Lecciones de caso Peña Nieto

Carlos Ramírez / Indicador Político

Los incidentes de tres aspirantes a cargos superiores de elección popular relacionados con la cultura y los libros fueron una especie de laboratorio sociológico y político para apreciar su formación intelectual para ejercer el poder y para apreciar su perfil pragmático como gobernantes.

La confusión sobre autores y títulos fue el menor de los problemas; las lecturas de los hombres de poder revelan parte de la formación intelectual de quienes deben tener la sensibilidad para ejercer el poder. Peña Nieto pareció leer La silla del águila porque sería una especie de El Príncipe región 4 para los priístas, Ernesto Cordero se enredó con nombres de una novela histórica menor y Mario Delgado quiso presumir con el boom latinoamericano tardío.

Las preguntas sobre autores debieron ser aprovechadas por los aspirantes para mandar mensajes políticos sobre su formación teórica. Pero cada uno de los tres mostró una bibliografía sin sentido. Las preguntas a los políticos fueron muy claras: Libros que los han formado, no qué lecturas recomiendan. Peña Nieto dice haber leído pasajes de la biblia pero no aclaró cuál de las versiones y qué pasajes y La silla del águila es una obra muy menor del Fuentes priísta; Cordero debía explicar qué tiene La isla de la pasión para forjar a un gobernante, y Cien años de soledad apareció como la coartada fácil sobre todo si se confunde su autoría.

Uno esperaría libros que forjaron el enfoque político de los gobernantes. Y muy pocos gobernantes, para decir casi ninguno, parece haber leído el texto que debe considerarse como la biblia de la ciencia política y de la tarea de los gobernantes: Discursos sobre la primera década de Tito Livio, la verdadera obra magna de Maquiavelo, mucho más rica que el manual del político perverso que quiere ser El Príncipe. En los Discursos Maquiavelo despliega el razonamiento político para la tarea primordial de un gobernante: cómo mantener y acrecentar la república.

Pero más allá del deber ser, los casos de Peña, Cordero y Delgado dejaron en el ambiente político varias lecciones:

1.- La ignorancia intelectual de quienes deben ejercer el poder con sensibilidad; con ello, quedó la sensación de que nuestros políticos son exageradamente pragmáticos, lo que aportaría elementos para entender por qué estamos como estamos.

2.- El analfabetismo cultural funcional de la clase política, sobre todo porque la cultura es uno de los elementos fundamentales --o al menos debería de serlo-- del ejercicio del poder. Si es grave en dos aspirantes presidenciales, no es menos justificable en un secretario de Educación Pública capitalino.

3.- El pecado de la presunción; los políticos mexicanos no debieran incursionar en escenarios ajenos a su formación, pero al asistir a eventos relacionados con los libros cuando menos debieron de haberse preparado sobre el tema central.
Codero criticó a Peña pero cometió la misma pifia.

4.- Si el ejercicio del poder se divide entre la responsabilidad y la convicción --diría Max Weber-- como campos dialécticos, la política debiera ser una fusión de la teoría y la práctica. En El Político Platón fija sus criterios sobre el rey filósofo como el ideal del gobernante, aunque fue echado de Siracusa cuando quiso educar a Dionisio.

5.- La cultura es el antídoto al pragmatismo de poder de los gobernantes. A partir de ahora, las preguntas sobre la formación intelectual de los gobernantes debieran ser obligatorias en entrevistas políticas. Más aún, los casos de Peña, Cordero y Delgado podrían ayudar a elaborar un cuestionario especial --¿Cuestionario Peña como Cuestionario Proust?-- para indagar el perfil intelectual de los gobernantes.

La formación intelectual de los gobernantes no sería la garantía del éxito pero sí ayudaría a sensibilizar a quienes toman decisiones. José López Portillo fue el presidente más culto que ha tenido el país, pero le tocó una crisis mal administrada por su gabinete económico, sobre todo Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari. José Vasconcelos fue el escritor de mayor rango intelectual que ha tenido la SEP y pudo desarrollar una expansión de la cultura en el ciclo de los caudillos; el escritor mayor Agustín Yáñez perdió al justificar el acoso de Díaz Ordaz a los estudiantes universitarios. Y pululan los intelectuales que han sido la coartada de las represiones del poder. Lo ideal sería que el poder estuviera acotado por la cultura.

Del caso Peña quedan dos puntos pendientes:

1.- Los políticos son los que determinan los espacios públicos y privados de sus familias. El presidente español José Luis Rodríguez Zapatero excluyó absolutamente a su familia de la política y ésta no aparece en ninguna actividad de medios. Pero cuando familiares de políticos explotan a los medios, aparecen en Hola y escriben en redes sociales, entonces se meten al debate público y deben de pagar su cuota de exposición mediática. Nadie empotró a la hija de Peña en el conflicto del domingo; ella se involucró con un comentario público. Al final, por añadidura, la familia es la ventana de la formación moral de los políticos.

2.- Ahora se sabe --www.sinembargo.mx/07-12-2011/89670-- que Peña Nieto tiene a una experta en redes sociales formada en Televisa, pero la tuitiza del lunes mostró que no le hizo caso o su asesora no supo qué hacer. Las redes internet no son sólo para reproducir mensajes sino para construir comunidades y para establecer diálogos y debates, retroalimentaciones; pero los políticos creen que las redes internet son el moderno espejo mágico de la bruja del cuento de Blanca Nieves, papel, decía Manuel Buendía, que en la época de esplendor del PRI ofrecían los periódicos diarios bajo control oficial.

Lo de menos es suponer si los incidentes les quitaron votos a Peña, Cordero y Delgado; lo importante es que la sociedad vio a los políticos en su verdadera dimensión cultural y la cultura es la esencia del ser humano.

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