Carlos Ramírez / Indicador Político
Una lectura transversal de la caída de Humberto Moreira se maneja en los pasillos de poder del PRI: La repetición del caso Tucom-Madrazo-montielazo para quitarle a Enrique Peña Nieto el control casi total del partido y obligarlo a una distribución del poder político.
La retirada de Manlio Fabio Beltrones de la competencia por la candidatura con argumentos de falta de espacios de pluralidad reactivó la crisis de 2005-2006 del PRI con la decisión de Roberto Madrazo de no abandonar la presidencia del PRI y desde ahí operar con ventaja la candidatura presidencial apoderándose de todos los espacios de designaciones de candidatos legislativos.
Moreira fue una decisión impuesta por Peña Nieto desde principios de 2011 bajo el criterio de que era el precandidato presidencial priísta mejor posicionado en las encuestas y que difícilmente alguien podría disputarle la decisión final. Sin embargo, causó irritación en el PRI que a pesar de esa ventaja Peña Nieto hubiera maniobrado para tomar el control total del partido con un candidato único a la presidencia del CEN y sin negociación con los grupos de poder.
En el fondo, la disputa en el PRI se daba en tres pistas: La candidatura presidencial que Peña Nieto nunca ha querido ponerla a discusión, la nominación de candidatos a diputados y senadores centralizada en el CEN peñista para evitar el problema de 2009 cuando Beatriz Paredes negoció con gobernadores sus sucesiones estatales a cambio de la designación centralizada de legisladores y la estructura de poder regional con los gobernadores como grupos de poder.
En este escenario arribó Moreira a la presidencia del CEN del PRI como el espacio de poder sometido a las decisiones directas de Peña Nieto, lo que causó problemas con el grupo más visible, el del senador Beltrones. El retiro de Beltrones no sólo de la competencia por la candidatura sino de la actividad priísta fracturó la unidad interna del partido y prendió los focos rojos por el recuerdo del fantasma Madrazo-Tucom.
La crisis Tucom-Madrazo ocurrió como una rebelión priísta contra la posibilidad de que Madrazo ganara las elecciones y restaurara el esquema del presidencialismo autoritario centralizador. Inclusive, fue uno de los argumentos que usó el PAN, dirigido entonces por Manuel Espino, para negociar el apoyo de gobernadores priístas al candidato panista Felipe Calderón. Los priístas vieron la posibilidad del viejo presidencialismo por la forma en que Madrazo manejó desde el PRI su propia candidatura presidencial.
Los estilos de Peña Nieto han vuelto a despertar esos fantasmas del pasado: La forma en que ha asumido la precandidatura casi oficial sólo basado en encuestas, el control al que ha sometido a los gobernadores priístas, el apoyo dado a los candidatos a gobernador que ganaron en el último año y hasta el dedazo a favor de Beatriz Paredes para que sea la candidata impuesta a la jefatura de gobierno del DF; los aspirantes a posiciones legislativas se han visto obligados a regresar al viejo estilo de hacer caravanas ante el nuevo hombre fuerte del PRI para obtener algo en el reparto de candidaturas.
El asunto se ha complicado con las alianzas del PRI de Peña con el Panal de Elba Esther Gordillo y el Partido Verde de Jorge Emilio González, dos figuras políticas controladas por el ex presidente Carlos Salinas de Gortari. El compromiso de entregarles posiciones privilegiadas en las candidaturas a diputados federales y senadores ya causó irritación en precandidatos estatales que habían hecho labor de partido y que fueron desplazados de un plumazo por las alianzas operadas por Salinas.
Para corrientes priístas, el estilo presidencialista de Peña Nieto se parece demasiado al de Roberto Madrazo, por lo que algunas preparan movilizaciones en contra de esas cesiones de poder. La alianza de Peña Nieto con Gordillo no se preocupó por negociarse con grupos priístas que hicieron lo suficiente en el 2006 para echar del PRI a la cacique del SNTE y que aún recuerdan cómo la señora Gordillo fue el principal ariete del PAN para derrotar a Madrazo y al PRI. Esta imposición ha despertado a los políticos madracistas que aún sobreviven en el PRI y que se habían aliado a Peña Nieto pero no para regresar a Gordillo a los espacios de poder del PRI.
En este contexto, la caída de Moreira dejó muchos sabores de las maniobras que llevaron a la derrota de Arturo Montiel como el precandidato del PRI mejor posicionado que Madrazo y luego las que condujeron a la derrota presidencial del PRI con Madrazo como candidato. Desde que aparecieron las primeras revelaciones del problema de la deuda estatal en Coahuila, Moreira nunca tuvo el apoyo real del PRI y de los priístas pero se sostuvo por decisión de Peña Nieto. Pero luego de las elecciones en Michoacán, Peña Nieto y Beltrones empujaron a Moreira a la picota. Y el colmo de esa forma de sacrificio político la dio Peña Nieto al declarar, luego de la renuncia, que la caída de Moreira “favorece” la victoria del PRI, como si su permanencia hubiera sido el adelanto de la derrota.
En el fondo, la caída de Moreira tuvo sus principales referentes en la lucha dentro del PRI por el control del partido y la asignación de candidaturas legislativas. En este contexto, la posible designación de Pedro Joaquín Coldwell como nuevo presidente del tricolor podría ser una negociación interna con el grupo de Beltrones pero con efectos colaterales en la alianza del PRI con Gordillo y en el reparto de candidaturas legislativas o al final Coldwell se sometería al control directo de Peña Nieto.
Lo único que quedó claro de la caída de Moreira es que el PRI no se ha cohesionado y que podría estarse incubando un Tucom divisionista contra el estilo presidencialista de Peña Nieto muy parecido al presidencialismo autoritario de Carlos Salinas de Gortari.
