Juan José R. Calaza / Faro de Vigo
Después de formarse en Alemania pero antes de especializarse en Cambridge en lógica y filosofía del lenguaje, Ludwig Wittgenstein realizó prácticas de ingeniería en Manchester. Una leyenda urbana le atribuye haber descubierto allí el principio del motor a reacción. Leyendas urbanas aparte, abundantes en torno a Wittgenstein, sí es cierto que dijo que los ingleses nunca serían tan buenos ingenieros como los alemanes pero que Alemania tampoco sería capaz de crear una civilización tan perfecta como la británica. Sin embargo, por lo que concierne a esa supuesta superioridad ingenieril no fue siempre así. Hacia 1840, los prusianos empezaron a importar de Inglaterra las máquinas-herramientas (machine-outil/ machine tool) en cuya tecnología eran pioneros los ingenieros de los astilleros británicos. De esa guisa principió la acumulación de conocimientos que, perfeccionismo mediante, llevaría a Alemania a la supremacía tecnológica en mecánica y otros sectores técnicos.
No sé a ciencia cierta si GB no ha querido integrarse en el euro por la superior civilización que le presumía Wittgenstein o por ser cuna de grandes economistas que calcularon los riesgos de la integración o porque no quiere competir directamente con los ingenieros alemanes ya que la punta de lanza de su economía, radicada en la City, se basa en otro tipo de competitividad.
Lo cierto es que los británicos han tenido siempre muy claro que carecía de fundamento invocar el efecto pernicioso de la incertidumbre/riesgo y volatilidad de los tipos de cambio entre las monedas europeas para justificar la desaparición de las mismas. Los buenos científicos económicos saben que la incertidumbre no es aditiva de forma que las oportunidades de ganancia superan casi siempre a las pérdidas. Por ejemplo, la mejor cobertura de una cartera de valores se obtiene añadiendo además covarianzas de tipos de cambio. Es asimismo cierto que una única moneda en el mundo "a pesar de la desaparición de la volatilidad y riesgo entre tipos de cambio" no aumentaría el comercio internacional sino lo disminuiría.
Además, el riesgo adquiere otro matiz cuando va asociado a la irreversibilidad en las decisiones y al valor de la información que se adquiere en el tiempo. En consonancia con la moderna teoría de opciones reales (Dixit y Pindyck o Trigeorgis) dadas ciertas condiciones lo más racional es esperar y aprender "wait and see" antes de decidir. Este principio es inmediatamente aplicable a la moneda única y es el que han seguido con excelente criterio Suecia y GB: esperar y ver cómo funciona el euro para sopesar si compensa adoptarlo. Por haber carecido de esa elemental e inteligente prudencia ahora estamos los españoles en este valle de lágrimas.
Por desgracia, contrariamente a los buenos economistas británicos, aún quedan bastantes ingenuos -algo indocumentados, todo hay que decirlo- que consideran la zona euro un espacio monetario óptimo generador, globalmente, de externalidades económicas virtuosas que compensan ampliamente sus desventajas. Este dislate teórico surge del sometimiento a un "teorema" -aceptado implícitamente por todos los políticos, economistas y funcionarios con algún peso dentro de los pasillos del poder europeos- que con cierto desparpajo podríamos anunciar así: lo que es bueno para Alemania es bueno para el euro y lo que es bueno para el euro es bueno para Europa. El problema es que ese teorema no existe, nadie lo ha demostrado y la realidad lo contradice cada día de la cruz a la fecha.
Para buscar una justificación teórica al euro, toda vez que no constituía una zona monetaria óptima, los expertos pagados por la Comisión europea se esforzaron en demostrar (Informe Emerson, "One Market. One Money", 1990) sus incuestionables ventajas partiendo del postulado que era necesario para el buen funcionamiento del gran mercado interior europeo instituido por el Acta única. Ciertamente, una misma moneda contribuye a la homogeneidad del sistema de precios puesto que se expresan en la misma unidad de cuenta. El euro reduce además los costes de transacción al suprimir las comisiones de cambio y elimina paralelamente los movimientos especulativos y otras inestabilidades monetarias. No cabe duda que sin ser completamente falso el mensaje sobrevaloraba las ventajas e intentaba ocultar otros costes puesto que la inestabilidad se traslada de mercado.
