J. A. Tapia
Quienes quieren entender esa cosa tan compleja denominada “economía” a menudo encuentran un obstáculo fenomenal en la jerga que usan quienes saben de temas económicos que, supuestamente, son los economistas. En la jerga económica hay tantos y tan variados vocablos que no tienen uso en el habla habitual que cuando los profanos leen textos económicos con frecuencia tienen la misma sensación que si estuvieran leyendo un texto escrito en una lengua extranjera. A ello también contribuye que muchos de los textos sobre temas económicos que se hallan tanto en libros como en soporte periodístico son traducciones (hoy generalmente procedentes del inglés), muchas veces de una calidad un tanto mediocre, cuando no mala. El lector puede pensar así que el asunto que trata este artículo o tal libro es muy complejo o muy complicado, cuando el problema a veces es simplemente que el traductor hizo una mala traducción, o que el autor del texto usó despreocupadamente la jerga del oficio, sin explicarla a los profanos.
Uno de los ámbitos de la economía en el que más a menudo hay confusión conceptual y en el que la jerga constituye a menudo una barrera casi infranqueable para la comprensión de los no iniciados es el de lo relacionado con lo que en inglés se denominan business fluctuations, macroeconomic fluctuations, business cycle, o más raramente trade cycle, índustrial cycle o economic cycle. Tales expresiones son equivalentes, porque se refieren todas ellas al “ciclo económico”, a la alternancia permanente (pero imprevisible por su irregularidad) de periodos de expansión y de contracción en las llamadas economías “de libre mercado” o “de libre empresa”, alias economías capitalistas. Sin embargo, que todos esos términos son básicamente equivalentes dista de ser conocimiento general entre quienes han de lidiar con tales expresiones y así, por ejemplo, no es raro encontrar en textos en castellano referencias al “ciclo de negocios” (que sería la traducción literal de business cycle) al lado de referencias a “la coyuntura” o el “ciclo industrial” o “las fluctuaciones macroeconómicas”, o “la crisis” (que es otra forma de denominar a la recesión) como si estas cosas fueran cosas distintas, cuando todas estas expresiones se refieren a los mismo. Que esta terminología da lugar a confusión lo revela claramente, por ejemplo, la entrada “coyuntura” de Wikipedia, que dice que coyuntura y coyuntural “es lo opuesto a estructura y estructural” y que los procesos económicos, tales como series de precios o salarios, las crisis y las revoluciones, serían buenos ejemplos de coyunturas o situaciones coyunturales. Todo esto es muy confuso, porque en realidad cuando en discusiones económicas se alude a la coyuntura, a lo que se está haciendo referencia es al estado de expansión o de contracción de la actividad económica en general. Muchos estudiosos de la economía consideran que la existencia de esas fluctuaciones macroeconómicas, de esa alternancia entre prosperidad y crisis, entre expansión y depresión, es esencial en la economía capitalista y, por tanto, la “coyuntura” estaría así reflejando un aspecto permanente, estructural. La alternancia expansión-contracción en el “organismo económico capitalista” no sería así menos estructural que otras alternancias, como son por ejemplo la alternancia sístole-diástole en el sistema circulatorio (o sea, los latidos del corazón) u otras alternancias fisiológicas como inspiración-espiración o vigilia-sueño en los vertebrados superiores.
“La coyuntura” es básicamente lo mismo que “el ciclo”, sea cual sea el adjetivo de los mencionados (industrial, comercial, económico) que se le ponga a este sustantivo. Y, por supuesto, en lo fundamental es irrelevante que la fase expansiva se llame coyuntura alcista, prosperidad, expansión, auge económico o aceleración de los negocios. La otra fase del ciclo puede igualmente denominarse de diversas formas: contracción, estancamiento, recesión o incluso depresión o crisis cuando la interrupción de la actividad económica es especialmente marcada.
En la jerga económica a menudo se usan los adjetivos procíclico, contracíclico y acíclico, cuyo significado es relativamente claro, aunque su uso es a veces ambiguo, como se explicará. Variables económicas como la inversión en equipo industrial, las ventas inmobiliarias, los salarios, la recaudación fiscal o los tipos de interés, que tienden a aumentar en las fases de expansión y a disminuir en las fases de contracción parecen ir “acompañando” el ciclo, o “a favor” del mismo y por ello se las denomina variables procíclicas. Otras variables aumentan en la contracción y disminuyen en la expansión y como parecen ir “en contra” del ciclo, se denominan contracíclicas o anticíclicas; un ejemplo típico de variable contracíclica es la tasa de desempleo. También son contracíclicas las quiebras empresariales, ya se las mida en número, volumen (estimado por ejemplo por el capital total de las empresas quebradas en, digamos, un trimestre) o la tasa de quiebras (el porcentaje de todas las empresas existentes que quiebran en un periodo dado). Es interesante que la investigación demográfica y sanitaria ha demostrado que hay muchas variables sociales, no económicas, que tienen relación con el ciclo macroeconómico. Así, por ejemplo, la mortalidad por suicidios es contracíclica (aumenta en las recesiones) mientras que la mortalidad por infartos de miocardio y por traumatismos industriales o relacionados con el tráfico, los matrimonios, los nacimientos y el consumo de tabaco son todas ellas variables procíclicas (aumentan en la prosperidad). El adjetivo acíclico se aplicaría a variables como la producción agrícola o la pluviosidad anual que en general varían sin relación con las fases de expansión y contracción de la economía.
