Carlos Ramírez / Indicador Político
PARÍS, Francia.- Un fantasma recorre Europa: Es el fantasma del capitalismo.
Frente a la crisis de finanzas públicas provocadas por gobiernos socialdemócratas al gastar más que sus ingresos, el dilema europeo ha sido resuelto en la práctica: Salvar al capitalismo a costa del Estado de bienestar.
Los gobiernos conservadores de Francia y Alemania que tienen en sus manos el destino económico de Europa no quieren pensar en doctrinas sino que buscan estabilizar la macroeconomía. La época de las vacas gordas en Europa ya terminó y ahora la crisis económica y financiera es como una epidemia de vacas locas.
La crisis europea se reduce a un planteamiento sencillo: Los gobiernos financiaron la crisis de 2008 con deuda externa bancaria y con la autorización del FMI de aumentar el gasto aunque subiera el déficit presupuestal; la idea era mantener ritmos de crecimiento económico y gasto social. Pero el modelo falló, el PIB se contrajo, los gobiernos se endeudaron de más y dispararon su déficit presupuestal de una media de 2% a cifras de dos dígitos y ha llegado la hora de los ajustes.
El problema de fondo fue que las políticas fiscales expansivas no impulsaron el desarrollo ni el crecimiento económico y sí rompieron el equilibrio macroeconómico. Los economistas keynesianos que apoyan el gasto insisten en que los desequilibrios no son importantes, pero el déficit presupuestal obliga a más deuda o a emitir circulante y los bancos ya no quieren presentar porque no hay garantías de pago y el circulante introduciría el factor inflacionario.
En Europa ha ganado el neoliberalismo y Francia, Alemania, el FMI y el Banco Central Europeo imponen los programas de ajuste de gasto; así, la gran derrotada en esta fase de la crisis ha sido la socialdemocracia.
El problema, sin embargo, es mucho mayor. La crisis no es de ciclos: uno de expansión social seguido de otro de ajuste financiero y luego más política social. En el fondo Europa ha delineado la parte más importante de la crisis económica: El papel social del Estado o Estado de bienestar. La crisis en realidad no estalló por el aumento de gasto social --a excepción de las locuras de rey mago español José Luis Rodríguez Zapatero que se puso a regalar dinero-- sino por la parte que los economistas se niegan a discutir con seriedad aunque a veces en las crisis se topan con ella: La crisis fiscal del Estado, es decir, el enfoque de la crisis por el lado de los ingresos.
Asimismo, las socialdemocracias han fracasado en sus programas sociales de bienestar; muchos de ellos se han centrado en programas improductivos, destinados a sectores minoritarios y sin efecto en la dinámica económica global.
Los países con verdaderas políticas sociales --los de Europa del norte-- han resistido la crisis porque sus programas están blindados y forman parte de la dinámica de la multiplicación de la riqueza. Pero Zapatero, por ejemplo, devolvió impuestos a los ricos y regaló dinero a las madres, sin atender al equilibrio en los ingresos y previendo un efecto negativo en el déficit presupuestal.
Los gobiernos que enfrentaron la crisis del 2008 con políticas fiscales expansivas --autorizados, por cierto, por el FMI del socialista francés Dominique Strauss-Kahn-- se equivocaron en el uso de los impuestos porque los destinaron a actividades improductivas y no a estimular el crecimiento económico. Y sin mover los ingresos fiscales, los gobiernos se acurrucaron en créditos de la banca privada internacional también sin garantizar mecanismos de garantía para el pago del servicio de la deuda.
La crisis europea, por tanto, ha sido la del paradigma socialdemócrata. Sólo que no ha sido estrictamente del pensamiento social de esa corriente sino de la aplicación de políticas económicas irresponsables, basadas sólo en la expansión del gasto y sin atender el factor fundamental de los ingresos. Es decir, se trató de una socialdemocracia disfrazada de neopopulismo bastardo como el aplicado en México y América Latina en los setenta y ochenta y que abrió el paso a la irrupción en el poder de una clase política dirigente neoliberal y tecnocrática. El paradigma socialdemócrata tiene, por tanto, que revisarse no en su fundamento de objetivos sociales, sino de instrumentos de política económica.
