Raymundo Riva Palacio
Chiapas es un estudio de caso de lo que se avecina en los próximos meses. Tiene una frontera porosa que representa el más grande riesgo para la seguridad nacional, y por donde gotea el tráfico humano, de armas, de drogas y sicarios. Es políticamente sensible y con comportamientos inestables. Pero encima de todo, por si no fuera suficiente, tiene un gobernador que para nadie es confiable, y que se ha convertido en el mejor ejemplo del porqué el malabarismo político y electoral debe ser erradicado de la vida pública del país.
Juan Sabines, el gobernador de Chiapas y su cabeza, es el arquetipo del político saltador y traidor. Priista de convicción, perredista por conveniencia y panista coyuntural, Sabines ha jugado con todos y trata de engañar a todos. No tiene palabra ni da certidumbres. Es un hombre de venganzas que actúa como si el dinero que reparte en medios en pautas multimillonarias, o con vendettas a quien se le opone en su territorio, evitará rendir cuentas sobre su gestión.
Sabines persiguió a quien lo impulsó como gobernador, a su antecesor Pablo Salazar, y lo metió a la cárcel. Salazar fue quien fue su tutor, lo impulsó y lo propuso como candidato del PRD a la gubernatura. Lo acercó al entonces líder del partido, Jesús Ortega, y lo sentó con el ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador para garantizarle su respaldo. Sabines traicionó a los tres.
Al hermano de López Obrador, que buscaba un puesto de elección popular, lo bloqueó hasta anularlo de toda contienda electoral en Chiapas. A Ortega, lo dejó solo, sin apoyo político cuando lo requería en su lucha interna con el aparato perredista, y caminó hacia Los Pinos, para volverse aliado del presidente Felipe Calderón, como tiro de gracia a López Obrador.
Sabines pidió el respaldo federal para emprender la cacería judicial contra Salazar, y se la dieron ampliamente. Pero volvió a traicionar. Todo el apoyo que le dio Calderón durante su sexenio, se convirtió en una alianza estratégica con el PRI de Humberto Moreira, en trabajo conjunto con el precandidato presidencial Enrique Peña Nieto, para forjar una coalición con el Partido Verde y Nueva Alianza.
Sabines se comprometió a que la gubernatura sería para el joven verde, Manuel Velasco, gran amigo de él y de Peña Nieto, y la primera senaduría para Mónica Arriola, la hija de la maestra Elba Esther Gordillo, a cambio que Moreira le permitiera nombrar, todavía como gobernador del PRD, a Roberto Albores Gleason como líder estatal del PRI. Moreira se lo concedió.
Pero la naturaleza de Sabines es otra. Mandó a recorrer Albores Gleason por todo el estado a construir alianzas. Extrañó en el PRI que lo hiciera, pero no dijeron nada. Hace unas semanas se descubrió porqué. Albores Gleason aseguró que la candidatura a la gubernatura no estaba cocinada, que Velasco no era el virtual candidato, y que él, presidente del PRI, aspiraría al cargo. Los focos rojos de prendieron en la ciudad de México, pero su argumento es que el acuerdo fue con Moreira, y si se fue el líder, se acabó el pacto.
La actitud de Sabines provocó terremotos en la alianza nacional para 2012 y molestia en distintas trincheras del PRI. Dentro del lópezobradorismo no quieren saber nada de él, y no está claro cómo procesará el presidente Calderón la prostitución política de quien tanto apoyó. Este es un tema de coyuntura, pero hay otro de largo plazo que Sabines, como ningún otro gobernador en el país, muestra como un ejemplo para repensar el futuro de las alianzas político-electorales, tan de boga hoy en día.
Chiapas es un estudio de caso de lo que se avecina en los próximos meses. Tiene una frontera porosa que representa el más grande riesgo para la seguridad nacional, y por donde gotea el tráfico humano, de armas, de drogas y sicarios. Es políticamente sensible y con comportamientos inestables. Pero encima de todo, por si no fuera suficiente, tiene un gobernador que para nadie es confiable, y que se ha convertido en el mejor ejemplo del porqué el malabarismo político y electoral debe ser erradicado de la vida pública del país.
Juan Sabines, el gobernador de Chiapas y su cabeza, es el arquetipo del político saltador y traidor. Priista de convicción, perredista por conveniencia y panista coyuntural, Sabines ha jugado con todos y trata de engañar a todos. No tiene palabra ni da certidumbres. Es un hombre de venganzas que actúa como si el dinero que reparte en medios en pautas multimillonarias, o con vendettas a quien se le opone en su territorio, evitará rendir cuentas sobre su gestión.
Sabines persiguió a quien lo impulsó como gobernador, a su antecesor Pablo Salazar, y lo metió a la cárcel. Salazar fue quien fue su tutor, lo impulsó y lo propuso como candidato del PRD a la gubernatura. Lo acercó al entonces líder del partido, Jesús Ortega, y lo sentó con el ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador para garantizarle su respaldo. Sabines traicionó a los tres.
Al hermano de López Obrador, que buscaba un puesto de elección popular, lo bloqueó hasta anularlo de toda contienda electoral en Chiapas. A Ortega, lo dejó solo, sin apoyo político cuando lo requería en su lucha interna con el aparato perredista, y caminó hacia Los Pinos, para volverse aliado del presidente Felipe Calderón, como tiro de gracia a López Obrador.
Sabines pidió el respaldo federal para emprender la cacería judicial contra Salazar, y se la dieron ampliamente. Pero volvió a traicionar. Todo el apoyo que le dio Calderón durante su sexenio, se convirtió en una alianza estratégica con el PRI de Humberto Moreira, en trabajo conjunto con el precandidato presidencial Enrique Peña Nieto, para forjar una coalición con el Partido Verde y Nueva Alianza.
Sabines se comprometió a que la gubernatura sería para el joven verde, Manuel Velasco, gran amigo de él y de Peña Nieto, y la primera senaduría para Mónica Arriola, la hija de la maestra Elba Esther Gordillo, a cambio que Moreira le permitiera nombrar, todavía como gobernador del PRD, a Roberto Albores Gleason como líder estatal del PRI. Moreira se lo concedió.
Pero la naturaleza de Sabines es otra. Mandó a recorrer Albores Gleason por todo el estado a construir alianzas. Extrañó en el PRI que lo hiciera, pero no dijeron nada. Hace unas semanas se descubrió porqué. Albores Gleason aseguró que la candidatura a la gubernatura no estaba cocinada, que Velasco no era el virtual candidato, y que él, presidente del PRI, aspiraría al cargo. Los focos rojos de prendieron en la ciudad de México, pero su argumento es que el acuerdo fue con Moreira, y si se fue el líder, se acabó el pacto.
La actitud de Sabines provocó terremotos en la alianza nacional para 2012 y molestia en distintas trincheras del PRI. Dentro del lópezobradorismo no quieren saber nada de él, y no está claro cómo procesará el presidente Calderón la prostitución política de quien tanto apoyó. Este es un tema de coyuntura, pero hay otro de largo plazo que Sabines, como ningún otro gobernador en el país, muestra como un ejemplo para repensar el futuro de las alianzas político-electorales, tan de boga hoy en día.
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