiene algo en común: una forma de “empoderamiento” a partir de su integridad personal. Valentina, que no ha cejado en defender su palabra y sus derechos, y Martha, que trabaja para conquistar nuevas vías políticas y así erradicar desigualdades milenarias. Las dos son ejemplo de una nueva generación de mujeres indígenas que ha perdido el miedo a denunciar; que se niega a subordinarse o a retroceder en sus aspiraciones políticas. Ambas han aprendido a exigir y a hacer valer sus derechos. Ambas desean construir un México más justo, para todas y todos. Y en este fin de año ellas dos hacen que el panorama político me parezca menos negro que de costumbre.
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