Jacobo Zabludovsky / Bucareli
A partir de hoy quedan cien días para recomendar aspirantes al premio más valioso del mundo después del Nobel, creado con objeto de promover los valores que son patrimonio común de la humanidad.
Hace 31 años, cuando el Congreso de los Diputados de España resistía a un intento de cuartelazo que estremeció la democracia aún débil, nacía en Oviedo la Fundación Príncipe de Asturias con la intención de proteger y estimular lo que la soldadezca pretendía destruir. Una simultaneidad casual y definitoria.
Otorga ocho premios anuales: de las Artes, las Letras, Investigación Científica y Técnica, Cooperación Internacional, Concordia, Comunicación y Humanidades, y Deportes.
Teresa Sanjurjo, presidenta de la Fundación, es la encargada de velar el tesoro acumulado en tres décadas: credibilidad y prestigio de los galardones cuya valía adquirió fama a base de cierta alegría, dentro de la seriedad, derivada de la pluralidad de los premiados y la diversidad de sus orígenes y menesteres.
“Esta es una fundación privada y nos financiamos, gracias al apoyo de los miembros de nuestro Patronato, que anualmente nos aportan cantidades destinadas a esta financiación, somos por lo tanto una Fundación Privada e independiente y creo que ese carácter de independencia es particularmente importante, y que de esta forma el espíritu de los premios se mantiene y conserva toda su esencia y su valor intrínseco”, dice Teresa a Bucareli.
El propio Patronato aprueba las nuevas incorporaciones de miembros, ya hay 80 personas, empresas que lo integran, desde Instituciones Culturales hasta grandes compañías, bancos, prácticamente de todo, son entidades que se identifican con los fines de la fundación y, por supuesto, también particulares.
“Lo último que dice el Príncipe de Asturias en el Teatro Campoamor al terminar la ceremonia anual de entrega de premios, es que los premios del año están cerrados y se abre ya el plazo correspondiente para los premios del año siguiente. Y recibimos las candidaturas en un lapso que va desde el primero de noviembre hasta principios de abril en que se cierra el plazo. Los jurados reciben con suficiente antelación un dossier de las candidaturas. Lo estudian y cuando llegan a Oviedo disponen de información complementaria que detalla con minuciosidad los méritos de cada una de esas candidaturas. Las evalúan, debaten sobre ellas y finalmente fallan cual sea la que deba alzarse con el premio, dice la presidenta.
“Cada especialidad tiene un jurado, de tal forma que hay ocho jurados, uno por cada categoría.
“Creo que el enorme prestigio es fruto de lo que en una ocasión el rector José Narro de la UNAM llamó hazaña colectiva. La Fundación se constituyó en unos años muy difíciles en España, año 81, el del fallido golpe de estado. Se generaron muchas ilusiones en torno a la Fundación, en torno a la figura del Príncipe, porque estamos muy necesitados de ese tipo de anhelos, toda sociedad lo está en cualquier momento. Una parte importantísima, sin duda, es mérito de Graciano García que ha dirigido la Fundación durante 30 años. Yo procuro seguir sus pasos con buen tino, pero él tuvo una visión, yo creo que magnífica, de sobreponerse a las dificultades, perseguir ese ideal, ese proyecto y sacarlo adelante, obviamente con la ayuda de todos los que a su alrededor trabajaron, guiados por los mismos estímulos”, agrega Teresa.
El año pasado la variedad de los premiados afianzó el alcance inclusivo y universal de los premios. Un judío, Leonard Cohen, escuchó la ovación de la noche al revelar, tal vez imaginada, la posesión de la llave que sus antepasados llevaron con ellos al ser expulsados de España, en 1492 para abrir su casa al regresar.
Otros no tuvieron tiempo ni siquiera de guardar una llave: junto al judío recogió su premio otro errante que encontró destino y hogar: el miembro de una familia trasterrada por la guerra civil española, gente de izquierda, que tuvo que salir al triunfar Francisco Franco. No hay nada, ningún obstáculo racial ni convicción política, que los jurados del Premio Príncipe de Asturias consideren indebido o que haga imposible para una personalidad propuesta el llegar a tener esa candidatura y el premio.
En octubre, siempre es en octubre, volverán a encenderse las luces del Teatro Campoamor y Oviedo, cálido y hospitalario, recibirá a los escogidos entre 7 mil millones de habitantes del planeta.
Dice Teresa: “Nuestro reglamento exige la excepcionalidad de los méritos del candidato y su proyección internacional, como requisitos básicos. Los jurados comienzan a reunirse en el mes de mayo”. Para hallar ocho agujas en el pajar.
