Postales: Tokio

Raymundo Riva Palacio

TOKIO, 26 diciembre.- Esta es una ciudad que exuda un dinamismo que hace ver obsoletas a París y a Milán, ordinaria a Nueva York y estática a Londres. Tokio es la gran metrópoli del mundo, impecablemente limpia y elegante –muchos taxistas usan guantes para manejar y abren la puerta a sus pasajeros-, que supera a las viejas capitales sin ser esnobista, demostrando diariamente que la frase común de que el único límite es la imaginación, es intrínseco a su estilo de vida. ¿Lo duda?

La cadena de televisión NHK tiene un prototipo de tercera dimensión donde no se requieren gafas especiales para experimentar el efecto, sino basta con un giro de la cabeza para comprobarlo. Sus empresas, algunas líderes en el mundo -47 de las 500 principales corporaciones multinacionales tienen su asiento en Japón-, piden constantemente a los consumidores qué quieren, para desarrollar esos productos para el mercado.

Sus automóviles conquistan los mercados europeos y norteamericanos, pero el frenesí consumista no es sólo de exportación. Lo mejor, también lo importan. Hay zonas como Nihombashi, donde se encuentra Ginza, el núcleo comercial de excelencia, donde parece que hubiera en cada esquina sucursales de Louis Vuitton, Hermés y Cartier, y se asientan sus monumentales tiendas departamentales de siete pisos y una cuadra de superficie.

Hay otras zonas, como donde se encuentra Omotesando, a la que llaman “los Campos Eliseos de Tokio” por la cantidad de boutiques internacionales, que es más lujosa que el elegante paseo arbolado parisino, o que Faubourg Saint Honoré –donde se encuentran las casas matrices de los grandes diseñadores-, o inclusive la exclusiva Bond Street en Londres, o las cinco calles llenas de marcas de lujo que han dado una fama inmerecida a la Quinta Avenida en Nueva York.

Tokio se debe medir bajo diferentes parámetros, pero sus estándares son muy altos. Además de sus establecimientos de lujo por toda la ciudad, hay un barrio solamente dedicado a la moda y a la belleza. Y se entiende, cuando se observa que en el metro, los autobuses y en las mismas las calles, abundan los espejos porque las mujeres se revisan a sí mismas todo el tiempo, que estén correctamente arregladas y maquilladas. Son coquetas, apenas si adecuado para una ciudad grandiosamente consumista. La demografía aquí no es una barrera.

Por ejemplo en Harayuku, volcado al mercado juvenil, que representa uno de los contrastes más sorprendentes para un visitante. Cuando uno llega a Tokio se topa con que los cómics japoneses, que se distinguen en el mundo por la violencia de sus imágenes, no son producto de una imaginación bizarra –para usar el anglicismo que significa raro-, sino una fotografía exacta de la realidad.

Su horizonte lo llenan jóvenes vestidos de punk y chicas con falditas escocesas a medio muslo, con tobilleras y peinados que apuntan al cielo y que caminan en pequeños grupos entre edificios de los que penden anuncios con enormes letras en colores que gritan, iluminados con luces de neón que arropan calles con enormes pantallas de video donde se anuncia de todo y para todos. Aquí no es caricatura; es la vida cotidiana.

Hay otro barrio –de los 23 que existen en Tokio, con una autonomía que los hace manejarse como ciudades independientes- llamado Akihabara, donde se concentra el comercio electrónico y el de las computadoras, que son el emblema de la fama mundial de la tecnología japonesa. En esa zona hay edificios repletos de videojuegos, con especialidades por piso, y donde la luz de neón, tan distintiva en esta capital, brilla hasta marear. Tokio es una ciudad que vive cada instante y que vibra por barrio.

En Shibuya, donde se encuentran las mejores boutiques para jóvenes, sus entradas pueden estar pintadas de colores eléctricos y metálicos, con rock industrial en su interior. Pero en Roppongi se concentra el entretenimiento para extranjeros, con sus clubes nocturnos donde los estadounidenses son consumidores y los nigerianos se han venido apoderando del espectáculo.

En Shinjuku, donde se encuentra el poderío político metropolitano y la zona de los rascacielos, comparte barrio con la zona gay y la zona roja, aunque hay enormes restricciones para el comercio de mujeres con extranjeros, que contrastan con la libertad más allá de la imaginación del mercado de productos sexuales.

No importa qué zona de la ciudad se visite, a qué horas, Tokio es una ciudad muy segura. Es parte de las complejidades de esta sociedad, tan poco estudiada en el exterior donde predominan los estereotipos y los prejuicios. Pero aquí hay unas cosas que se ven y otras que se mantienen ocultas, pero que marcan y definen la marcha cotidiana en este país.

Perfectamente organizada en su epidermis, la educación y respeto del uno por el otro es una constante sobresaliente en la vida diaria. Profundamente articulada debajo de la piel, todos los poderes fácticos juegan un papel clave en su ordenamiento, como los pactos no escritos entre la autoridad y la mafia (la Yakuza), donde los primeros les permiten el control del juego y la prostitución, a cambio de mantener las calles libres de drogas y de violencia.

La estructura es vertical y jerárquica, herencia del Periodo Edo, el último de gobierno de los shogunes, que mantuvo la estabilidad durante 250 años, y al país bajo un sistema feudal, muy discriminadora en términos sociales. Los shogunes fueron derrocados por la dinastía Meiji, que trajo la Restauración durante la segunda parte del Siglo XIX y hasta las postrimerías de la Primera Guerra Mundial, pero dejó una organización que no ha cambiado realmente.

Esta organización social puede ser terrible. Por ejemplo, para quien no es egresado de la Universidad de Tokio, la más importante en Asia, su ascenso al poder político o empresarial puede ser no sólo azaroso sino hasta imposible. Quien no haya estudiado en las escuelas primarias de las élites y pertenezca a sus clubes, difícilmente podrá casarse y relacionarse con ese grupo de poder que domina Japón. Quien no pertenezca a esos círculos, su vida en Japón puede ser tortuosa y frustrante.

Lo más complejo y cruel de esta sociedad es invisible para los ojos de un turista, que en cambio puede encontrar en ciudades como Tokio, la puerta de entrada al primer mundo del Primer Mundo, en su modernidad y visión. Esta es una ciudad de impactos, tan sorprendentes como su estructura social, como los hallazgos en su pastelería -más fina incluso que las grandes en Europa-, o la bella perfección de sus artes manuales.

Cuando se piensa en Japón se piensa en tecnología. Pero es sólo parte del todo. Tokio, como la gran sede del poder japonés, es la síntesis nacional. Representa una sociedad pujante, ambiciosa y culturalmente revolucionaria. Es intensa y multicolor, que permanente desafía la imaginación y los sentidos. Nadie que sueñe en el futuro, puede darse el lujo de no visitar Tokio, cuando menos, una vez en su vida.

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