Sin embargo, hay un uso de los términos procíclico y contracíclico que es ambiguo aunque a menudo se ve en textos de contenido económico. Por ejemplo, en textos recientes podemos leer que la elite política europea está intentando aplicar políticas procíclicas de austeridad. ¿Qué quiere decir esto? La verdad es que no está muy claro, porque las políticas de austeridad lo que pretenden, según quienes las proponen y defienden, es sacar a la economía de la crisis; otra cosa, claro, es que lo consigan. Quien habla de políticas de austeridad procíclicas probablemente quiere decir que las políticas de austeridad, por ejemplo, el recorte del gasto público en educación o en obras públicas, al reducir el volumen de salarios y la actividad industrial hacen disminuir también la demanda agregada (que es la suma de inversión, consumo y gasto público) y, así, agravan la contracción de la economía. De la misma manera, a menudo se califican como contracíclicas políticas económicas tales como el aumento de la duración del subsidio de desempleo o la reducción de los cotizaciones salariales a la seguridad social que se aplicarían en los periodos de contracción. Calificar de contracíclica una reducción de las contribuciones salariales a la seguridad social supone que tal política contribuirá a aminorar o contrarrestar “el ciclo”, o sea, contribuirá a que se pase la crisis. Pero si una cosa disminuye en la contracción y aumenta en la expansión, es procíclica según la definición original de este término. Por eso, hablar de políticas procíclicas o contracíclicas es algo que sería mejor evitar si lo que se quiere es hablar claro. Que una política económica determinada favorezca la estabilidad económica o tienda a hacer más intensa la alternancia de expansión y recesión no es ni mucho menos evidente. Para muchos economistas ortodoxos cualquier cosa que interfiera con el funcionamiento de los mercados (sean monopolios, sindicatos, subsidios de desempleo o impuestos) tiende a desequilibrar la economía y, así, a hacer que los ciclos sean más severos. En cambio para los economistas keynesianos, una política económica adecuada con intervención gubernamental puede eliminar las fases de recesión y así, eliminar el ciclo. Finalmente, para una minoría de economistas, las crisis económicas (y el ciclo correspondiente) son consustanciales al capitalismo y no tiene sentido tratar de eliminarlas si no es cambiando el sistema económico. En esta idea concordaron autores como Karl Marx, Wesley Mitchell y Joseph Schumpeter, aunque de entre estos solo Marx concluyó también que la misma dinámica del sistema empujará a los seres humanos a acabar con todas esas crisis que, además, se fundamentan en un sistema irracional en el que una gran mayoría de la población está sometida a condiciones de explotación.
Volviendo a la cuestión terminológica, claro está, por otra parte, que el objetivo de muchos es hablar de tal forma que no se les entienda o que solo les entiendan “sus colegas”. Aunque esto último es típico de la jerga de los delincuentes y grupos marginales, es habitual entre muchos grupos profesionales cuando lo que pretenden, consciente o inconscientemente, es excluir a los no iniciados. En el mundo desigual y jerárquico en el que vivimos a menudo se nos enseña que si no entendemos algo debe ser porque no sabemos lo suficiente. Da igual que no entendamos la misa en latín, las frases crípticas de Greenspan o la jerga inescrutable con la que el Dr. Mendizábal nos explica lo que le pasa a nuestro familiar, que se encuentra mal y tiene fiebre. Quienes nos lo dicen ya saben lo que hay que saber y tomarán las decisiones oportunas... por nosotros. Oponerse a la jerga y a esa forma de pensar es básico para que podamos progresar, si es que tal cosa significa algo tangible.
En un poema que se nos dedicó hace ya como medio siglo con el título de «A los hombres futuros», un famoso escritor alemán se asombraba de los tiempos en los que vivía, en los que, decía, hablar sobre árboles «es casi un crimen, porque supone callar sobre tantas alevosías». Quizá en estas semanas finales del 2011 en las que negros nubarrones se ciernen sobre la economía europea y mundial sea extemporáneo hablar de terminología económica. Pero no se pueden elegir los mejores momentos para cada cosa. Y tampoco se puede hablar de todo lo que habría hablar en cada momento.
