Antonio Navalón
No hay espectáculo más revelador sobre la esencia alemana que ver a los alemanes, consigo mismos, en el laberinto de su poder.
El mundo económico, de norte a sur y de este a oeste, intenta entender qué va a pasar. Los mercados, además, se preguntan: ¿habrá eurobonos?
¿Qué le pasa a Merkel? ¿Qué le pasa a su ministro de Economía, recluido por una bala terrorista en una silla de ruedas? ¿Qué le pasa a Sarkozy? Les pasa lo mismo aunque por razones muy diferentes.
Cuando los alemanes llegan al poder les entra la duda metódica que consiste en que su método debe ser el bueno porque de otra manera sería inexplicable su llegada al poder.
A partir de ese momento se pierde lo único que de verdad construye el desarrollo social: Alemania considera que puede gobernar una Europa que, lo sepa o no, está llena de mariscales Pétain y Pierre Lavals, aunque ellos no quieran serlo.
¿Se imaginan lo que piensa un griego dirigido por un tecnócrata, empleado del mismo banco que hizo toda la artillería de falsificación de las cuentas públicas de Grecia, que ahora va a administrar en los próximos nueve años todas las recetas contra el pueblo griego para que al final los que sobrevivan acaben viviendo como migrantes turcos en un suburbio de Hannover?
La Unión Europea fue el resultado de dos guerras mundiales, dos veces en las que Alemania tuvo el poder de la zona. Hoy Europa es cualquier cosa: una moneda, unas fronteras comunes, una comisión con la que nadie habla y a la que nadie le hace caso, es todo, excepto una voluntad política común.
La voluntad política está en Berlín y tiene que ver con lo que Alemania aguantará. ¿Cómo se puede gobernar Italia, Grecia, España, Irlanda o Portugal sobre la necesidad de la pureza administrativa alemana?
Inglaterra, donde surgió el concepto de Wealth Care State, no forma parte del euro, sin embargo las convulsiones de la moneda de la Unión Europea afectan gravemente el presente y futuro inglés. Además, se esté o no con el euro, la pensión y la asistencia médica que me garantizaba lo que empezó en Inglaterra ha muerto.
A los ingleses no les salen las cuentas, pero eso no es lo peor. Se ha perdido la capacidad de hacer algo para poder pagar lo que se debe y eso es exactamente la fórmula económica que está usando la Unión Europea: medidas restrictivas por todas partes que bloquean el crecimiento de cualquier negocio, todo el dinero se va a quien creó la crisis —los bancos— y no está generando más trabajo ni salidas.
Sarkozy quiso ganar la elección presidencial sobre la base de ir montado a la grupa de Merkel para así mirar al resto de los países y que nadie mirara a Francia. Eso ya no es posible. Alemania en su propio análisis, que es absolutamente autista, no mira nada ni a nadie.
En la anterior crisis China ayudó más que Alemania a salir del primer atorón del euro. En esta ocasión, si no se redefine una estructura política que le sirva a un griego, a un español, a un irlandés, a un portugués y a un italiano, no se preocupe usted, que tendremos los mejores resultados de los cementerios europeos.
Sin duda, la realidad económica actual mundial tiene muy difícil explicación y una fácil comprensión. Cuando uno relee Too big to Fail, uno entiende que la economía moderna se convirtió en un ejercicio insensato de prepotencia y estupidez colectiva de los dirigentes de los principales bancos: compraban todo a cualquier precio, se lo llevaban con un sentido global de la impunidad que todavía acompaña nuestros días.
Los causantes de la tragedia fueron los políticos y sobre todo gente como Allan Greenspan, pues en contra de lo que ellos pensaron, el mercado no supo autorregularse, es decir, calmarse y tener sentido de la supervivencia.
En definitiva Estados Unidos y Europa no quisieron cobrar la responsabilidad en la que habían incurrido los políticos y los banqueros. Años después la crisis es cada vez más grande, el dinero se va retirando, los banqueros siguen en su sitio y los políticos siguen sin pagar.
Mientras tanto, la solución ya se sabe que no es política —porque la política es lo que ha muerto—, sobre todo porque seguimos en medio de algo mucho más profundo que una crisis económica, ni siquiera sistémica, ni siquiera estructural, seguimos colectivamente en medio de un crimen sin castigo que nadie quiere cobrar.
