La Cristina mexicana

Raymundo Riva Palacio

Cristina Díaz tuvo un viernes como seguramente nunca antes en su vida. Sabía que Humberto Moreira, presidente del PRI, iba a renunciar ese mediodía y que por prelación –escalafón estatutario-, asumiría el cargo por ser secretaria general del partido, cuando menos efímeramente mientras las cúpulas del partido se ponen de acuerdo sobre quién conducirá el proceso hasta la designación de Enrique Peña Nieto como su candidato.

Su liderazgo responde a haber estado en el lugar adecuado en el momento preciso. Pero para una mujer cuya currícula está llena de palmarés en la burocracia del partido, este paso, por mercurial que sea, contará en su biografía política. La disciplina mostrada, también le abrirá la oportunidad que le robó el exgobernador de Nuevo León, Natividad González Parás, cuando impidió que llegara al Senado pese a contar con el apoyo del entonces presidente del PRI, Roberto Madrazo.

Cristina Díaz es un producto netamente regiomontano. Abogada por la Universidad Autónoma de Nuevo León, la mayor parte de su carrera política la hizo en Monterrey, aunque sus apoyos para crecer nunca estuvieron realmente ahí sino en el centro. Después de Madrazo, quien la impulsó, fue el dirigente de los burócratas, Joel Ayala, y en tiempos más recientes, fue el exgobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, quien avaló que fuera ella la compañera de fórmula con Moreira, en la secretaría general del partido.

Díaz llegó ahí tras una oscura presidencia en la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados –pese a su campaña contra los productos chatarra-, y luego de que como presidente municipal de Guadalupe, fue una de las alcaldesas en Nuevo León a la que se le escapó entre las manos la paz social ante la irrupción de la delincuencia organizada. La razón de su ascenso fue por conveniencia política de un grupo.

Al venir el relevo estatutario de la dirigencia del PRI, el senador Manlio Fabio Beltrones impulsó a su colega de Cámara, la chiapaneca María Elena Orantes, pero el grupo del centro y el norte del país incondicional a Peña Nieto, no lo iba a dejar pasar, y presentó como alternativa a Díaz. La maquinaria mexiquense no tuvo mayores problemas para colocarla en el cargo.

Su aterrizaje en escenarios donde no había actuado, fue difícil. Pese a su experiencia dentro del partido y en algunos cargos de elección popular, no estaba fogueada para enfrentar nuevos desafíos. Hace menos de un año, a una pregunta de ¿por qué alguien votaría por el PRI?, respondió con galimatías y lugares comunes. Pero hace unos días publicó en El Universal un artículo donde no sólo respondió esa pregunta, sino también el porqué querían regresar los priistas al poder y, sobre todo, para qué.

El texto está lleno de enunciados, pero en la dirección correcta: reactivación de la economía en beneficio de las clases medias, restablecimiento de las condiciones para la tranquilidad ciudadana, y un horizonte para los jóvenes que hoy son arrojados a la desesperanza y a los brazos del narcotráfico. Las ideas generales que plasmó atajan las angustias y expectativas de los mexicanos. No hay profundización aunque en realidad esa parte no le toca a ella, sino a quienes elaboren el programa de gobierno del PRI.

Sin ser un texto de grandes luces, Díaz mostró sin embargo un aprendizaje en todos estos meses de trabajo soterrado, y aguantó ser vista como una pieza que sólo servía para satisfacer la cuota de género en la dirigencia del partido y para evitar que otros grupos impusieran a los suyos. “Entre más la he conocido, más me ha ganado”, confió un colaborador cercano a la dirigencia del PRI que comentó su evolución días antes del nombramiento. “Cristina es una mujer muy trabajadora pero, sobre todo, confiable”.

El equipo de Peña Nieto no le ve tamaños de líder, pero efectivamente, la ve suficiente confiable para que las aguas no se muevan más de lo debido mientras se negocia la llegada de otra figura de mayor experiencia. Hace casi dos meses querían que se fuera Moreira junto con Díaz, pero se abstuvieron de seguir en esa ruta por las complicaciones estatuarias. Hace menos de un mes aceptaron que la mejor solución era ella, por prelación, con una nueva cuña, Ricardo Aguilar, el incondicional de Peña Nieto que asumió el viernes la secretaría general.

Un candidato no necesita tener al presidente del partido si tiene al secretario general. Los candidatos Miguel de la Madrid y Carlos Salinas tuvieron como hombres de confianza en el partido a Manuel Bartlett y Manuel Camacho en la secretaría general. Los presidentes del partido eran figuras de ornato, que es lo que podría depararle a Díaz, salvo que las circunstancias son otras.

De la Madrid y Camacho eran candidatos y el presidente priista, con lo cual sometió las rebeliones internas del partido en contra de sus designados. Hoy, Peña Nieto aún no es legalmente candidato y el presidente es enemigo de los priistas. No hay un jefe supremo que aplaque las rebeliones internas, que cada semana florecen como nuevos fenómenos en el PRI que quiere regresar a Los Pinos, y tiene que haber un árbitro que no esté tan identificado con el poder de Atlacomulco.

Díaz no cumple cabalmente ese papel, y es un handicap. Pedro Joaquín Coldwell, el senador sobre el que se están buscando los consensos para ungirlo como líder nacional, se encuentra en las antípodas, por ser cercano de Beltrones y uno de los más agraviados en los últimos días por Moreira. La búsqueda de esa figura responde a un nuevo planteamiento táctico dentro del PRI para evitar que las fisuras de las tres últimas semanas, se conviertan en fracturas.

La actual líder nacional no responde al interés táctico y estratégico de los grupos que tratan de encontrarse nuevamente. Pero al mismo tiempo, eso le da un espacio de autonomía que, con sólo administrar su paso por la dirigencia del PRI –porque la negociación real no pasará por ella-, puede encontrar esa viabilidad futura en el Senado que era lo que aspiraba hasta la semana pasada. El cargo de hoy es pasajero y no hará cuentas alegres con él. Ha aceptado jugar como una pieza de emergencia, aunque uno nunca sabe si las condiciones vuelvan a cambiar y se quede en forma más permanente.

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