Guillermo Almeyra
Con un país con 67 mil asesinados, ocupado militarmente, en el que el narcotráfico despliega ejércitos mejor armados que las fuerzas del Estado, y donde Estados Unidos manda, entra, sale, actúa, controla, manda armas a los narcos, lava dinero de la droga, espía y hace y deshace en la política y en la economía –y en medio de la mayor crisis capitalista mundial de todos los tiempos– no estamos ante una simple renovación electoral de la cúpula del Estado. Lo que está en juego es si México culminará su integración subordinada con Washington. Es la independencia del país y la posibilidad de una alternativa al neocolonialismo y de la construcción de un sistema que asegure trabajo, estabilidad, desarrollo, paz y justicia, trabajando para eliminar la explotación y la opresión. El peligro es inmediato pues incluso se ventilan abiertamente en sedes gubernamentales estadunidenses los proyectos de anexión de México. Las elecciones se dan en este contexto. El pantanoso terreno electoral, por consiguiente, forma parte del frente de batalla entre explotadores y explotados cuando los primeros están llevando a cabo una feroz ofensiva contra los salarios, los derechos y todas las conquistas civilizatorias logradas por casi un siglo de luchas obreras y populares y quieren revivir las condiciones del siglo XIX. Si los que en 2006 promovieron la abstención favorecieron a Calderón, con los resultados conocidos, ahora no sólo favorecen al PRI/PAN en el poder –y particularmente a la banda de Peña Nieto–, sino que también –al no ofrecer una alternativa– siembran desorganización, desunión, desmoralización, pasividad y ayudan así poderosamente al capitalismo para que éste haga pagar su crisis a sus víctimas. Son apolíticos que hacen la peor de las políticas: la de la pasividad y el conservadurismo. Son antielectoralistas que salen de su carencia de ideas y su mudez sólo para proponer la peor de las posiciones electorales, la abstención que deja el camino libre al candidato más reaccionario.
Toda revolución burguesa –la estadunidense, la francesa, las guerras de Independencia en América Latina, la Revolución Mexicana– siempre vio enfrentarse sectores de las clases dominantes o sus representantes, y en ellas los oprimidos y explotados, aunque no las dirigieron, participaron en esa lucha con mayor o menor independencia (Zapata se alzó con Madero contra Díaz, pero sin someterse al maderismo). Sólo los estúpidos pueden creer que son todos iguales y que da lo mismo que gane Juárez o Maximiliano (o, con todas las diferencias del caso, Calderón o López Obrador, éste o Peña Nieto). Porque, aunque los trabajadores no pueden esperar nada sino de sí mismos y de su independencia política y su autorganización, no les es indiferente si existe o no un marco constitucional en el país, si se logran o no espacios democráticos, si se roba y mata impunemente o si el gobierno al menos trata de poner reglas y de impedir que funcione la ley del más fuerte.
Sólo los que ignoran la historia creen que los movimientos dependen ciegamente de sus líderes. Quienes creen en AMLO no son forzosamente la réplica de éste. López Obrador gobernó la ciudad de México autoritaria y arbitrariamente y favoreció a los sectores empresariales. La política de Morena depende exclusivamente de sus decisiones y su programa escrito se da de patadas con su política de alianzas con sectores que buscan lo opuesto de lo que él proclama. Cuando las políticas que engendran muertes, hambre, pobreza extrema, ilegalidad, emigración masiva y colonización del país enfrentan a unos pocos multimillonarios con el resto de los mexicanos, AMLO se olvida de las clases y nos dice que el eje de su política es el amor (¿a quién?) y la lucha contra la corrupción (¿de quiénes?). Ahora, a riesgo de perder parte de su apoyo, se presenta como moderado para tratar de ganar el de los sectores capitalistas preocupados por el hundimiento del mercado interno y para eliminar la imagen de peligro para México que le fabricó el oligopolio televisivo, aunque Jorge Castañeda y Adolfo Aguilar Zinser hundieron a Cuauhtémoc Cárdenas con esa misma táctica… Además, nunca llamó a sus bases a movilizarse sino con fines electorales, y así las mantiene sin iniciativa y desorganizadas cuando, como lo demuestran los fraudes de 1988 y de 2006, no existe ninguna garantía de que no habrá que rebelarse contra otro despojo de la voluntad popular. AMLO es un político formado en la escuela priísta del pragmatismo y las maniobras sin principios que sin embargo apoyó al neozapatismo chiapaneco, creó universidades y escuelas, no robó ni reprimió y, por eso, sólo calumniadores de la más baja estofa moral pueden llamarlo bribón.
Pero lo que está en juego no es meramente una elección sino la creación de una nueva relación de fuerzas entre las clases. Y quien puede evitar el desastre no es AMLO sino el movimiento político-social que lo apoya. No existe en México otra fuerza democrática de masas. Ella ocupó el paseo de la Reforma para defender la voluntad popular e imponer cambios sociales. No depende de AMLO aunque lo sigue y confía en él. No existe otro sector que pueda organizarse y luchar por el cambio social ni donde sea posible promover ideas anticapitalistas.
Por lo tanto, manteniendo la independencia política, criticando las concepciones teóricas y las políticas erróneas del candidato, es indispensable luchar por el triunfo electoral del movimiento que lo apoya y por la organización autónoma y el desarrollo del mismo. Las bases de Morena tienen una capacidad de comprensión que los ultraizquierdistas desprecian. Un voto crítico de apoyo permitiría a quienes quieren una política anticapitalista consecuente estar junto a ellas ayudándolas a organizarse, a combatir toda claudicación y a hacer frente a un nuevo fraude. La abstención, en cambio, es una actitud pasiva y ayuda a la derecha. La lógica más simple lleva a condenarla.