Quienes quieren entender esa cosa tan compleja denominada “economía” a menudo encuentran un obstáculo fenomenal en la jerga que usan quienes saben de temas económicos que, supuestamente, son los economistas. En la jerga económica hay tantos y tan variados vocablos que no tienen uso en el habla habitual que cuando los profanos leen textos económicos con frecuencia tienen la misma sensación que si estuvieran leyendo un texto escrito en una lengua extranjera. A ello también contribuye que muchos de los textos sobre temas económicos que se hallan tanto en libros como en soporte periodístico son traducciones (hoy generalmente procedentes del inglés), muchas veces de una calidad un tanto mediocre, cuando no mala. El lector puede pensar así que el asunto que trata este artículo o tal libro es muy complejo o muy complicado, cuando el problema a veces es simplemente que el traductor hizo una mala traducción, o que el autor del texto usó despreocupadamente la jerga del oficio, sin explicarla a los profanos.
Uno de los ámbitos de la economía en el que más a menudo hay confusión conceptual y en el que la jerga constituye a menudo una barrera casi infranqueable para la comprensión de los no iniciados es el de lo relacionado con lo que en inglés se denominan business fluctuations, macroeconomic fluctuations, business cycle, o más raramente trade cycle, índustrial cycle o economic cycle. Tales expresiones son equivalentes, porque se refieren todas ellas al “ciclo económico”, a la alternancia permanente (pero imprevisible por su irregularidad) de periodos de expansión y de contracción en las llamadas economías “de libre mercado” o “de libre empresa”, alias economías capitalistas. Sin embargo, que todos esos términos son básicamente equivalentes dista de ser conocimiento general entre quienes han de lidiar con tales expresiones y así, por ejemplo, no es raro encontrar en textos en castellano referencias al “ciclo de negocios” (que sería la traducción literal de business cycle) al lado de referencias a “la coyuntura” o el “ciclo industrial” o “las fluctuaciones macroeconómicas”, o “la crisis” (que es otra forma de denominar a la recesión) como si estas cosas fueran cosas distintas, cuando todas estas expresiones se refieren a los mismo. Que esta terminología da lugar a confusión lo revela claramente, por ejemplo, la entrada “coyuntura” de Wikipedia, que dice que coyuntura y coyuntural “es lo opuesto a estructura y estructural” y que los procesos económicos, tales como series de precios o salarios, las crisis y las revoluciones, serían buenos ejemplos de coyunturas o situaciones coyunturales. Todo esto es muy confuso, porque en realidad cuando en discusiones económicas se alude a la coyuntura, a lo que se está haciendo referencia es al estado de expansión o de contracción de la actividad económica en general. Muchos estudiosos de la economía consideran que la existencia de esas fluctuaciones macroeconómicas, de esa alternancia entre prosperidad y crisis, entre expansión y depresión, es esencial en la economía capitalista y, por tanto, la “coyuntura” estaría así reflejando un aspecto permanente, estructural. La alternancia expansión-contracción en el “organismo económico capitalista” no sería así menos estructural que otras alternancias, como son por ejemplo la alternancia sístole-diástole en el sistema circulatorio (o sea, los latidos del corazón) u otras alternancias fisiológicas como inspiración-espiración o vigilia-sueño en los vertebrados superiores.
“La coyuntura” es básicamente lo mismo que “el ciclo”, sea cual sea el adjetivo de los mencionados (industrial, comercial, económico) que se le ponga a este sustantivo. Y, por supuesto, en lo fundamental es irrelevante que la fase expansiva se llame coyuntura alcista, prosperidad, expansión, auge económico o aceleración de los negocios. La otra fase del ciclo puede igualmente denominarse de diversas formas: contracción, estancamiento, recesión o incluso depresión o crisis cuando la interrupción de la actividad económica es especialmente marcada.
En la jerga económica a menudo se usan los adjetivos procíclico, contracíclico y acíclico, cuyo significado es relativamente claro, aunque su uso es a veces ambiguo, como se explicará. Variables económicas como la inversión en equipo industrial, las ventas inmobiliarias, los salarios, la recaudación fiscal o los tipos de interés, que tienden a aumentar en las fases de expansión y a disminuir en las fases de contracción parecen ir “acompañando” el ciclo, o “a favor” del mismo y por ello se las denomina variables procíclicas. Otras variables aumentan en la contracción y disminuyen en la expansión y como parecen ir “en contra” del ciclo, se denominan contracíclicas o anticíclicas; un ejemplo típico de variable contracíclica es la tasa de desempleo. También son contracíclicas las quiebras empresariales, ya se las mida en número, volumen (estimado por ejemplo por el capital total de las empresas quebradas en, digamos, un trimestre) o la tasa de quiebras (el porcentaje de todas las empresas existentes que quiebran en un periodo dado). Es interesante que la investigación demográfica y sanitaria ha demostrado que hay muchas variables sociales, no económicas, que tienen relación con el ciclo macroeconómico. Así, por ejemplo, la mortalidad por suicidios es contracíclica (aumenta en las recesiones) mientras que la mortalidad por infartos de miocardio y por traumatismos industriales o relacionados con el tráfico, los matrimonios, los nacimientos y el consumo de tabaco son todas ellas variables procíclicas (aumentan en la prosperidad). El adjetivo acíclico se aplicaría a variables como la producción agrícola o la pluviosidad anual que en general varían sin relación con las fases de expansión y contracción de la economía.
