Un Peña Nieto en busca de autor

Sabina Berman

Nadie piensa solo. En cuanto pensamos, estamos en el mundo de las palabras y las ideas y las imágenes de los otros. En la biblioteca de los relatos acopiados por generaciones. En la cultura.

Por eso quien ha leído más, quien ha recorrido más relatos ajenos, quien ha examinado más soluciones de vida posibles, piensa más largo y de forma más novedosa: es capaz de relatos más extensos y refinados, y es capaz de mayor inventiva para cambiar su propio relato oportunamente.

Y es por eso que importó a tantos que el aspirante a la Presidencia puntero en las encuestas se haya despeñado ante una pequeña pregunta en la rueda de prensa de la FIL de Guadalajara. Un periodista español le preguntó lo que en otros contextos sería el equivalente a la pregunta: ¿De qué signo zodiacal es usted?, cuando le preguntó en un ámbito de cultura: ¿Qué tres libros han marcado su vida?

Ya se sabe. Peña Nieto empezó a despeñarse de frase en frase, de peña en peña, como una Mary Poppins dubitativa, que se agarraba del paraguas de un autor, para soltarlo y aferrarse a otro mango de paraguas, y luego a otro paraguas. “La Biblia”, dijo al inicio de la caída Peña, “pero no ahora, cuando era chavo, pero no toda la Biblia, claro, algunos párrafos. Y La silla del águila, de Krauze, creo que es de Krauze [y en realidad no lo era]. O más bien aquel de caudillos, creo que de Krauze también, ¿o era de redentores? O ¿cómo se llamaba aquél?, aquel ese que ya sabes”, dijo enarcando las cejas hacia un colaborador, como rogándole: sóplame. “Y desde luego ese que me gustó tanto, el del presidente inoportuno. O bien…”

Luego se despeñó el equipo entero de Peña Nieto de peña en peña y de pena en pena. Fueron cayendo igual, soltando un paraguas para tomar otro, una lluvia de malas ideas en una larga tarde nublada de domingo. Quién sabe por cuáles negociaciones lograron clausurar la #libreríapeñanieto, el TT más numeroso del Twitter esa tarde de asueto. Ante el reclamo de miles de tuiteros la reabrieron. Apareció luego un tuiter en donde Peña Nieto escribía que estaba leyendo los comentarios, “algunos divertidos”. Luego la hija del virtual candidato retuiteó la opinión de su novio sobre lo que ocurría: los tuiteros eran “una bola de pendejos”, “envidiosos”, y para más escarnio, gente “de la prole”.

Simplifican demasiado los que creen que el incidente revela un Peña Nieto hueco y torpe. Un muñeco inflable. Un actor apuesto de telenovelas que sin un guión escrito por un buen autor de melodramas no sabe qué hacer o qué decir. En suma, un actor en busca de un autor de valía. O de cualquier autor. No es así. Lo cierto es que Peña Nieto ha demostrado ser un maestro del ajedrez de la política. Desde hace tres años ha triunfado en casi cada jugada. En cada movimiento para coronar a sus peones. En cada intento para bloquear alguna amenaza de sus contrincantes. En cada jugada para enmendar un pequeño yerro.

Lo que ocurre es un poco más complejo. Lo que ocurre es que el relato de Peña Nieto de quién es él y de qué presidente podría ser no coincide con el relato del país de quiénes somos y quiénes queremos ser. Lo que ocurre no es pues que Peña Nieto carezca de cultura, es que su amplia cultura es una cultura priista, un acopio de soluciones de vida contra las que los mexicanos votamos ya dos veces, en el año 2000 y en el año 2006, con la esperanza de desplazarlas completamente del país.

Peña Nieto de niño jugaba futbol con los hijos del maestro Hank González y los hijos del licenciado Del Mazo. Se formó en sus casas y con sus hijos, y luego en sus oficinas, con sus equipos, para ser un hombre de poder priista en un mundo todavía priista. Y en el año 2000, mientras el todavía joven Peña Nieto ascendía los antepenúltimos peldaños del edificio de poder del PRI, hacia la secretaría de la gubernatura de Arturo Montiel, el resto del país los empezó a descender lo más rápido posible.

Por eso en la ceremonia de su ungimiento como candidato en un auditorio del PRI sus palabras priistas y sus ademanes priistas y su sonrisa priista arrancan ovaciones y giros desenfrenados de matracas en el público priista, y en los auditorios de la sociedad civil ameritan calificativos como: antiguo, rígido, contradictorio con sus alianzas, inverosímil.

Por eso la aparición de Arturo Montiel, su padrino político, en la ceremonia de su ungimiento dentro del PRI, despertó en los priistas la alegría de la constatación de la unidad partidaria: todo priista será bien recibido por Peña Nieto, sea su fama buena o mala. Y en los lectores de periódicos y los espectadores de noticiarios, su cercanía con un exgobernador ilícitamente enriquecido durante su mandato, confirmó la sospecha que votar por Peña Nieto es votar por la eterna impunidad de Montiel, de Marín, de Salinas, y el resto de villanos priistas.

Por eso la renuncia de Humberto Moreira a la presidencia del PRI despertó en el auditorio de priistas sollozos y aplausos: he ahí a un mártir priista, se retira para no llenar de peñas el camino de nuestro candidato; he ahí un caballeroso arreglo entre Peña Nieto y Moreira, expresado en palabras falsas pero amabilísimas. Y fuera del PRI la simulación de Moreira al enunciar las causas de su renuncia provocó la certeza de que con Peña Nieto, nuestro futuro sería nuestro pasado.

En diez años sin PRI en la presidencia, el país ha aprendido a hablar derecho. Sin doble lenguaje. Sin susto al poder, que llevaba otrora al cantinfleo. Ha aprendido a no reverenciar ninguna autoridad, sino a criticarlas a todas. Ha aprendido a debatir. Ha aprendido a elegir por mayoría de votos. Ha aprendido que no quiere perdonar el hurto y el abuso. Ha aprendido que la Rendición de Cuentas y la Justicia no son figuras retóricas, sino urgencias sociales.

Ahora que Peña Nieto ha conquistado el palacio del PRI y empieza a pasearse fuera de ese palacio para conquistar el mundo no priista, se da cuenta que tendrá que cambiar de autores predilectos. Por eso su despeñadero ante una pequeña pregunta en la Feria del Libro. Haber nombrado al profesor Hank González o a Reyes Heroles o a Arturo Montiel hubiese sido peor. Como hombre que siente a sus públicos, Peña Nieto y su equipo saben que su campaña tendrá que ser una reeducación radical, que nadie puede adivinar si logrará completar.

Lo que el PRI se ha negado a hacer en una década –reescribirse con nuevos autores– lo tendría que hacer su joven candidato en un año.

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