Con un país con 67 mil asesinados, ocupado militarmente, en el que el narcotráfico despliega ejércitos mejor armados que las fuerzas del Estado, y donde Estados Unidos manda, entra, sale, actúa, controla, manda armas a los narcos, lava dinero de la droga, espía y hace y deshace en la política y en la economía –y en medio de la mayor crisis capitalista mundial de todos los tiempos– no estamos ante una simple renovación electoral de la cúpula del Estado. Lo que está en juego es si México culminará su integración subordinada con Washington. Es la independencia del país y la posibilidad de una alternativa al neocolonialismo y de la construcción de un sistema que asegure trabajo, estabilidad, desarrollo, paz y justicia, trabajando para eliminar la explotación y la opresión. El peligro es inmediato pues incluso se ventilan abiertamente en sedes gubernamentales estadunidenses los proyectos de anexión de México. Las elecciones se dan en este contexto. El pantanoso terreno electoral, por consiguiente, forma parte del frente de batalla entre explotadores y explotados cuando los primeros están llevando a cabo una feroz ofensiva contra los salarios, los derechos y todas las conquistas civilizatorias logradas por casi un siglo de luchas obreras y populares y quieren revivir las condiciones del siglo XIX. Si los que en 2006 promovieron la abstención favorecieron a Calderón, con los resultados conocidos, ahora no sólo favorecen al PRI/PAN en el poder –y particularmente a la banda de Peña Nieto–, sino que también –al no ofrecer una alternativa– siembran desorganización, desunión, desmoralización, pasividad y ayudan así poderosamente al capitalismo para que éste haga pagar su crisis a sus víctimas. Son apolíticos que hacen la peor de las políticas: la de la pasividad y el conservadurismo. Son antielectoralistas que salen de su carencia de ideas y su mudez sólo para proponer la peor de las posiciones electorales, la abstención que deja el camino libre al candidato más reaccionario.
Toda revolución burguesa –la estadunidense, la francesa, las guerras de Independencia en América Latina, la Revolución Mexicana– siempre vio enfrentarse sectores de las clases dominantes o sus representantes, y en ellas los oprimidos y explotados, aunque no las dirigieron, participaron en esa lucha con mayor o menor independencia (Zapata se alzó con Madero contra Díaz, pero sin someterse al maderismo). Sólo los estúpidos pueden creer que son todos iguales y que da lo mismo que gane Juárez o Maximiliano (o, con todas las diferencias del caso, Calderón o López Obrador, éste o Peña Nieto). Porque, aunque los trabajadores no pueden esperar nada sino de sí mismos y de su independencia política y su autorganización, no les es indiferente si existe o no un marco constitucional en el país, si se logran o no espacios democráticos, si se roba y mata impunemente o si el gobierno al menos trata de poner reglas y de impedir que funcione la ley del más fuerte.
Sólo los que ignoran la historia creen que los movimientos dependen ciegamente de sus líderes. Quienes creen en AMLO no son forzosamente la réplica de éste. López Obrador gobernó la ciudad de México autoritaria y arbitrariamente y favoreció a los sectores empresariales. La política de Morena depende exclusivamente de sus decisiones y su programa escrito se da de patadas con su política de alianzas con sectores que buscan lo opuesto de lo que él proclama. Cuando las políticas que engendran muertes, hambre, pobreza extrema, ilegalidad, emigración masiva y colonización del país enfrentan a unos pocos multimillonarios con el resto de los mexicanos, AMLO se olvida de las clases y nos dice que el eje de su política es el amor (¿a quién?) y la lucha contra la corrupción (¿de quiénes?). Ahora, a riesgo de perder parte de su apoyo, se presenta como moderado para tratar de ganar el de los sectores capitalistas preocupados por el hundimiento del mercado interno y para eliminar la imagen de peligro para México que le fabricó el oligopolio televisivo, aunque Jorge Castañeda y Adolfo Aguilar Zinser hundieron a Cuauhtémoc Cárdenas con esa misma táctica… Además, nunca llamó a sus bases a movilizarse sino con fines electorales, y así las mantiene sin iniciativa y desorganizadas cuando, como lo demuestran los fraudes de 1988 y de 2006, no existe ninguna garantía de que no habrá que rebelarse contra otro despojo de la voluntad popular. AMLO es un político formado en la escuela priísta del pragmatismo y las maniobras sin principios que sin embargo apoyó al neozapatismo chiapaneco, creó universidades y escuelas, no robó ni reprimió y, por eso, sólo calumniadores de la más baja estofa moral pueden llamarlo bribón.
Pero lo que está en juego no es meramente una elección sino la creación de una nueva relación de fuerzas entre las clases. Y quien puede evitar el desastre no es AMLO sino el movimiento político-social que lo apoya. No existe en México otra fuerza democrática de masas. Ella ocupó el paseo de la Reforma para defender la voluntad popular e imponer cambios sociales. No depende de AMLO aunque lo sigue y confía en él. No existe otro sector que pueda organizarse y luchar por el cambio social ni donde sea posible promover ideas anticapitalistas.
Por lo tanto, manteniendo la independencia política, criticando las concepciones teóricas y las políticas erróneas del candidato, es indispensable luchar por el triunfo electoral del movimiento que lo apoya y por la organización autónoma y el desarrollo del mismo. Las bases de Morena tienen una capacidad de comprensión que los ultraizquierdistas desprecian. Un voto crítico de apoyo permitiría a quienes quieren una política anticapitalista consecuente estar junto a ellas ayudándolas a organizarse, a combatir toda claudicación y a hacer frente a un nuevo fraude. La abstención, en cambio, es una actitud pasiva y ayuda a la derecha. La lógica más simple lleva a condenarla.
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