No hay espectáculo más revelador sobre la esencia alemana que ver a los alemanes, consigo mismos, en el laberinto de su poder.
El mundo económico, de norte a sur y de este a oeste, intenta entender qué va a pasar. Los mercados, además, se preguntan: ¿habrá eurobonos?
¿Qué le pasa a Merkel? ¿Qué le pasa a su ministro de Economía, recluido por una bala terrorista en una silla de ruedas? ¿Qué le pasa a Sarkozy? Les pasa lo mismo aunque por razones muy diferentes.
Cuando los alemanes llegan al poder les entra la duda metódica que consiste en que su método debe ser el bueno porque de otra manera sería inexplicable su llegada al poder.
A partir de ese momento se pierde lo único que de verdad construye el desarrollo social: Alemania considera que puede gobernar una Europa que, lo sepa o no, está llena de mariscales Pétain y Pierre Lavals, aunque ellos no quieran serlo.
¿Se imaginan lo que piensa un griego dirigido por un tecnócrata, empleado del mismo banco que hizo toda la artillería de falsificación de las cuentas públicas de Grecia, que ahora va a administrar en los próximos nueve años todas las recetas contra el pueblo griego para que al final los que sobrevivan acaben viviendo como migrantes turcos en un suburbio de Hannover?
La Unión Europea fue el resultado de dos guerras mundiales, dos veces en las que Alemania tuvo el poder de la zona. Hoy Europa es cualquier cosa: una moneda, unas fronteras comunes, una comisión con la que nadie habla y a la que nadie le hace caso, es todo, excepto una voluntad política común.
La voluntad política está en Berlín y tiene que ver con lo que Alemania aguantará. ¿Cómo se puede gobernar Italia, Grecia, España, Irlanda o Portugal sobre la necesidad de la pureza administrativa alemana?
Inglaterra, donde surgió el concepto de Wealth Care State, no forma parte del euro, sin embargo las convulsiones de la moneda de la Unión Europea afectan gravemente el presente y futuro inglés. Además, se esté o no con el euro, la pensión y la asistencia médica que me garantizaba lo que empezó en Inglaterra ha muerto.
A los ingleses no les salen las cuentas, pero eso no es lo peor. Se ha perdido la capacidad de hacer algo para poder pagar lo que se debe y eso es exactamente la fórmula económica que está usando la Unión Europea: medidas restrictivas por todas partes que bloquean el crecimiento de cualquier negocio, todo el dinero se va a quien creó la crisis —los bancos— y no está generando más trabajo ni salidas.
Sarkozy quiso ganar la elección presidencial sobre la base de ir montado a la grupa de Merkel para así mirar al resto de los países y que nadie mirara a Francia. Eso ya no es posible. Alemania en su propio análisis, que es absolutamente autista, no mira nada ni a nadie.
En la anterior crisis China ayudó más que Alemania a salir del primer atorón del euro. En esta ocasión, si no se redefine una estructura política que le sirva a un griego, a un español, a un irlandés, a un portugués y a un italiano, no se preocupe usted, que tendremos los mejores resultados de los cementerios europeos.
Sin duda, la realidad económica actual mundial tiene muy difícil explicación y una fácil comprensión. Cuando uno relee Too big to Fail, uno entiende que la economía moderna se convirtió en un ejercicio insensato de prepotencia y estupidez colectiva de los dirigentes de los principales bancos: compraban todo a cualquier precio, se lo llevaban con un sentido global de la impunidad que todavía acompaña nuestros días.
Los causantes de la tragedia fueron los políticos y sobre todo gente como Allan Greenspan, pues en contra de lo que ellos pensaron, el mercado no supo autorregularse, es decir, calmarse y tener sentido de la supervivencia.
En definitiva Estados Unidos y Europa no quisieron cobrar la responsabilidad en la que habían incurrido los políticos y los banqueros. Años después la crisis es cada vez más grande, el dinero se va retirando, los banqueros siguen en su sitio y los políticos siguen sin pagar.
Mientras tanto, la solución ya se sabe que no es política —porque la política es lo que ha muerto—, sobre todo porque seguimos en medio de algo mucho más profundo que una crisis económica, ni siquiera sistémica, ni siquiera estructural, seguimos colectivamente en medio de un crimen sin castigo que nadie quiere cobrar.
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