Octavio Rodríguez Araujo
Juan Bosch, dominicano muy destacado en el mundo de las letras, un intelectual reconocido, hizo también política y alcanzó la presidencia de su país en 1963. Después de siete meses de gobierno, con enemigos muy poderosos de entre las fuerzas más retrógradas de República Dominicana (y de Estados Unidos), fue derrocado por un golpe de Estado. En una visita a México, ya como ex presidente, dijo en la UNAM que los intelectuales no deberían meterse en política como dirigentes, ni menos como gobernantes. Algo así como zapatero a tus zapatos.
Me impactó mucho lo que dijo Bosch, y desde entonces he entendido que los políticos pueden ser cultos o más o menos cultos, pero buenos políticos, y que no debe uno pedirles que sean intelectuales. Los intelectuales no tenemos el olfato de los políticos, ni el estómago o el hígado de éstos. Mejor cada quien en su lugar.
Pero una cosa es que un político no sea intelectual y otra que carezca de cultura, por lo menos la de un estudiante promedio de licenciatura. Esto es grave, pero no tanto como ser un mal político. Un político debe ser hábil, saber torear una pregunta difícil o cuya respuesta no sepa. Si ni siquiera sabe hacer esto, está perdido.
Cuando a un político le hacen una pregunta y no sabe torearla o responderla, que se dedique a otra cosa. No todo el tiempo tendrá un guión de lo que debe decir, sea por tarjetita o teleprompter, ni un don Carlos que lo haga hablar como a Neto y Titino, sus muñecos. Que Ninel Conde, famosa por sus respuestas estúpidas, haga alarde y ahora hasta chistes de su incultura, se le perdona: ni es intelectual ni es política (tiene otros atributos). Pero que dos aspirantes a la Presidencia de México hagan lo mismo, es muy preocupante. Me refiero a Enrique Peña Nieto y a Ernesto Cordero. El caso de Cordero es sólo en apariencia más grave que el del priísta, pues criticó a éste por sus respuestas en la Feria del Libro de Guadalajara y él confundió un libro de Laura Restrepo con otra autora, Isabel Allende. El punto es que nadie piensa que Cordero pueda gobernar el país, en tanto que muchos están convencidos de que Peña Nieto sí lo hará, y sólo por esto es más delicado su tropezón que el de su adversario panista.
Hay un chiste que se le atribuye a Ninel Conde: ante la pregunta “¿Qué opina de La muerte de Artemio Cruz?”, se dice que ella contestó: “Ya le di el pésame a su familia… un gran mexicano”. Si bien Conde y Peña Nieto son del estado de México (ella fue Señorita Estado de México), el de Atlacomulco no es el Bombón asesino (Wikipedia), sino un ex gobernador que quiere ser presidente de México.
¿Qué hubiera contestado un político con tablas para improvisar ante la pregunta que le hizo Jacobo García en la feria de Guadalajara? Algo así como ningún libro en particular me ha marcado la vida. Uno recibe muchas influencias a lo largo de la existencia, y dichas influencias no sólo están en los libros, etcétera. O, esa pregunta es tan improcedente como preguntarme qué libros me llevaría a una isla desierta. Pero no, trató de contestar la tonta pregunta, cayó en la trampa y se enredó él solo, mezclando títulos con autores y otras muestras de inmadurez política, además de hacer evidente su incultura.
La torpeza, conjuntamente con su ignorancia sobre temas que se leen todos los días en los periódicos, es una de las características sobresalientes de Enrique Peña Nieto. Es más un invento de sus patrocinadores que un político con perspectiva nacional y que pueda llevar a buen puerto el muy deteriorado país. México necesita a alguien que promueva su reconstrucción, no a otro Fox o Calderón que termine de encallarlo entre las rocas de Escila o hundiéndolo en el remolino de Caribdis, valga la analogía. (Nota para Peña Nieto: sobre Escila y Caribdis, consultar la Wikipedia, con una explicación mucho más amplia que la de El Pequeño Larousse Ilustrado.)
Errores los cometemos todos y los olvidos son también frecuentes, sobre todo cuando nos volvemos viejos. Incluso la prestigiada Encyclopaedia Britannica tiene errores (en 2006 el equipo de la revista Nature le contabilizó 123 errores de hechos y omisiones). Sería natural que Peña Nieto también los tenga: es de humanos cometer errores, como dijera la secretaria del PRI para defender a su candidato. Pero que un político se meta en la cueva de los leones y se ponga de pechito para exhibir su ignorancia es preocupante, pues esto denota que es un mal político, incapaz de improvisar una respuesta inteligente a una pregunta tonta y mal planteada. ¿Creyó que en un medio intelectual podría vender su imagen sin riesgos y que Face mata Book? Error, son ligas diferentes.
No hay mala leche de mi parte ni intenciones de hacer leña del árbol caído. Pero Peña Nieto debería declinar antes de registrar su candidatura. En Guadalajara tuvo su primer gran tropiezo, pero de continuar como candidato tendrá muchos más, porque no está a la altura de sus aspiraciones. No se le reclama que no sea intelectual, sino que sea mal político y, además, ignorante.
