PRI: un florero como líder

Raymundo Riva Palacio

Los asuntos internos del PRI encontraron una salida tersa y consensuada con la elección de Pedro Joaquín Coldwell como su nuevo presidente, cuando menos hasta que Enrique Peña Nieto sea ungido como candidato presidencial al arrancar la primavera. El proceso no fue sencillo y la bufalada estuvo a punto de provocar una nueva fractura, evitada solamente porque los consejos sabios de Atlacomulco recomendaron no tensar y pactar a un líder de ornato, aceptado por todos los grupos, y que no tuviera tentaciones para ser más de lo que es su función designada para estos meses: no hacer ruido ni daño.

El connato de conflicto apareció desde las siete de la mañana del viernes pasado, cuando Humberto Moreira envió un correo electrónico a los gobernadores priistas y al primer nivel político del partido, para anticiparles que ese mediodía renunciaría como presidente del partido. Noventa minutos después notificó su decisión a los presidentes de los comités estatales y los delegados del PRI, con lo que desató la rebatinga por el cargo.

Por prelación subiría la secretaria general, Cristina Díaz, pero se desechó de inmediato que pudiera sostenerse hasta marzo de 2012 porque, de acuerdo con el equipo de Peña Nieto, carecía del tamaño político para mantener a todos los grupos unidos en torno a ella. Asomó la cabeza Enrique Jackson, secretario técnico del Consejo Político Nacional, pero no tuvo posibilidad alguna de concretar.

La presidencia tendría que ser para un peñista, porque el acuerdo entre el Peña Nieto y el senador Manlio Fabio Beltrones era que quien ganara la candidatura tomaría control del partido. Como Beltrones declinó, los peñistas quisieron hacer valer el acuerdo. Los nombres que aparecieron en la reunión de líderes de los comités estatales y delegados fueron los de Miguel Ángel Osorio Chong y Jesús Murillo Karam. Los dos de Hidalgo, los dos ex gobernadores, los dos cercanos a Peña Nieto.

El nombre de Osorio Chong, actual secretario de Operación Política del Comité Ejecutivo Nacional, causó división de inmediato. Sus formas rudas –es el policía malo en la dupla con Peña Nieto,- no le han ganado consenso interno, y se veía que una imposición terminaría de alterar el frágil equilibrio que había en el PRI. Murillo Karam, que tiene comunicación directa con Peña Nieto pero no pertenece a su equipo compacto, no llenaba el perfil porque no es un político que acate dócilmente imposiciones, por lo que se pensó que si llegaba a la dirigencia, iba a intervenir en las decisiones y pelearse probablemente con Osorio Chong.

Peña Nieto, hoy en día el factor de poder real en el PRI, optó por no crear un conflicto interno innecesario –además sería cuesta arriba tener dos hidalguenses en la pirámide tricolor-, y colocó a Murillo Karam en la Secretaría de Procedimientos Internos, que será donde se analicen y aprueben las candidaturas a diputados y senadores. Para efectos de negociación política, la presidencia del PRI durante invierno será menos importante que esta Secretaría, donde Peña Nieto colocó su válvula de seguridad.

Desechados los peñistas en esta fase, el tercer nombre que surgió fue el del senador Coldwell. No fue, ahora se sabe, un guiño a Beltrones -aunque así se leyó públicamente-, puesto que el senador se enteró de Coldwell por las redes sociales, pensando que quien iba a quedar al frente del PRI era el líder del sector popular, Emilio Gamboa. En todo caso, el nombre Coldwell fue bien recibido por los senadores y por los sectores.

Como previó Peña Nieto, el nombramiento de un político respetado pero reconocido como dócil y que se ajustará a los intereses del futuro candidato sin maltratar a los adversarios, entró tersamente. Nadie cuestiona a Coldwell, como nadie se atreve a pensar que no actuará como florero en el partido, cuya gestión será de trámite. El verdadero líder no es él. Vendrá en 2012, en tiempo y forma para el candidato.

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