Jorge Fernández Menéndez
Dice Jorge Luis Borges, como aquí lo hemos recordado muchas veces, que él no hablaba de venganzas ni perdones, porque el olvido es la única venganza y el único perdón. Pero cuando los políticos hablan de dejar atrás el pasado, de olvidar en aras de acuerdos puntuales, de unidad entre desiguales, es difícil creerles. Siguiendo con Borges, quizá lo que sucede es que "no les une el amor, sino el espanto", pero incluso así uno sabe que existen acuerdos que son de muy corto plazo, que se basan sólo en la búsqueda de espacios muy concretos de poder y que tan rápido como se fraguaron desaparecerán.
Y eso se aplica tanto a la coalición de la llamada izquierda como a la que se conformó en torno al PRI. Puede Andrés Manuel López Obrador predicar ahora el amor y la paz, pero todos sabemos que hay rencores muy profundos entre los grupos enfrentados dentro del PRD y también con sus partidos coaligados, el PT y Movimiento Ciudadano. Puede ser, como me decía uno de los integrantes de Nueva Izquierda esta semana, que como López Obrador ha adoptado un discurso más centrista, eso les permite acercarse mutuamente, pero la verdad es que, detrás del discurso de la República Amorosa, persiste el rencor, pero no sólo hacia quienes lo derrotaron hace seis años, sino también hacia quienes López Obrador y su equipo han acusado una y otra vez de haberlos traicionado luego de ese proceso.
La ruptura no es nueva, tiene años, ni siquiera los cinco de la república legítima antecesora de la amorosa, sino desde que López Obrador fue presidente del PRD y Jesús Ortega su secretario general. Desde entonces, el acuerdo para que luego de Andrés Manuel asumiera el cargo Jesús, nunca se cumplió y desde entonces esa ruptura estuvo siempre presente en ambos bandos: hubo muchos perdones, pero también muchas venganzas. Si están hoy juntos no es porque se hayan perdonado sino porque, una vez más, los une el espanto, no sólo de derrumbarse electoralmente sino, además, de perder el único espacio de poder real que persiste en manos perredistas: el Distrito Federal.
Y será en el DF donde se pondrá a prueba esa súbita unidad: López Obrador dijo, el mismo día de la presentación de los resultados de la encuesta, que el DF sería una decisión de Marcelo Ebrard, una respuesta envenenada, innecesaria, en un marco de alianza y unidad. Rápidamente, todos los aspirantes que no son muy cercanos a Ebrard dijeron que en la capital se tenían que realizar encuestas similares a las efectuadas a nivel federal. No tendrá Marcelo la senaduría y su apuesta, obviamente, deberá pasar por el DF y más tarde por el partido, dependiendo, claro, de los resultados electorales. ¿Qué sucederá si la candidatura del DF queda en manos, por ejemplo, de Martí Batres, de Alejandra Barrales, de Ricardo Monreal?, ¿usted cree que no ajustarán cuentas con Ebrard y con Nueva Izquierda? ¿Qué sucederá si el DF queda para Mario Delgado, para Carlos Navarrete o para Miguel Mancera?, ¿usted cree que Padierna y Bejarano lo aceptarán alegremente o tendremos un nuevo Iztapalapa? Para saberlo hay que esperar poco menos de un mes, porque a principios de enero se deberá decidir la candidatura perredista.
En el PRI, el ambiente de unidad también está forzado, aunque las expectativas de regresar al poder cohesionan mucho más a sus fuerzas internas. El mayor problema en el PRI es que hay demasiado optimismo, que raya en algunos dirigentes en la soberbia, y no se está tomando en cuenta la ofensiva que recibirán ese partido y su candidato en los próximos meses, tampoco las disidencias internas por la distribución de posiciones, tanto entre priistas como con sus aliados del Verde y Nueva Alianza.
Y en el panismo tampoco existe un verdadero ambiente de unidad. La lucha interna, soterrada por la dinámica de la elección, es dura y se dan muchos golpes bajos. Que en la reunión de los precandidatos del lunes pasado con la Comisión Política del partido hayan participado el secretario de Gobernación, Alejandro Poiré, y el secretario del Presidente, Roberto Gil, es una demostración para algunos de unidad, pero en política real implica que se estaban poniendo sobre la mesa y buscando acuerdo con los personajes de poder real en el panismo. En el PAN no se bajará uno de los tres precandidatos porque no existe estímulo alguno para que lo hagan. Dicen en el panismo que eso les permitirá durante estos meses de precampaña utilizar los espacios publicitarios existentes. Es verdad, pero si no existe una candidatura mucho más perfilada, si los debates internos terminan siendo tan sosos como el de internet del lunes pasado y si la campaña se sigue dirigiendo, como es lógico que ocurra porque ellos serán los electores en la primaria, sólo a lo que quieren escuchar los militantes y los adherentes, esa será una oportunidad perdida.