Juan Bosch, dominicano muy destacado en el mundo de las letras, un intelectual reconocido, hizo también política y alcanzó la presidencia de su país en 1963. Después de siete meses de gobierno, con enemigos muy poderosos de entre las fuerzas más retrógradas de República Dominicana (y de Estados Unidos), fue derrocado por un golpe de Estado. En una visita a México, ya como ex presidente, dijo en la UNAM que los intelectuales no deberían meterse en política como dirigentes, ni menos como gobernantes. Algo así como zapatero a tus zapatos.
Me impactó mucho lo que dijo Bosch, y desde entonces he entendido que los políticos pueden ser cultos o más o menos cultos, pero buenos políticos, y que no debe uno pedirles que sean intelectuales. Los intelectuales no tenemos el olfato de los políticos, ni el estómago o el hígado de éstos. Mejor cada quien en su lugar.
Pero una cosa es que un político no sea intelectual y otra que carezca de cultura, por lo menos la de un estudiante promedio de licenciatura. Esto es grave, pero no tanto como ser un mal político. Un político debe ser hábil, saber torear una pregunta difícil o cuya respuesta no sepa. Si ni siquiera sabe hacer esto, está perdido.
Cuando a un político le hacen una pregunta y no sabe torearla o responderla, que se dedique a otra cosa. No todo el tiempo tendrá un guión de lo que debe decir, sea por tarjetita o teleprompter, ni un don Carlos que lo haga hablar como a Neto y Titino, sus muñecos. Que Ninel Conde, famosa por sus respuestas estúpidas, haga alarde y ahora hasta chistes de su incultura, se le perdona: ni es intelectual ni es política (tiene otros atributos). Pero que dos aspirantes a la Presidencia de México hagan lo mismo, es muy preocupante. Me refiero a Enrique Peña Nieto y a Ernesto Cordero. El caso de Cordero es sólo en apariencia más grave que el del priísta, pues criticó a éste por sus respuestas en la Feria del Libro de Guadalajara y él confundió un libro de Laura Restrepo con otra autora, Isabel Allende. El punto es que nadie piensa que Cordero pueda gobernar el país, en tanto que muchos están convencidos de que Peña Nieto sí lo hará, y sólo por esto es más delicado su tropezón que el de su adversario panista.
Hay un chiste que se le atribuye a Ninel Conde: ante la pregunta “¿Qué opina de La muerte de Artemio Cruz?”, se dice que ella contestó: “Ya le di el pésame a su familia… un gran mexicano”. Si bien Conde y Peña Nieto son del estado de México (ella fue Señorita Estado de México), el de Atlacomulco no es el Bombón asesino (Wikipedia), sino un ex gobernador que quiere ser presidente de México.
¿Qué hubiera contestado un político con tablas para improvisar ante la pregunta que le hizo Jacobo García en la feria de Guadalajara? Algo así como ningún libro en particular me ha marcado la vida. Uno recibe muchas influencias a lo largo de la existencia, y dichas influencias no sólo están en los libros, etcétera. O, esa pregunta es tan improcedente como preguntarme qué libros me llevaría a una isla desierta. Pero no, trató de contestar la tonta pregunta, cayó en la trampa y se enredó él solo, mezclando títulos con autores y otras muestras de inmadurez política, además de hacer evidente su incultura.
La torpeza, conjuntamente con su ignorancia sobre temas que se leen todos los días en los periódicos, es una de las características sobresalientes de Enrique Peña Nieto. Es más un invento de sus patrocinadores que un político con perspectiva nacional y que pueda llevar a buen puerto el muy deteriorado país. México necesita a alguien que promueva su reconstrucción, no a otro Fox o Calderón que termine de encallarlo entre las rocas de Escila o hundiéndolo en el remolino de Caribdis, valga la analogía. (Nota para Peña Nieto: sobre Escila y Caribdis, consultar la Wikipedia, con una explicación mucho más amplia que la de El Pequeño Larousse Ilustrado.)
Errores los cometemos todos y los olvidos son también frecuentes, sobre todo cuando nos volvemos viejos. Incluso la prestigiada Encyclopaedia Britannica tiene errores (en 2006 el equipo de la revista Nature le contabilizó 123 errores de hechos y omisiones). Sería natural que Peña Nieto también los tenga: es de humanos cometer errores, como dijera la secretaria del PRI para defender a su candidato. Pero que un político se meta en la cueva de los leones y se ponga de pechito para exhibir su ignorancia es preocupante, pues esto denota que es un mal político, incapaz de improvisar una respuesta inteligente a una pregunta tonta y mal planteada. ¿Creyó que en un medio intelectual podría vender su imagen sin riesgos y que Face mata Book? Error, son ligas diferentes.
No hay mala leche de mi parte ni intenciones de hacer leña del árbol caído. Pero Peña Nieto debería declinar antes de registrar su candidatura. En Guadalajara tuvo su primer gran tropiezo, pero de continuar como candidato tendrá muchos más, porque no está a la altura de sus aspiraciones. No se le reclama que no sea intelectual, sino que sea mal político y, además, ignorante.
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