Una lectura transversal de la caída de Humberto Moreira se maneja en los pasillos de poder del PRI: La repetición del caso Tucom-Madrazo-montielazo para quitarle a Enrique Peña Nieto el control casi total del partido y obligarlo a una distribución del poder político.
La retirada de Manlio Fabio Beltrones de la competencia por la candidatura con argumentos de falta de espacios de pluralidad reactivó la crisis de 2005-2006 del PRI con la decisión de Roberto Madrazo de no abandonar la presidencia del PRI y desde ahí operar con ventaja la candidatura presidencial apoderándose de todos los espacios de designaciones de candidatos legislativos.
Moreira fue una decisión impuesta por Peña Nieto desde principios de 2011 bajo el criterio de que era el precandidato presidencial priísta mejor posicionado en las encuestas y que difícilmente alguien podría disputarle la decisión final. Sin embargo, causó irritación en el PRI que a pesar de esa ventaja Peña Nieto hubiera maniobrado para tomar el control total del partido con un candidato único a la presidencia del CEN y sin negociación con los grupos de poder.
En el fondo, la disputa en el PRI se daba en tres pistas: La candidatura presidencial que Peña Nieto nunca ha querido ponerla a discusión, la nominación de candidatos a diputados y senadores centralizada en el CEN peñista para evitar el problema de 2009 cuando Beatriz Paredes negoció con gobernadores sus sucesiones estatales a cambio de la designación centralizada de legisladores y la estructura de poder regional con los gobernadores como grupos de poder.
En este escenario arribó Moreira a la presidencia del CEN del PRI como el espacio de poder sometido a las decisiones directas de Peña Nieto, lo que causó problemas con el grupo más visible, el del senador Beltrones. El retiro de Beltrones no sólo de la competencia por la candidatura sino de la actividad priísta fracturó la unidad interna del partido y prendió los focos rojos por el recuerdo del fantasma Madrazo-Tucom.
La crisis Tucom-Madrazo ocurrió como una rebelión priísta contra la posibilidad de que Madrazo ganara las elecciones y restaurara el esquema del presidencialismo autoritario centralizador. Inclusive, fue uno de los argumentos que usó el PAN, dirigido entonces por Manuel Espino, para negociar el apoyo de gobernadores priístas al candidato panista Felipe Calderón. Los priístas vieron la posibilidad del viejo presidencialismo por la forma en que Madrazo manejó desde el PRI su propia candidatura presidencial.
Los estilos de Peña Nieto han vuelto a despertar esos fantasmas del pasado: La forma en que ha asumido la precandidatura casi oficial sólo basado en encuestas, el control al que ha sometido a los gobernadores priístas, el apoyo dado a los candidatos a gobernador que ganaron en el último año y hasta el dedazo a favor de Beatriz Paredes para que sea la candidata impuesta a la jefatura de gobierno del DF; los aspirantes a posiciones legislativas se han visto obligados a regresar al viejo estilo de hacer caravanas ante el nuevo hombre fuerte del PRI para obtener algo en el reparto de candidaturas.
El asunto se ha complicado con las alianzas del PRI de Peña con el Panal de Elba Esther Gordillo y el Partido Verde de Jorge Emilio González, dos figuras políticas controladas por el ex presidente Carlos Salinas de Gortari. El compromiso de entregarles posiciones privilegiadas en las candidaturas a diputados federales y senadores ya causó irritación en precandidatos estatales que habían hecho labor de partido y que fueron desplazados de un plumazo por las alianzas operadas por Salinas.
Para corrientes priístas, el estilo presidencialista de Peña Nieto se parece demasiado al de Roberto Madrazo, por lo que algunas preparan movilizaciones en contra de esas cesiones de poder. La alianza de Peña Nieto con Gordillo no se preocupó por negociarse con grupos priístas que hicieron lo suficiente en el 2006 para echar del PRI a la cacique del SNTE y que aún recuerdan cómo la señora Gordillo fue el principal ariete del PAN para derrotar a Madrazo y al PRI. Esta imposición ha despertado a los políticos madracistas que aún sobreviven en el PRI y que se habían aliado a Peña Nieto pero no para regresar a Gordillo a los espacios de poder del PRI.
En este contexto, la caída de Moreira dejó muchos sabores de las maniobras que llevaron a la derrota de Arturo Montiel como el precandidato del PRI mejor posicionado que Madrazo y luego las que condujeron a la derrota presidencial del PRI con Madrazo como candidato. Desde que aparecieron las primeras revelaciones del problema de la deuda estatal en Coahuila, Moreira nunca tuvo el apoyo real del PRI y de los priístas pero se sostuvo por decisión de Peña Nieto. Pero luego de las elecciones en Michoacán, Peña Nieto y Beltrones empujaron a Moreira a la picota. Y el colmo de esa forma de sacrificio político la dio Peña Nieto al declarar, luego de la renuncia, que la caída de Moreira “favorece” la victoria del PRI, como si su permanencia hubiera sido el adelanto de la derrota.
En el fondo, la caída de Moreira tuvo sus principales referentes en la lucha dentro del PRI por el control del partido y la asignación de candidaturas legislativas. En este contexto, la posible designación de Pedro Joaquín Coldwell como nuevo presidente del tricolor podría ser una negociación interna con el grupo de Beltrones pero con efectos colaterales en la alianza del PRI con Gordillo y en el reparto de candidaturas legislativas o al final Coldwell se sometería al control directo de Peña Nieto.
Lo único que quedó claro de la caída de Moreira es que el PRI no se ha cohesionado y que podría estarse incubando un Tucom divisionista contra el estilo presidencialista de Peña Nieto muy parecido al presidencialismo autoritario de Carlos Salinas de Gortari.
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