Pero quizás el aspecto más engañoso del Informe Emerson consistió en la pretensión que la disminución del tipo de interés real del que iba a gozar Europa, concomitante a la desaparición de la prima de riesgo entre los tipos de cambio de las monedas, no tendría solo efectos transitorios sobre el crecimiento sino permanentes. Aunque es un punto muy técnico que no voy a explicar ahora, deseo dejar constancia que cuando se aplican convenientemente los modelos de crecimiento endógeno se vuelven contra las conclusiones del informe "One Market. One Money". En Europa la polarización centro periferia es más nítida que en EE UU y estrechamente asociada a posiciones geográficas habida cuenta que las actividades suelen reagruparse en las zonas más productivas. Reforzando tal dinámica, el euro lleva por efecto acumulativo a la hegemonía definitiva de un núcleo de naciones europeas centrales sobre el resto. Por eso algunos envidiamos la lucidez de GB al no participar en un juego a suma nula en el que lo que ganan unas naciones lo pierden otras.
Frente al verdadero problema de fondo poco pueden hacer las retóricas cumbres europeas €muy mediatizadas, eso sí€ como no sea colocar algunos paños calientes en una situación que requiere imaginación y arrojo intelectual. Verbigracia, la adopción a conveniencia en la periferia europea de monedas paralelas al euro y cerradas, de curso legal y forzoso 1:1. Pero, claro, los oficiantes de esas cumbres, auténticas misas negras €que interpretan a la perfección la partitura alemana€ lo que priorizan es la más estricta ortodoxia respecto a la inflación. O sea, más desempleo y más pobreza. Uno de cada tres parados de la zona euro, U-17, es español (5,3 millones según la OCDE; 2,5 millones en GB) y nuestro nivel de vida relativo es el mismo que en 2002 respecto a la UE-27, promediando con países como Bulgaria y Rumanía, y ocho puntos por debajo de la UE-17 (GB, cuatro puntos por encima).
Después de formarse en Alemania pero antes de especializarse en Cambridge en lógica y filosofía del lenguaje, Ludwig Wittgenstein realizó prácticas de ingeniería en Manchester. Una leyenda urbana le atribuye haber descubierto allí el principio del motor a reacción. Leyendas urbanas aparte, abundantes en torno a Wittgenstein, sí es cierto que dijo que los ingleses nunca serían tan buenos ingenieros como los alemanes pero que Alemania tampoco sería capaz de crear una civilización tan perfecta como la británica. Sin embargo, por lo que concierne a esa supuesta superioridad ingenieril no fue siempre así. Hacia 1840, los prusianos empezaron a importar de Inglaterra las máquinas-herramientas (machine-outil/ machine tool) en cuya tecnología eran pioneros los ingenieros de los astilleros británicos. De esa guisa principió la acumulación de conocimientos que, perfeccionismo mediante, llevaría a Alemania a la supremacía tecnológica en mecánica y otros sectores técnicos.
No sé a ciencia cierta si GB no ha querido integrarse en el euro por la superior civilización que le presumía Wittgenstein o por ser cuna de grandes economistas que calcularon los riesgos de la integración o porque no quiere competir directamente con los ingenieros alemanes ya que la punta de lanza de su economía, radicada en la City, se basa en otro tipo de competitividad.
Lo cierto es que los británicos han tenido siempre muy claro que carecía de fundamento invocar el efecto pernicioso de la incertidumbre/riesgo y volatilidad de los tipos de cambio entre las monedas europeas para justificar la desaparición de las mismas. Los buenos científicos económicos saben que la incertidumbre no es aditiva de forma que las oportunidades de ganancia superan casi siempre a las pérdidas. Por ejemplo, la mejor cobertura de una cartera de valores se obtiene añadiendo además covarianzas de tipos de cambio. Es asimismo cierto que una única moneda en el mundo "a pesar de la desaparición de la volatilidad y riesgo entre tipos de cambio" no aumentaría el comercio internacional sino lo disminuiría.
