Las prisas

Guerrero: salvar al jefe
Sin derecho a presidir
LSN, contratos, IFE

Julio Hernández López / Astillero


El gobernador de Guerrero se fabricó con rapidez sus expiatorios ángeles caídos. Uno, dos, tres: el procurador, el secretario de Seguridad Pública y el subsecretario encargado de cumplir las órdenes de limpieza que dice haber recibido del mandatario en fuga y que considera haber cumplido con eficacia. Carretera limpia le habían pedido y carretera limpia entregó el general Arreola, ahora cesado. Pero el hilo de las responsabilidades se rompe por lo más delgado del organigrama y, para no dejar duda de que el fuego rozó las alturas y mantiene viva la amenaza, el entrampado Ángel Aguirre Rivero se deshizo con prontitud de tres de sus principales compañeros de viaje administrativo.

A diferencia de las maniobras de aligeramiento de equipaje tóxico que hizo el ex priísta habilitado como izquierdista, el calderonismo siempre complacido no movió ni una ceja ante las evidencias videográficas, aportadas por el mismo aguirrismo despechado, de que policías federales habían golpeado a estudiantes y habían avivado el encono en el escenario explosivo de Chilpancingo y los estudiantes normalistas en constante y aguerrida protesta. Sin embargo, más allá de los pleitos entre niveles de gobierno y las consecuencias que cada bando busque en términos partidistas y electorales, aún no se conoce con precisión el motivo por el cual se produjo una reacción a todas luces excesiva, con tiradores vestidos de civil y protegidos o cuando menos tolerados por policías de uniforme. ¿Qué fue lo que generó tan impresionante capacidad de fuego, disparos directos a la cabeza de los dos muertos, persecución y golpes? ¿Una decisión cupular de asestar un castigo ejemplar a los manifestantes frecuentes? ¿Provocación e infiltración?

Otro ser con pretensiones celestiales sigue asomado al abismo. El maniquí habilitado por el PRI como virtual candidato presidencial continúa atorado en el retén insalvable de las preguntas sin guión preparado. Producto inflado, con saborizantes y conservadores artificiales, que debe mantenerse bajo protección en lugares ajenos a la discusión intelectual, el cosmético Enrique Peña Nieto sigue recibiendo tunda tras tunda en razón de viejos, nuevos y anunciadamente venideros tropezones o dislates, como él con gran ternura le ha llamado a la escandalosa demostración pública de ignorancia continua e irremontable que va haciendo en cuanta entrevista no arreglada le es posible.

Ayer tocó el turno del destazamiento al escritor Carlos Fuentes, a quien Pena (sí, con ene) Nieto confundió con Enrique Krauze como autor de un libro que decía el aspirante priísta que había leído. Fuentes dijo que el ex gobernador del estado de México tiene derecho a no leer determinados libros ni conocer a sus autores, pero no a querer ser presidente de México desde la ignorancia.

Tal vacuidad no es algo que pueda tolerarse en quien aspira a gobernar un país con tan grandes y graves problemas como México, pero el PRI y el propio Pena Nieto prefieren acomodarse bajo la sombrilla de fácil adquisición que adjudica a oposiciones partidistas y electorales el asombro, enojo y temor que provoca la perseverante campaña del mencionado Enrique contra sí mismo a través de la autoflagelación intelectual. Con prisa que sigue demostrando la increíble incapacidad del gaviotismo para remontar una crisis de más de 10 días atrás, el candidato que no es la señora de la casa trata de convertirse en víctima de complot cuando, en realidad, lo es día tras día de sí mismo.

En San Lázaro están tratando de aparentar responsabilidad y eficacia a marchas forzadas. Pero, en realidad, lo que buscan es filtrar a última hora, con el sopor de temporada encima, aprobaciones en temas polémicos que no pudieron sacar adelante en plazos ordinarios. Muy peligroso es, desde luego, el intento de aprobar a empujones la controvertida reforma a la Ley de Seguridad Nacional, que facultaría al encargado de la Presidencia de la República a poner en práctica mecanismos de virtual estado de sitio. Sin tales modificaciones, Calderón ha convertido al país en un gran cuartel y con soldados, marinos y policías federales ha tomado (o tratado de tomar; los resultados son otra cosa) el control de regiones enteras.

Ahora, con la nueva letra legal, estaría en condiciones excepcionalmente favorables para hacer más o menos lo que le dé en gana, siempre y cuando invoque perturbaciones a la paz interior y cumpla con ciertos trámites burocráticos. Los priístas de San Lázaro, bajo el mando del copete en jaque, están en favor de esas reformas porque quieren dar esas facultades autoritarias a quien creen enfilado inevitablemente a Los Pinos, sin reparar en que esas mismas modificaciones de hoy podrían ser la llave maestra para que el calderonismo en armas cancele, altere o cometa otro fraude en las próximas elecciones.

En la misma Cámara de Diputados se aprobó ayer la Ley de Asociaciones Público-Privadas, que servirá para que los detentadores actuales del poder público, de sus contratos y privilegios, hagan negocio no solamente de fin de sexenio, sino de una transexenalidad por definirse. En un país escandalosamente lleno de ejemplos de uso de las atribuciones gubernamentales para favorecer a camarillas empresariales, que a su vez retribuyen económicamente a los funcionarios amables, se está institucionalizando la manera de colocar el erario al servicio de intereses privados. Sólo votaron en contra la bancada del PT y una parte de la del PRD. El ebrardista Armando Ríos Píter, por ejemplo, estuvo en favor, y Alejandro Encinas en contra. Año de Hidalgo que durará de aquí a diciembre de 2012, pero mediante convenios y arreglos de largo plazo seguirá dando réditos a los funcionarios salientes muchos años después.

Y, mientras los diputados nombran a los tres consejeros faltantes del IFE, sin cumplir con la obligación de la consulta ciudadana y a través de angustiado y apresurado arreglo entre cúpulas, ¡hasta mañana, en esta columna en busca de posada cacahuatera!

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