Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Pueden establecerse diferencias entre el mecenazgo de los papas, de los Medici, y la filantropía que practican los Arango y los Rockefeller, porque Carlos Slim y Alfredo Harp continúan la tradición de los mecenas. Después de leer y releer El hombre-Dios o el sentido de la vida se llega a la conclusión de que la laicización de lo divino necesita de mecenas, de personalidades que con su presencia sustituyan al Estado que no responde a las necesidades de la sociedad, primero, y después a los capitostes de las religiones, porque abusan de la buena fe o la ingenuidad de los feligreses.
Los mecenas dan lo que el Estado y la fe se muestran incapaces de proveer. Asumir esa tarea, esa responsabilidad, despierta la envidia terrible de quien, aunque posea, es incapaz de dar; la envidia y el odio de quienes se sueñan como ellos, pero de lo único que disponen para compartir es el rencor social en el que los arrincona su propia pequeñez, su carencia de imaginación y su falta de disponibilidad para compartir.
Carlos Slim despierta todo lo anterior y más. Me he cansado de escuchar las críticas a la manera en que él dispone de su fortuna y su estilo para crear empleos o financiar empresas que no son negocio sino una propuesta distinta a la ofertada por el Estado, con la idea de compartir, de buscar afinidades en la difusión y patrocinio de artes diversas, o museos, o de plano como ahora lo propone en su sociedad con Editorial Planeta México, al crear y convocar al premio de novela Letras Nuevas, seguramente con el propósito de que en esta época de crisis mundial la imaginación creativa de los novelistas revise el pasado para encontrar respuestas, o apueste al futuro, sin olvidar que hay cosechas que esperan ser levantadas, con el riesgo de perderse por la indolencia de los segadores.
Es tiempo de reconocer lo que puede hacerse con imaginación y creatividad cuando se tiene la enorme fortuna poseída por Carlos Slim. Quienes lo envidian corren la voz de que el Museo Soumaya tiene pésima museografía, es un abigarramiento de arte, pero no se detienen a pensar que hay un personaje que dispone adquirir no para atesorar, sino para compartir, de la misma manera que para estimular las letras mexicanas ha dispuesto de un millón de pesos para que nuevos talentos -esperamos que no los de siempre y los de apenas ayer- narren lo que puede significar pertenecer, hoy, a esta nación.
Me cuentan, quienes ven con optimismo la creación del premio, que esperan que la apuesta de Carlos Slim vaya más allá del lanzamiento y promoción de “best sellers”, para impulsar esa creatividad que puede incomodar, pero que es capaz de expresar las actuales condiciones de vida del ser humano; no se trata de justificar -dicen-, sino de explicar por qué el Estado y las iglesias abusan de quienes los sostienen y son su razón de ser, o discernir el destino en la globalización, o el mundo sin narcotráfico, o la política sin corrupción, o los peces sin agua.
Pueden establecerse diferencias entre el mecenazgo de los papas, de los Medici, y la filantropía que practican los Arango y los Rockefeller, porque Carlos Slim y Alfredo Harp continúan la tradición de los mecenas. Después de leer y releer El hombre-Dios o el sentido de la vida se llega a la conclusión de que la laicización de lo divino necesita de mecenas, de personalidades que con su presencia sustituyan al Estado que no responde a las necesidades de la sociedad, primero, y después a los capitostes de las religiones, porque abusan de la buena fe o la ingenuidad de los feligreses.
Los mecenas dan lo que el Estado y la fe se muestran incapaces de proveer. Asumir esa tarea, esa responsabilidad, despierta la envidia terrible de quien, aunque posea, es incapaz de dar; la envidia y el odio de quienes se sueñan como ellos, pero de lo único que disponen para compartir es el rencor social en el que los arrincona su propia pequeñez, su carencia de imaginación y su falta de disponibilidad para compartir.
Carlos Slim despierta todo lo anterior y más. Me he cansado de escuchar las críticas a la manera en que él dispone de su fortuna y su estilo para crear empleos o financiar empresas que no son negocio sino una propuesta distinta a la ofertada por el Estado, con la idea de compartir, de buscar afinidades en la difusión y patrocinio de artes diversas, o museos, o de plano como ahora lo propone en su sociedad con Editorial Planeta México, al crear y convocar al premio de novela Letras Nuevas, seguramente con el propósito de que en esta época de crisis mundial la imaginación creativa de los novelistas revise el pasado para encontrar respuestas, o apueste al futuro, sin olvidar que hay cosechas que esperan ser levantadas, con el riesgo de perderse por la indolencia de los segadores.
Es tiempo de reconocer lo que puede hacerse con imaginación y creatividad cuando se tiene la enorme fortuna poseída por Carlos Slim. Quienes lo envidian corren la voz de que el Museo Soumaya tiene pésima museografía, es un abigarramiento de arte, pero no se detienen a pensar que hay un personaje que dispone adquirir no para atesorar, sino para compartir, de la misma manera que para estimular las letras mexicanas ha dispuesto de un millón de pesos para que nuevos talentos -esperamos que no los de siempre y los de apenas ayer- narren lo que puede significar pertenecer, hoy, a esta nación.
Me cuentan, quienes ven con optimismo la creación del premio, que esperan que la apuesta de Carlos Slim vaya más allá del lanzamiento y promoción de “best sellers”, para impulsar esa creatividad que puede incomodar, pero que es capaz de expresar las actuales condiciones de vida del ser humano; no se trata de justificar -dicen-, sino de explicar por qué el Estado y las iglesias abusan de quienes los sostienen y son su razón de ser, o discernir el destino en la globalización, o el mundo sin narcotráfico, o la política sin corrupción, o los peces sin agua.
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