Álvaro Delgado
El nivel de servilismo que prohijó el absolutismo presidencial priista se resume en la respuesta que recibía el monarca sexenal cuando deseaba saber la hora, “la que usted quiera, señor Presidente”, pero Felipe Calderón ha generado un vasallaje del que Roberto Gil Zuarth es un caso ignominioso.
“Se lo he dicho en privado, señor Presidente, pero no me puedo ir sin decírselo, también, en público: Yo quiero algún día ser como usted, señor Presidente”, le dijo Gil Zuarth a Calderón, el 14 de diciembre, cuando dejó la secretaría particular para buscar ser senador del Partido Acción Nacional (PAN).
Que Gil Zuarth desee igualar a quien ha patrocinado los cargos que le han dado riqueza es cosa suya, cada quien sus modelos, pero su nivel de abyección revela, además de una falta de aprecio por sí mismo, una de las razones por las que los gobernantes pierden el sentido de la realidad al rodearse de lisonjeros y vasallos.
Vicente Fox, además de ser tripulado por la perversidad de Marta Sahagún, el personaje que lo mantuvo enajenado durante todo el sexenio fue Ramón Muñoz Gutiérrez, jefe de la Oficina de la Presidencia, una especie de “dealer” que le suministraba la droga en forma de encuestas para evadirse de la realidad.
Pero Gil Zuarth se ha ido al extremo al atribuirle aun a Dios las virtudes que sólo él ve en su patrón y hasta colocarlo como “el mejor presidente de México”, que la necia realidad en todos los ámbitos desmiente.
En una retahíla de elogios a Calderón, que escuchó con halago, el derrotado candidato a presidente del PAN confesó haber flaqueado, “sobre todo en tiempos aciagos”, en su convicción de que “el destino individual y colectivo es resultado del ejercicio de la libertad” (sic), y enseguida aclaró:
“Y cuando eso sucede, cuando esa convicción me ha abandonado, suelo pensar que si una fuerza superior, la mano invisible del destino o Dios, ha puesto a prueba el carácter de esta nación, incluso hasta desafiar las leyes de la probabilidad, esa fuerza, ese destino o Dios han tenido el cuidado, la generosidad de prestarnos al mejor Presidente de México.”
Con esta expresión, casi en éxtasis, Gil Zuarth remató un mensaje para dejar de ser secretario particular de Calderón, quien en enero de este año le confirió ese cargo después de que fue sacrificado como aspirante a presidir el PAN.
“Sé que esa invitación tuvo que ver más con el inmerecido aprecio del Presidente hacia mi persona, que con algún talento que yo pudiera ofrecerle”, expresó el joven político, cuya falta de autoestima le impide distinguir gratitud de vasallaje.
“Aprendí de sus consejos, de sus instrucciones y, también, de sus regaños, todos ellos, por cierto, por demás, merecidos. Sin duda alguna, señor Presidente, me llevo mucho más, mucho más de lo que pude aportar.”
Y así como Calderón quiere ser como Luis Héctor Álvarez –el excandidato presidencial del PAN que desde el 2000 es un alto burócrata que cobra sin hacer nada–, él también lo desea.
Y dijo por qué: “Y es que el liderazgo político, como lo entendemos desde el humanismo político que profesamos, no es sólo la capacidad de atraer, sino la virtud de convencer. No es sólo personalidad que imanta como personalidad, sino como referente ético, como ejemplo de vida”.
Zalamero, Gil Zuarth detalló: “Yo aspiro a ser como usted, porque lo visto trabajar incansablemente por el bien de México, aun a sabiendas de que ese bien quizá no lo verán sus ojos. Porque lo he visto sufrir con el dolor que pudo ser evitado. Desde el dolor que encontró en Ciudad Juárez, aquella ciudad a la que fue de la mano de don Luis, hasta el dolor que por mucho tiempo se incubó en su querido Michoacán, y que hoy usted enfrenta con valor y responsabilidad.”
Más aún: “Porque lo he visto convertir ese sufrimiento en fortaleza de espíritu y de voluntad para evitar que alguien más, otras generaciones, las que vendrán después de nosotros, vuelvan a sentir ese dolor.”
Rendido a Calderón, se explayó: “Quiero ser como usted, porque lo he visto atento al dato duro que le da sentido de eficacia a una política pública, sin perder de vista que esa política tiene como fin último a la persona, a la persona de carne y hueso, a los que se levantan temprano para trabajar y estudiar, para salir adelante, para superar su adversidad. “Porque no se ha dejado usted vencer por la incomprensión, porque tras cada prueba, su ánimo crece y contagia, porque no se cansa de mover las almas a la acción.”
Y coronó: “Y sé que muchos otros, de mi edad o de las generaciones que siguen, de sus propios contemporáneos, también, aspiran a ser como usted.”
Gil Zuarth debe saber que, hace dos siglos, la lucha por la independencia de México inició con la abolición de la esclavitud. Pero ese es el sello del felipismo: Servilismo, sumisión, zalamería y lisonja.
Apuntes
Con un año y tres meses de retraso, el “mejor presidente de México” (sic) inaugurará, el sábado 31 de diciembre, la Estela de Luz, que debió haber costado 393 millones de pesos y que consumió mil millones de pesos más. Definida como un simple “palillo de luz” por Alonso Lujambio es, también, un monumento a la corrupción y a la ineptitud de Calderón…
El nivel de servilismo que prohijó el absolutismo presidencial priista se resume en la respuesta que recibía el monarca sexenal cuando deseaba saber la hora, “la que usted quiera, señor Presidente”, pero Felipe Calderón ha generado un vasallaje del que Roberto Gil Zuarth es un caso ignominioso.