Si no lo hace, su irresponsabilidad le seguirá abriendo las puertas al neoliberalismo y a la tecnocracia.
Los ajustes de gasto en Inglaterra, Portugal, Grecia, España e Italia han sido enfatizados en el nivel de gasto social. Ahí se localiza el segundo error de los socialdemócratas: Sacrificar a sectores sociales dependientes del presupuesto público. Los aumentos de impuestos no han afectado las finanzas de los ricos sino el consumo generalizado, lo que sería un segundo costo social. Los cuatro pilares del Estado de bienestar son sacrificados por los ajustes neoliberales: Educación salud, sectores marginados y prestaciones sociales laborales. Hasta ahora, los gobiernos socialdemócratas se han negado a un replanteamiento de la política fiscal a los ricos y a los sectores productivos.
La socialdemocracia había sido asumida como la tercera vía entre el socialismo de Estado y el capitalismo depredador; sólo que su fundamento teórico se desvió hacia el pragmatismo de gasto social no productivo que normalmente dura hasta que aguanten las finanzas públicas; una verdadera política social no es la que busca atender a minorías sino establecer coberturas de bienestar a sectores marginados del desarrollo. Las protestas sociales en los países europeos tratan de proteger el gasto en educación, salud y prestaciones laborales, pero sin que la socialdemocracia razone un nuevo modelo productivo equilibrado.
El problema de largo plazo es que el ajuste neoliberal puede estabilizar la
macroeconomía pero desequilibrar la estabilidad social con pobreza adicional; actuando con más gasto en nombre de los pobres, la socialdemocracia no ha hecho más que multiplicar a los marginados. De ahí el otro dilema de la socialdemocracia: O rediseña su paradigma o no será opción de poder al capitalismo depredador.
PARÍS, Francia.- Un fantasma recorre Europa: Es el fantasma del capitalismo.
Frente a la crisis de finanzas públicas provocadas por gobiernos socialdemócratas al gastar más que sus ingresos, el dilema europeo ha sido resuelto en la práctica: Salvar al capitalismo a costa del Estado de bienestar.
Los gobiernos conservadores de Francia y Alemania que tienen en sus manos el destino económico de Europa no quieren pensar en doctrinas sino que buscan estabilizar la macroeconomía. La época de las vacas gordas en Europa ya terminó y ahora la crisis económica y financiera es como una epidemia de vacas locas.
La crisis europea se reduce a un planteamiento sencillo: Los gobiernos financiaron la crisis de 2008 con deuda externa bancaria y con la autorización del FMI de aumentar el gasto aunque subiera el déficit presupuestal; la idea era mantener ritmos de crecimiento económico y gasto social. Pero el modelo falló, el PIB se contrajo, los gobiernos se endeudaron de más y dispararon su déficit presupuestal de una media de 2% a cifras de dos dígitos y ha llegado la hora de los ajustes.
El problema de fondo fue que las políticas fiscales expansivas no impulsaron el desarrollo ni el crecimiento económico y sí rompieron el equilibrio macroeconómico. Los economistas keynesianos que apoyan el gasto insisten en que los desequilibrios no son importantes, pero el déficit presupuestal obliga a más deuda o a emitir circulante y los bancos ya no quieren presentar porque no hay garantías de pago y el circulante introduciría el factor inflacionario.
En Europa ha ganado el neoliberalismo y Francia, Alemania, el FMI y el Banco Central Europeo imponen los programas de ajuste de gasto; así, la gran derrotada en esta fase de la crisis ha sido la socialdemocracia.