Además, el riesgo adquiere otro matiz cuando va asociado a la irreversibilidad en las decisiones y al valor de la información que se adquiere en el tiempo. En consonancia con la moderna teoría de opciones reales (Dixit y Pindyck o Trigeorgis) dadas ciertas condiciones lo más racional es esperar y aprender "wait and see" antes de decidir. Este principio es inmediatamente aplicable a la moneda única y es el que han seguido con excelente criterio Suecia y GB: esperar y ver cómo funciona el euro para sopesar si compensa adoptarlo. Por haber carecido de esa elemental e inteligente prudencia ahora estamos los españoles en este valle de lágrimas.
Por desgracia, contrariamente a los buenos economistas británicos, aún quedan bastantes ingenuos -algo indocumentados, todo hay que decirlo- que consideran la zona euro un espacio monetario óptimo generador, globalmente, de externalidades económicas virtuosas que compensan ampliamente sus desventajas. Este dislate teórico surge del sometimiento a un "teorema" -aceptado implícitamente por todos los políticos, economistas y funcionarios con algún peso dentro de los pasillos del poder europeos- que con cierto desparpajo podríamos anunciar así: lo que es bueno para Alemania es bueno para el euro y lo que es bueno para el euro es bueno para Europa. El problema es que ese teorema no existe, nadie lo ha demostrado y la realidad lo contradice cada día de la cruz a la fecha.
Para buscar una justificación teórica al euro, toda vez que no constituía una zona monetaria óptima, los expertos pagados por la Comisión europea se esforzaron en demostrar (Informe Emerson, "One Market. One Money", 1990) sus incuestionables ventajas partiendo del postulado que era necesario para el buen funcionamiento del gran mercado interior europeo instituido por el Acta única. Ciertamente, una misma moneda contribuye a la homogeneidad del sistema de precios puesto que se expresan en la misma unidad de cuenta. El euro reduce además los costes de transacción al suprimir las comisiones de cambio y elimina paralelamente los movimientos especulativos y otras inestabilidades monetarias. No cabe duda que sin ser completamente falso el mensaje sobrevaloraba las ventajas e intentaba ocultar otros costes puesto que la inestabilidad se traslada de mercado.
Pero quizás el aspecto más engañoso del Informe Emerson consistió en la pretensión que la disminución del tipo de interés real del que iba a gozar Europa, concomitante a la desaparición de la prima de riesgo entre los tipos de cambio de las monedas, no tendría solo efectos transitorios sobre el crecimiento sino permanentes. Aunque es un punto muy técnico que no voy a explicar ahora, deseo dejar constancia que cuando se aplican convenientemente los modelos de crecimiento endógeno se vuelven contra las conclusiones del informe "One Market. One Money". En Europa la polarización centro periferia es más nítida que en EE UU y estrechamente asociada a posiciones geográficas habida cuenta que las actividades suelen reagruparse en las zonas más productivas. Reforzando tal dinámica, el euro lleva por efecto acumulativo a la hegemonía definitiva de un núcleo de naciones europeas centrales sobre el resto. Por eso algunos envidiamos la lucidez de GB al no participar en un juego a suma nula en el que lo que ganan unas naciones lo pierden otras.
Frente al verdadero problema de fondo poco pueden hacer las retóricas cumbres europeas €muy mediatizadas, eso sí€ como no sea colocar algunos paños calientes en una situación que requiere imaginación y arrojo intelectual. Verbigracia, la adopción a conveniencia en la periferia europea de monedas paralelas al euro y cerradas, de curso legal y forzoso 1:1. Pero, claro, los oficiantes de esas cumbres, auténticas misas negras €que interpretan a la perfección la partitura alemana€ lo que priorizan es la más estricta ortodoxia respecto a la inflación. O sea, más desempleo y más pobreza. Uno de cada tres parados de la zona euro, U-17, es español (5,3 millones según la OCDE; 2,5 millones en GB) y nuestro nivel de vida relativo es el mismo que en 2002 respecto a la UE-27, promediando con países como Bulgaria y Rumanía, y ocho puntos por debajo de la UE-17 (GB, cuatro puntos por encima).
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