Dice Jorge Luis Borges, como aquí lo hemos recordado muchas veces, que él no hablaba de venganzas ni perdones, porque el olvido es la única venganza y el único perdón. Pero cuando los políticos hablan de dejar atrás el pasado, de olvidar en aras de acuerdos puntuales, de unidad entre desiguales, es difícil creerles. Siguiendo con Borges, quizá lo que sucede es que "no les une el amor, sino el espanto", pero incluso así uno sabe que existen acuerdos que son de muy corto plazo, que se basan sólo en la búsqueda de espacios muy concretos de poder y que tan rápido como se fraguaron desaparecerán.
Y eso se aplica tanto a la coalición de la llamada izquierda como a la que se conformó en torno al PRI. Puede Andrés Manuel López Obrador predicar ahora el amor y la paz, pero todos sabemos que hay rencores muy profundos entre los grupos enfrentados dentro del PRD y también con sus partidos coaligados, el PT y Movimiento Ciudadano. Puede ser, como me decía uno de los integrantes de Nueva Izquierda esta semana, que como López Obrador ha adoptado un discurso más centrista, eso les permite acercarse mutuamente, pero la verdad es que, detrás del discurso de la República Amorosa, persiste el rencor, pero no sólo hacia quienes lo derrotaron hace seis años, sino también hacia quienes López Obrador y su equipo han acusado una y otra vez de haberlos traicionado luego de ese proceso.
La ruptura no es nueva, tiene años, ni siquiera los cinco de la república legítima antecesora de la amorosa, sino desde que López Obrador fue presidente del PRD y Jesús Ortega su secretario general. Desde entonces, el acuerdo para que luego de Andrés Manuel asumiera el cargo Jesús, nunca se cumplió y desde entonces esa ruptura estuvo siempre presente en ambos bandos: hubo muchos perdones, pero también muchas venganzas. Si están hoy juntos no es porque se hayan perdonado sino porque, una vez más, los une el espanto, no sólo de derrumbarse electoralmente sino, además, de perder el único espacio de poder real que persiste en manos perredistas: el Distrito Federal.
Y será en el DF donde se pondrá a prueba esa súbita unidad: López Obrador dijo, el mismo día de la presentación de los resultados de la encuesta, que el DF sería una decisión de Marcelo Ebrard, una respuesta envenenada, innecesaria, en un marco de alianza y unidad. Rápidamente, todos los aspirantes que no son muy cercanos a Ebrard dijeron que en la capital se tenían que realizar encuestas similares a las efectuadas a nivel federal. No tendrá Marcelo la senaduría y su apuesta, obviamente, deberá pasar por el DF y más tarde por el partido, dependiendo, claro, de los resultados electorales. ¿Qué sucederá si la candidatura del DF queda en manos, por ejemplo, de Martí Batres, de Alejandra Barrales, de Ricardo Monreal?, ¿usted cree que no ajustarán cuentas con Ebrard y con Nueva Izquierda? ¿Qué sucederá si el DF queda para Mario Delgado, para Carlos Navarrete o para Miguel Mancera?, ¿usted cree que Padierna y Bejarano lo aceptarán alegremente o tendremos un nuevo Iztapalapa? Para saberlo hay que esperar poco menos de un mes, porque a principios de enero se deberá decidir la candidatura perredista.
En el PRI, el ambiente de unidad también está forzado, aunque las expectativas de regresar al poder cohesionan mucho más a sus fuerzas internas. El mayor problema en el PRI es que hay demasiado optimismo, que raya en algunos dirigentes en la soberbia, y no se está tomando en cuenta la ofensiva que recibirán ese partido y su candidato en los próximos meses, tampoco las disidencias internas por la distribución de posiciones, tanto entre priistas como con sus aliados del Verde y Nueva Alianza.
Y en el panismo tampoco existe un verdadero ambiente de unidad. La lucha interna, soterrada por la dinámica de la elección, es dura y se dan muchos golpes bajos. Que en la reunión de los precandidatos del lunes pasado con la Comisión Política del partido hayan participado el secretario de Gobernación, Alejandro Poiré, y el secretario del Presidente, Roberto Gil, es una demostración para algunos de unidad, pero en política real implica que se estaban poniendo sobre la mesa y buscando acuerdo con los personajes de poder real en el panismo. En el PAN no se bajará uno de los tres precandidatos porque no existe estímulo alguno para que lo hagan. Dicen en el panismo que eso les permitirá durante estos meses de precampaña utilizar los espacios publicitarios existentes. Es verdad, pero si no existe una candidatura mucho más perfilada, si los debates internos terminan siendo tan sosos como el de internet del lunes pasado y si la campaña se sigue dirigiendo, como es lógico que ocurra porque ellos serán los electores en la primaria, sólo a lo que quieren escuchar los militantes y los adherentes, esa será una oportunidad perdida.
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