El problema, sin embargo, es mucho mayor. La crisis no es de ciclos: uno de expansión social seguido de otro de ajuste financiero y luego más política social. En el fondo Europa ha delineado la parte más importante de la crisis económica: El papel social del Estado o Estado de bienestar. La crisis en realidad no estalló por el aumento de gasto social --a excepción de las locuras de rey mago español José Luis Rodríguez Zapatero que se puso a regalar dinero-- sino por la parte que los economistas se niegan a discutir con seriedad aunque a veces en las crisis se topan con ella: La crisis fiscal del Estado, es decir, el enfoque de la crisis por el lado de los ingresos.
Asimismo, las socialdemocracias han fracasado en sus programas sociales de bienestar; muchos de ellos se han centrado en programas improductivos, destinados a sectores minoritarios y sin efecto en la dinámica económica global.
Los países con verdaderas políticas sociales --los de Europa del norte-- han resistido la crisis porque sus programas están blindados y forman parte de la dinámica de la multiplicación de la riqueza. Pero Zapatero, por ejemplo, devolvió impuestos a los ricos y regaló dinero a las madres, sin atender al equilibrio en los ingresos y previendo un efecto negativo en el déficit presupuestal.
Los gobiernos que enfrentaron la crisis del 2008 con políticas fiscales expansivas --autorizados, por cierto, por el FMI del socialista francés Dominique Strauss-Kahn-- se equivocaron en el uso de los impuestos porque los destinaron a actividades improductivas y no a estimular el crecimiento económico. Y sin mover los ingresos fiscales, los gobiernos se acurrucaron en créditos de la banca privada internacional también sin garantizar mecanismos de garantía para el pago del servicio de la deuda.
La crisis europea, por tanto, ha sido la del paradigma socialdemócrata. Sólo que no ha sido estrictamente del pensamiento social de esa corriente sino de la aplicación de políticas económicas irresponsables, basadas sólo en la expansión del gasto y sin atender el factor fundamental de los ingresos. Es decir, se trató de una socialdemocracia disfrazada de neopopulismo bastardo como el aplicado en México y América Latina en los setenta y ochenta y que abrió el paso a la irrupción en el poder de una clase política dirigente neoliberal y tecnocrática. El paradigma socialdemócrata tiene, por tanto, que revisarse no en su fundamento de objetivos sociales, sino de instrumentos de política económica.
Si no lo hace, su irresponsabilidad le seguirá abriendo las puertas al neoliberalismo y a la tecnocracia.
Los ajustes de gasto en Inglaterra, Portugal, Grecia, España e Italia han sido enfatizados en el nivel de gasto social. Ahí se localiza el segundo error de los socialdemócratas: Sacrificar a sectores sociales dependientes del presupuesto público. Los aumentos de impuestos no han afectado las finanzas de los ricos sino el consumo generalizado, lo que sería un segundo costo social. Los cuatro pilares del Estado de bienestar son sacrificados por los ajustes neoliberales: Educación salud, sectores marginados y prestaciones sociales laborales. Hasta ahora, los gobiernos socialdemócratas se han negado a un replanteamiento de la política fiscal a los ricos y a los sectores productivos.
La socialdemocracia había sido asumida como la tercera vía entre el socialismo de Estado y el capitalismo depredador; sólo que su fundamento teórico se desvió hacia el pragmatismo de gasto social no productivo que normalmente dura hasta que aguanten las finanzas públicas; una verdadera política social no es la que busca atender a minorías sino establecer coberturas de bienestar a sectores marginados del desarrollo. Las protestas sociales en los países europeos tratan de proteger el gasto en educación, salud y prestaciones laborales, pero sin que la socialdemocracia razone un nuevo modelo productivo equilibrado.
El problema de largo plazo es que el ajuste neoliberal puede estabilizar la
macroeconomía pero desequilibrar la estabilidad social con pobreza adicional; actuando con más gasto en nombre de los pobres, la socialdemocracia no ha hecho más que multiplicar a los marginados. De ahí el otro dilema de la socialdemocracia: O rediseña su paradigma o no será opción de poder al capitalismo depredador.
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