Antonio Navalón
Los seres humanos tendemos a ver el conjunto, sin embargo, como todo conjunto es el resultado de la suma de las partes, hoy quiero empezar a hablarles de Tamaulipas.
Si hay una entidad federativa que subsuma todos los horrores, los costos personales y la terrible tragedia del problema de la violencia en México es Tamaulipas: ciudades enteras desaparecieron del mapa; además, extraños y tenebrosos récords se establecieron.
Si existe un sitio donde el Estado mexicano se puede considerar como fallido era Tamaulipas.
Por eso, resulta notable que, acción a acción, Tamaulipas empiece a volver de entre los muertos a la vida nacional.
Quién lo hubiera dicho: el hermano del gobernador casi electo, el ex secretario de Salud, el hombre que puso Eugenio Hernández y que nadie esperaba que supiera lo que hacía, el constructor Egidio Torres Cantú, fue nombrado por una triste y trágica carambola sucesor de su hermano, y con esa herencia y su apellido ganó las elecciones.
Ahora, después de su primer informe, Tamaulipas ha desaparecido de la nota roja, sustituyéndola por el duro laborar del día a día y la operación de la normalidad.
Tamaulipas demuestra que el milagro se puede producir si hay alguien dispuesto a no tomarse en serio las leyendas negras. El país necesita muchos Tamaulipas y no sé cuántos Torres Cantú. Tamaulipas pasó de ser el número uno en el horror a serlo en la recuperación nacional, lo cual se debe reconocer y sostener.
Esta sorprendente recuperación contrasta con fracasos tan estrepitosos y al parecer sin arreglo como el caso de Nuevo León y el muy joven, muy político y muy fracasado gobernador Medina.
Sin que signifique que todo está arreglado en Tamaulipas, sin duda, 2012 pinta que irá mejor.
En otro orden de cosas, el año termina con buenas noticias. Cualquiera pensaría que es trágico que el Poder Legislativo mexicano tenga que actuar a golpe de sentencia condenatoria judicial, pero así fue, y nunca es tarde si la dicha es buena.
San Lázaro por fin –con un mandato judicial de por medio– decidió enviar la terna para ese IFE tan devaluado, terriblemente cuestionado y perdido en el espacio que preside el mediocre Valdez, para intentar que así pueda cumplir con un mínimo de credibilidad su función en 2012.
Lorenzo Córdova, Sergio Ramírez y María Marván son pesos pesados. Ramírez, profesional del derecho, aportará la experiencia que enriquecerá mucho el sentido crítico del IFE. Córdova, hombre creado y recreado en la experiencia exitosa de las escuelas de la tradición constitucionalista europea, da la galanía de que el IFE debe y tiene que ser recuperado. Marván viene de trabajar de una de las pocas instituciones que se salvan de la crema de la credibilidad nacional, el IFAI; ojalá su paso permita transparentar más el IFE.
No se puede enfrentar el proceso electoral de 2012 sin un IFE al menos, medianamente constituido. Después del fracaso estrepitoso de las minorías mayorías del Congreso y de los partidos políticos, un ordenamiento judicial y la desesperación al borde del abismo, nos permitieron constituir un órgano que resulta fundamental o que al menos lo fue durante un tiempo.
No volverá el IFE de Woldenberg, como tampoco el México añorado que todo lo que deseaba era ser capaz de ser democrático sin traumas sangrientos: me refiero al tránsito político del año 2000. Sin embargo, no es posible enfrentar lo que nos espera sin una mínima confianza, credibilidad y fe en la institución encargada de asesorar y administrar el resultado electoral.
Por ello, esta incorporación resulta fundamental, pero debemos preguntarnos como contribuyentes: ¿por qué el Poder Legislativo –que pagamos todos– requiere rudeza necesaria (una actuación judicial) para ponerse de acuerdo?
Deseo terminar el año con optimismo y esos nombres me lo brindan, no obstante haber constatado una vez más que hay toda una clase política que no sabe, no quiere o no puede entender las necesidades del México moderno.
En cualquier caso, 2012 empieza mejor.
Felicidades y hasta el año nuevo.
