¿Por qué no voltean los soldados?

Raymundo Riva Palacio

DALLAS, Texas.—En el centro de esta ciudad hay una tienda llamada “Wild Bill´s” que sólo vende artículos de vaquero. En la entrada, de tamaño natural, está una fotografía del ícono norteamericano John Wayne, y en sus anaqueles se alinean decenas de botas de todo tipo de pieles y costo. Hay de colores y de fantasía, de trabajo y de gala. Hay botas de piel de pitón por 500 dólares, y con lunares saltones de avestruz por un poco menos. Los asientos donde se prueban las botas son de piel de toro y como antebrazos tienen sus cuernos.

Al fondo, desplegadas por las paredes y los mostradores, hay playeras que dicen sobre un mapa estampado del estado y una escuadra calibre 9 milímetros: “En Texas, nunca llamamos al 911”. Este número telefónico nacional para emergencias es la metáfora que define la tienda, al estado y a esta nación. Las armas son un derecho constitucional –la Segunda Enmienda da el derecho desde 1791 a portar una arma-, y no hay poder alguno que pueda extirparlo de la Carta de Derechos.

En “Wild Bill´s”, en honor a un asesino, truhán y jugador de póker empedernido –pertenece a su Salón de la Fama- del Siglo XIX llamado James Butler Hickok, apodado “Bill el Salvaje” y que terminó su vida como alguacil en varias ciudades con lo que inició una de las más grandes leyendas del Viejo Oeste, se encuentra el arquetipo de la revolución conservadora que envuelve a esta nación. Sus playeras dibujan el ánimo nacional que en Texas tuvo este año el epicentro de una de las campañas más xenófobas y anti inmigrantes en la historia de este país.

Sobre 80 iniciativas de ley contra Austin, Dallas y Houston, las ciudades santuarios, como se llaman desde los 80s a una treintena de ciudades en Estados Unidos que prohíben a la policía que en el momento del arresto pregunten sobre el estatus migratorio, fueron derrotadas por la movilización de las comunidades y el respaldo del Senado estatal. Pero en vísperas del año electoral aquí, los conservadores y los radicales del Tea Party, vienen de regreso con presiones y acoso al gobernador Rick Perry, aspirante republicano a la Casa Blanca.

Perry, cabeza de un estado rico y granero de votos republicanos, quiere que el Pentágono envíe tropas a la frontera con México para frenar a narcotraficantes e indocumentados, pero no dice nada de las armas que caen en manos de los narcos. Ya son muchos los muertos mexicanos para que en Estados Unidos sólo sigan vendiendo las armas y metiéndose drogas. Por la vía de la negociación no se va a llegar a ningún lado. ¿Hay salida? No está claro, pero lo que sí hay es una propuesta: que los soldados volteen al otro lado.

Históricamente México ha sido un colchón de contención migratorio y de drogas para Estados Unidos, por lo que los retenes militares se encuentran orientados hacia el sur. Es decir, vigilan lo que va hacia Estados Unidos, no lo que viene de allá. Si la orden es que cambien sus retenes de lado y en lugar de detener el tráfico hacia el norte lo hacen con el que va hacia el sur, podrían incrementar la detección y los decomisos de las armas que les mandan a los cárteles mexicanos.

¿Y qué pasa con las drogas y los indocumentados? Pues que se sigan de largo y que se estrellen con la frontera norte. Seguramente causará un caos en los puentes fronterizos y resultará afectado el comercio bilateral. Pero el gobierno mexicano podrá combatir el tráfico de armas hacia su territorio en forma unilateral, pues ayuda no va a recibir. No es una solución a largo plazo, cierto, pero hay que agudizar las contradicciones ante la indisposición estadounidense.

Si defienden la compra libre de armas largas, que asuman el costo de la droga y las personas que llegarán a sus puertas sin antesalas. Es tiempo de preocuparse más por nuestros muertos y menos por sus drogadictos y presiones sociales por la inmigración. El ánimo político y social debe tener un quid pro quo. Este es un primer paso.

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