“Se lo he dicho en privado, señor Presidente, pero no me puedo ir sin decírselo, también, en público: Yo quiero algún día ser como usted, señor Presidente”, le dijo Gil Zuarth a Calderón, el 14 de diciembre, cuando dejó la secretaría particular para buscar ser senador del Partido Acción Nacional (PAN).
Que Gil Zuarth desee igualar a quien ha patrocinado los cargos que le han dado riqueza es cosa suya, cada quien sus modelos, pero su nivel de abyección revela, además de una falta de aprecio por sí mismo, una de las razones por las que los gobernantes pierden el sentido de la realidad al rodearse de lisonjeros y vasallos.
Vicente Fox, además de ser tripulado por la perversidad de Marta Sahagún, el personaje que lo mantuvo enajenado durante todo el sexenio fue Ramón Muñoz Gutiérrez, jefe de la Oficina de la Presidencia, una especie de “dealer” que le suministraba la droga en forma de encuestas para evadirse de la realidad.
Pero Gil Zuarth se ha ido al extremo al atribuirle aun a Dios las virtudes que sólo él ve en su patrón y hasta colocarlo como “el mejor presidente de México”, que la necia realidad en todos los ámbitos desmiente.
En una retahíla de elogios a Calderón, que escuchó con halago, el derrotado candidato a presidente del PAN confesó haber flaqueado, “sobre todo en tiempos aciagos”, en su convicción de que “el destino individual y colectivo es resultado del ejercicio de la libertad” (sic), y enseguida aclaró:
“Y cuando eso sucede, cuando esa convicción me ha abandonado, suelo pensar que si una fuerza superior, la mano invisible del destino o Dios, ha puesto a prueba el carácter de esta nación, incluso hasta desafiar las leyes de la probabilidad, esa fuerza, ese destino o Dios han tenido el cuidado, la generosidad de prestarnos al mejor Presidente de México.”
Con esta expresión, casi en éxtasis, Gil Zuarth remató un mensaje para dejar de ser secretario particular de Calderón, quien en enero de este año le confirió ese cargo después de que fue sacrificado como aspirante a presidir el PAN.
“Sé que esa invitación tuvo que ver más con el inmerecido aprecio del Presidente hacia mi persona, que con algún talento que yo pudiera ofrecerle”, expresó el joven político, cuya falta de autoestima le impide distinguir gratitud de vasallaje.
“Aprendí de sus consejos, de sus instrucciones y, también, de sus regaños, todos ellos, por cierto, por demás, merecidos. Sin duda alguna, señor Presidente, me llevo mucho más, mucho más de lo que pude aportar.”
Y así como Calderón quiere ser como Luis Héctor Álvarez –el excandidato presidencial del PAN que desde el 2000 es un alto burócrata que cobra sin hacer nada–, él también lo desea.
Y dijo por qué: “Y es que el liderazgo político, como lo entendemos desde el humanismo político que profesamos, no es sólo la capacidad de atraer, sino la virtud de convencer. No es sólo personalidad que imanta como personalidad, sino como referente ético, como ejemplo de vida”.
Zalamero, Gil Zuarth detalló: “Yo aspiro a ser como usted, porque lo visto trabajar incansablemente por el bien de México, aun a sabiendas de que ese bien quizá no lo verán sus ojos. Porque lo he visto sufrir con el dolor que pudo ser evitado. Desde el dolor que encontró en Ciudad Juárez, aquella ciudad a la que fue de la mano de don Luis, hasta el dolor que por mucho tiempo se incubó en su querido Michoacán, y que hoy usted enfrenta con valor y responsabilidad.”
Más aún: “Porque lo he visto convertir ese sufrimiento en fortaleza de espíritu y de voluntad para evitar que alguien más, otras generaciones, las que vendrán después de nosotros, vuelvan a sentir ese dolor.”
Rendido a Calderón, se explayó: “Quiero ser como usted, porque lo he visto atento al dato duro que le da sentido de eficacia a una política pública, sin perder de vista que esa política tiene como fin último a la persona, a la persona de carne y hueso, a los que se levantan temprano para trabajar y estudiar, para salir adelante, para superar su adversidad. “Porque no se ha dejado usted vencer por la incomprensión, porque tras cada prueba, su ánimo crece y contagia, porque no se cansa de mover las almas a la acción.”
Y coronó: “Y sé que muchos otros, de mi edad o de las generaciones que siguen, de sus propios contemporáneos, también, aspiran a ser como usted.”
Gil Zuarth debe saber que, hace dos siglos, la lucha por la independencia de México inició con la abolición de la esclavitud. Pero ese es el sello del felipismo: Servilismo, sumisión, zalamería y lisonja.
Apuntes
Con un año y tres meses de retraso, el “mejor presidente de México” (sic) inaugurará, el sábado 31 de diciembre, la Estela de Luz, que debió haber costado 393 millones de pesos y que consumió mil millones de pesos más. Definida como un simple “palillo de luz” por Alonso Lujambio es, también, un monumento a la corrupción y a la ineptitud de Calderón…
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