Los seres humanos tendemos a ver el conjunto, sin embargo, como todo conjunto es el resultado de la suma de las partes, hoy quiero empezar a hablarles de Tamaulipas.
Si hay una entidad federativa que subsuma todos los horrores, los costos personales y la terrible tragedia del problema de la violencia en México es Tamaulipas: ciudades enteras desaparecieron del mapa; además, extraños y tenebrosos récords se establecieron.
Si existe un sitio donde el Estado mexicano se puede considerar como fallido era Tamaulipas.
Por eso, resulta notable que, acción a acción, Tamaulipas empiece a volver de entre los muertos a la vida nacional.
Quién lo hubiera dicho: el hermano del gobernador casi electo, el ex secretario de Salud, el hombre que puso Eugenio Hernández y que nadie esperaba que supiera lo que hacía, el constructor Egidio Torres Cantú, fue nombrado por una triste y trágica carambola sucesor de su hermano, y con esa herencia y su apellido ganó las elecciones.
Ahora, después de su primer informe, Tamaulipas ha desaparecido de la nota roja, sustituyéndola por el duro laborar del día a día y la operación de la normalidad.
Tamaulipas demuestra que el milagro se puede producir si hay alguien dispuesto a no tomarse en serio las leyendas negras. El país necesita muchos Tamaulipas y no sé cuántos Torres Cantú. Tamaulipas pasó de ser el número uno en el horror a serlo en la recuperación nacional, lo cual se debe reconocer y sostener.
Esta sorprendente recuperación contrasta con fracasos tan estrepitosos y al parecer sin arreglo como el caso de Nuevo León y el muy joven, muy político y muy fracasado gobernador Medina.
Sin que signifique que todo está arreglado en Tamaulipas, sin duda, 2012 pinta que irá mejor.
En otro orden de cosas, el año termina con buenas noticias. Cualquiera pensaría que es trágico que el Poder Legislativo mexicano tenga que actuar a golpe de sentencia condenatoria judicial, pero así fue, y nunca es tarde si la dicha es buena.
San Lázaro por fin –con un mandato judicial de por medio– decidió enviar la terna para ese IFE tan devaluado, terriblemente cuestionado y perdido en el espacio que preside el mediocre Valdez, para intentar que así pueda cumplir con un mínimo de credibilidad su función en 2012.
Lorenzo Córdova, Sergio Ramírez y María Marván son pesos pesados. Ramírez, profesional del derecho, aportará la experiencia que enriquecerá mucho el sentido crítico del IFE. Córdova, hombre creado y recreado en la experiencia exitosa de las escuelas de la tradición constitucionalista europea, da la galanía de que el IFE debe y tiene que ser recuperado. Marván viene de trabajar de una de las pocas instituciones que se salvan de la crema de la credibilidad nacional, el IFAI; ojalá su paso permita transparentar más el IFE.
No se puede enfrentar el proceso electoral de 2012 sin un IFE al menos, medianamente constituido. Después del fracaso estrepitoso de las minorías mayorías del Congreso y de los partidos políticos, un ordenamiento judicial y la desesperación al borde del abismo, nos permitieron constituir un órgano que resulta fundamental o que al menos lo fue durante un tiempo.
No volverá el IFE de Woldenberg, como tampoco el México añorado que todo lo que deseaba era ser capaz de ser democrático sin traumas sangrientos: me refiero al tránsito político del año 2000. Sin embargo, no es posible enfrentar lo que nos espera sin una mínima confianza, credibilidad y fe en la institución encargada de asesorar y administrar el resultado electoral.
Por ello, esta incorporación resulta fundamental, pero debemos preguntarnos como contribuyentes: ¿por qué el Poder Legislativo –que pagamos todos– requiere rudeza necesaria (una actuación judicial) para ponerse de acuerdo?
Deseo terminar el año con optimismo y esos nombres me lo brindan, no obstante haber constatado una vez más que hay toda una clase política que no sabe, no quiere o no puede entender las necesidades del México moderno.
En cualquier caso, 2012 empieza mejor.
Felicidades y hasta el año nuevo.
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