A partir de hoy quedan cien días para recomendar aspirantes al premio más valioso del mundo después del Nobel, creado con objeto de promover los valores que son patrimonio común de la humanidad.
Hace 31 años, cuando el Congreso de los Diputados de España resistía a un intento de cuartelazo que estremeció la democracia aún débil, nacía en Oviedo la Fundación Príncipe de Asturias con la intención de proteger y estimular lo que la soldadezca pretendía destruir. Una simultaneidad casual y definitoria.
Otorga ocho premios anuales: de las Artes, las Letras, Investigación Científica y Técnica, Cooperación Internacional, Concordia, Comunicación y Humanidades, y Deportes.
Teresa Sanjurjo, presidenta de la Fundación, es la encargada de velar el tesoro acumulado en tres décadas: credibilidad y prestigio de los galardones cuya valía adquirió fama a base de cierta alegría, dentro de la seriedad, derivada de la pluralidad de los premiados y la diversidad de sus orígenes y menesteres.
“Esta es una fundación privada y nos financiamos, gracias al apoyo de los miembros de nuestro Patronato, que anualmente nos aportan cantidades destinadas a esta financiación, somos por lo tanto una Fundación Privada e independiente y creo que ese carácter de independencia es particularmente importante, y que de esta forma el espíritu de los premios se mantiene y conserva toda su esencia y su valor intrínseco”, dice Teresa a Bucareli.
El propio Patronato aprueba las nuevas incorporaciones de miembros, ya hay 80 personas, empresas que lo integran, desde Instituciones Culturales hasta grandes compañías, bancos, prácticamente de todo, son entidades que se identifican con los fines de la fundación y, por supuesto, también particulares.
“Lo último que dice el Príncipe de Asturias en el Teatro Campoamor al terminar la ceremonia anual de entrega de premios, es que los premios del año están cerrados y se abre ya el plazo correspondiente para los premios del año siguiente. Y recibimos las candidaturas en un lapso que va desde el primero de noviembre hasta principios de abril en que se cierra el plazo. Los jurados reciben con suficiente antelación un dossier de las candidaturas. Lo estudian y cuando llegan a Oviedo disponen de información complementaria que detalla con minuciosidad los méritos de cada una de esas candidaturas. Las evalúan, debaten sobre ellas y finalmente fallan cual sea la que deba alzarse con el premio, dice la presidenta.
“Cada especialidad tiene un jurado, de tal forma que hay ocho jurados, uno por cada categoría.
“Creo que el enorme prestigio es fruto de lo que en una ocasión el rector José Narro de la UNAM llamó hazaña colectiva. La Fundación se constituyó en unos años muy difíciles en España, año 81, el del fallido golpe de estado. Se generaron muchas ilusiones en torno a la Fundación, en torno a la figura del Príncipe, porque estamos muy necesitados de ese tipo de anhelos, toda sociedad lo está en cualquier momento. Una parte importantísima, sin duda, es mérito de Graciano García que ha dirigido la Fundación durante 30 años. Yo procuro seguir sus pasos con buen tino, pero él tuvo una visión, yo creo que magnífica, de sobreponerse a las dificultades, perseguir ese ideal, ese proyecto y sacarlo adelante, obviamente con la ayuda de todos los que a su alrededor trabajaron, guiados por los mismos estímulos”, agrega Teresa.
El año pasado la variedad de los premiados afianzó el alcance inclusivo y universal de los premios. Un judío, Leonard Cohen, escuchó la ovación de la noche al revelar, tal vez imaginada, la posesión de la llave que sus antepasados llevaron con ellos al ser expulsados de España, en 1492 para abrir su casa al regresar.
Otros no tuvieron tiempo ni siquiera de guardar una llave: junto al judío recogió su premio otro errante que encontró destino y hogar: el miembro de una familia trasterrada por la guerra civil española, gente de izquierda, que tuvo que salir al triunfar Francisco Franco. No hay nada, ningún obstáculo racial ni convicción política, que los jurados del Premio Príncipe de Asturias consideren indebido o que haga imposible para una personalidad propuesta el llegar a tener esa candidatura y el premio.
En octubre, siempre es en octubre, volverán a encenderse las luces del Teatro Campoamor y Oviedo, cálido y hospitalario, recibirá a los escogidos entre 7 mil millones de habitantes del planeta.
Dice Teresa: “Nuestro reglamento exige la excepcionalidad de los méritos del candidato y su proyección internacional, como requisitos básicos. Los jurados comienzan a reunirse en el mes de mayo”. Para hallar ocho agujas en el pajar.
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