Sin embargo, hay un uso de los términos procíclico y contracíclico que es ambiguo aunque a menudo se ve en textos de contenido económico. Por ejemplo, en textos recientes podemos leer que la elite política europea está intentando aplicar políticas procíclicas de austeridad. ¿Qué quiere decir esto? La verdad es que no está muy claro, porque las políticas de austeridad lo que pretenden, según quienes las proponen y defienden, es sacar a la economía de la crisis; otra cosa, claro, es que lo consigan. Quien habla de políticas de austeridad procíclicas probablemente quiere decir que las políticas de austeridad, por ejemplo, el recorte del gasto público en educación o en obras públicas, al reducir el volumen de salarios y la actividad industrial hacen disminuir también la demanda agregada (que es la suma de inversión, consumo y gasto público) y, así, agravan la contracción de la economía. De la misma manera, a menudo se califican como contracíclicas políticas económicas tales como el aumento de la duración del subsidio de desempleo o la reducción de los cotizaciones salariales a la seguridad social que se aplicarían en los periodos de contracción. Calificar de contracíclica una reducción de las contribuciones salariales a la seguridad social supone que tal política contribuirá a aminorar o contrarrestar “el ciclo”, o sea, contribuirá a que se pase la crisis. Pero si una cosa disminuye en la contracción y aumenta en la expansión, es procíclica según la definición original de este término. Por eso, hablar de políticas procíclicas o contracíclicas es algo que sería mejor evitar si lo que se quiere es hablar claro. Que una política económica determinada favorezca la estabilidad económica o tienda a hacer más intensa la alternancia de expansión y recesión no es ni mucho menos evidente. Para muchos economistas ortodoxos cualquier cosa que interfiera con el funcionamiento de los mercados (sean monopolios, sindicatos, subsidios de desempleo o impuestos) tiende a desequilibrar la economía y, así, a hacer que los ciclos sean más severos. En cambio para los economistas keynesianos, una política económica adecuada con intervención gubernamental puede eliminar las fases de recesión y así, eliminar el ciclo. Finalmente, para una minoría de economistas, las crisis económicas (y el ciclo correspondiente) son consustanciales al capitalismo y no tiene sentido tratar de eliminarlas si no es cambiando el sistema económico. En esta idea concordaron autores como Karl Marx, Wesley Mitchell y Joseph Schumpeter, aunque de entre estos solo Marx concluyó también que la misma dinámica del sistema empujará a los seres humanos a acabar con todas esas crisis que, además, se fundamentan en un sistema irracional en el que una gran mayoría de la población está sometida a condiciones de explotación.
Volviendo a la cuestión terminológica, claro está, por otra parte, que el objetivo de muchos es hablar de tal forma que no se les entienda o que solo les entiendan “sus colegas”. Aunque esto último es típico de la jerga de los delincuentes y grupos marginales, es habitual entre muchos grupos profesionales cuando lo que pretenden, consciente o inconscientemente, es excluir a los no iniciados. En el mundo desigual y jerárquico en el que vivimos a menudo se nos enseña que si no entendemos algo debe ser porque no sabemos lo suficiente. Da igual que no entendamos la misa en latín, las frases crípticas de Greenspan o la jerga inescrutable con la que el Dr. Mendizábal nos explica lo que le pasa a nuestro familiar, que se encuentra mal y tiene fiebre. Quienes nos lo dicen ya saben lo que hay que saber y tomarán las decisiones oportunas... por nosotros. Oponerse a la jerga y a esa forma de pensar es básico para que podamos progresar, si es que tal cosa significa algo tangible.
En un poema que se nos dedicó hace ya como medio siglo con el título de «A los hombres futuros», un famoso escritor alemán se asombraba de los tiempos en los que vivía, en los que, decía, hablar sobre árboles «es casi un crimen, porque supone callar sobre tantas alevosías». Quizá en estas semanas finales del 2011 en las que negros nubarrones se ciernen sobre la economía europea y mundial sea extemporáneo hablar de terminología económica. Pero no se pueden elegir los mejores momentos para cada cosa. Y tampoco se puede hablar de todo lo que habría hablar en cada momento.
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