Jorge Fernández Menéndez
No muchos lo recuerdan pero los meses en los que el Sha de Irán, Raza Pahlevi, estuvo exiliado en México ocasionaron innumerables dolores de cabeza y problemas de seguridad al gobierno del entonces presidente José López Portillo. Sólo imaginar las complicaciones que se hubieran generado si Saadi Gadafi se hubiera podido establecer en México con familiares y aliados y con una identidad falsa, debería llevar a valorar en otra dimensión lo descubierto en la llamada operación huésped.
Evidentemente se trata de un operativo en el que trabajaron juntos los servicios de inteligencia de Estados Unidos y Canadá con los de México. Ha habido detenidos en los tres países y uno de los guardaespaldas de Gadafi ya lo estaba esperando en Punta Mita donde Saadi había comprado una residencia. Pero toda esta historia va más allá.
El tema Gadafi no está tan lejano a nosotros como algunos suponen. Gadafi, antes de su caída, intentó (y en buena medida logró) establecer una relación sólida con varios países de América latina, vía su principal aliado en la región, el gobierno de Hugo Chávez. El mandatario venezolano estableció una relación estratégica con el régimen iraní y con Gadafi. Venezuela y Libia, socios dentro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), formaron un bloque en “defensa de los precios del crudo”, tras los acuerdos del cartel el 2000. El acuerdo petrolero se transformó en lo que el propio Chávez calificó como una alianza estratégica con importantes inversiones libias (que nadie sabe si se concretaron y en beneficio de quién) en Venezuela. Chávez alentó a otros países de la región a establecer relaciones con el régimen de Gadafi y con el de Mahumad Ahmadineyad, en Irán. Incluso Chávez patrocinó la gira de éste último en distintos países de América del Sur.
Gadafi visitó Venezuela en septiembre de 2009, con motivo de la cumbre África-América del Sur, obviamente patrocinada por Chávez, y al término de la cita, realizada en la isla Margarita, se quedó para una visita oficial en la que Chávez lo distinguió con una condecoración y le obsequió una réplica de la espada de Bolívar. En esa ocasión, Chávez y Gadafi firmaron varios acuerdos que estrecharon los lazos de Caracas y Trípoli. En el encuentro, ambos convocaron a realizar una conferencia internacional para definir y determinar el concepto de terrorismo y se comprometieron a trabajar para acabar con el imperialismo estadounidense.
Si todo eso resultaba controvertido, el discurso de Chávez al entregarle la espada de Bolívar lo fue más. Chávez calificó a su visitante como un “soldado revolucionario, líder del pueblo libio, líder de los pueblos del África y de América latina” e incluso lo comparó con el Ché Guevara. Iniciada la revolución en Libia, Chávez dijo que se trataba de un ataque imperialista y luego de su muerte dijo que Gadafi, en realidad, era un “mártir de la revolución”.
El único país de América Latina donde los ciudadanos de Irán y los de Libia no necesitan visa para ingresar es Venezuela y eso llevó a distintas denuncias de que el territorio venezolano podría servir como base para ataques terroristas como los ocurridos en 1992 y 1994, contra la embajada de Israel y la AMIA, la mutual judía, destruidas con explosivos en Buenos Aires.
La red que pretendía hacer llegar a Saadi Gadafi a México afortunadamente fue desarticulada, pero es una demostración de cómo operan, incluso con un personaje que estaba siendo perseguido por la comunidad internacional, este tipo de organizaciones, cómo pueden mover gente, recursos y asentarse en distintos países. Si alguien sigue creyendo que el terrorismo o este tipo de grupos no están interesados en México o que no pueden operar en nuestro territorio, si alguien todavía cree que aquella posibilidad de atentados organizados entre los Zetas y la inteligencia iraní es sólo un capítulo de la política ficción, luego de la operación huésped tendría que reconsiderarlo.
¿Peace and love?
Decíamos hace unos días que López Obrador trabajaría como sabe, como siempre lo ha hecho, concentrando el poder en sus manos. La más clara señal de ello lo dio al designar a Ricardo Monreal, uno de sus más cercanos colaboradores como su coordinador de campaña. Ricardo es un hombre tan cercano a Andrés Manuel como lejano de la actual dirigencia del PRD. A eso siguió una declaración del propio López Obrador aclarando que él no apoya el programa que presentaron el PRD y la coalición de izquierda ante el IFE. Que su programa es el llamado proyecto de nación. Y ahora armó definitivamente su equipo de campaña: todos suyos, todos duros, nadie ni siquiera cercano a Nueva Izquierda o a Ebrard, a los perdedores no les toca nada. Se acabó el amor y la paz.
No muchos lo recuerdan pero los meses en los que el Sha de Irán, Raza Pahlevi, estuvo exiliado en México ocasionaron innumerables dolores de cabeza y problemas de seguridad al gobierno del entonces presidente José López Portillo. Sólo imaginar las complicaciones que se hubieran generado si Saadi Gadafi se hubiera podido establecer en México con familiares y aliados y con una identidad falsa, debería llevar a valorar en otra dimensión lo descubierto en la llamada operación huésped.
Evidentemente se trata de un operativo en el que trabajaron juntos los servicios de inteligencia de Estados Unidos y Canadá con los de México. Ha habido detenidos en los tres países y uno de los guardaespaldas de Gadafi ya lo estaba esperando en Punta Mita donde Saadi había comprado una residencia. Pero toda esta historia va más allá.
El tema Gadafi no está tan lejano a nosotros como algunos suponen. Gadafi, antes de su caída, intentó (y en buena medida logró) establecer una relación sólida con varios países de América latina, vía su principal aliado en la región, el gobierno de Hugo Chávez. El mandatario venezolano estableció una relación estratégica con el régimen iraní y con Gadafi. Venezuela y Libia, socios dentro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), formaron un bloque en “defensa de los precios del crudo”, tras los acuerdos del cartel el 2000. El acuerdo petrolero se transformó en lo que el propio Chávez calificó como una alianza estratégica con importantes inversiones libias (que nadie sabe si se concretaron y en beneficio de quién) en Venezuela. Chávez alentó a otros países de la región a establecer relaciones con el régimen de Gadafi y con el de Mahumad Ahmadineyad, en Irán. Incluso Chávez patrocinó la gira de éste último en distintos países de América del Sur.
Gadafi visitó Venezuela en septiembre de 2009, con motivo de la cumbre África-América del Sur, obviamente patrocinada por Chávez, y al término de la cita, realizada en la isla Margarita, se quedó para una visita oficial en la que Chávez lo distinguió con una condecoración y le obsequió una réplica de la espada de Bolívar. En esa ocasión, Chávez y Gadafi firmaron varios acuerdos que estrecharon los lazos de Caracas y Trípoli. En el encuentro, ambos convocaron a realizar una conferencia internacional para definir y determinar el concepto de terrorismo y se comprometieron a trabajar para acabar con el imperialismo estadounidense.
Si todo eso resultaba controvertido, el discurso de Chávez al entregarle la espada de Bolívar lo fue más. Chávez calificó a su visitante como un “soldado revolucionario, líder del pueblo libio, líder de los pueblos del África y de América latina” e incluso lo comparó con el Ché Guevara. Iniciada la revolución en Libia, Chávez dijo que se trataba de un ataque imperialista y luego de su muerte dijo que Gadafi, en realidad, era un “mártir de la revolución”.
El único país de América Latina donde los ciudadanos de Irán y los de Libia no necesitan visa para ingresar es Venezuela y eso llevó a distintas denuncias de que el territorio venezolano podría servir como base para ataques terroristas como los ocurridos en 1992 y 1994, contra la embajada de Israel y la AMIA, la mutual judía, destruidas con explosivos en Buenos Aires.
La red que pretendía hacer llegar a Saadi Gadafi a México afortunadamente fue desarticulada, pero es una demostración de cómo operan, incluso con un personaje que estaba siendo perseguido por la comunidad internacional, este tipo de organizaciones, cómo pueden mover gente, recursos y asentarse en distintos países. Si alguien sigue creyendo que el terrorismo o este tipo de grupos no están interesados en México o que no pueden operar en nuestro territorio, si alguien todavía cree que aquella posibilidad de atentados organizados entre los Zetas y la inteligencia iraní es sólo un capítulo de la política ficción, luego de la operación huésped tendría que reconsiderarlo.
¿Peace and love?
Decíamos hace unos días que López Obrador trabajaría como sabe, como siempre lo ha hecho, concentrando el poder en sus manos. La más clara señal de ello lo dio al designar a Ricardo Monreal, uno de sus más cercanos colaboradores como su coordinador de campaña. Ricardo es un hombre tan cercano a Andrés Manuel como lejano de la actual dirigencia del PRD. A eso siguió una declaración del propio López Obrador aclarando que él no apoya el programa que presentaron el PRD y la coalición de izquierda ante el IFE. Que su programa es el llamado proyecto de nación. Y ahora armó definitivamente su equipo de campaña: todos suyos, todos duros, nadie ni siquiera cercano a Nueva Izquierda o a Ebrard, a los perdedores no les toca nada. Se acabó el amor y la paz.
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