El PAN ante el espejo

El partido del gobierno arranca en franca desventaja. Hay un verdadero hartazgo social por el tema de inseguridad.

Pascal Beltrán del Río


Resueltos los procesos de designación de candidato presidencial en el PRI y la izquierda —con los descartes de Manlio Fabio Beltrones y Marcelo Ebrard—, el Partido Acción Nacional se juega la continuidad en Los Pinos en su propia contienda interna.

Lo que hasta hace unos días se veía como una debilidad del PAN frente a sus adversarios podría transformarse en una fortaleza si los tres aspirantes (la precandidatura de Javier Livas es una buena puntada, pero sólo eso) consiguen llevar a cabo una competencia de altura y transmitir el mensaje de que las candidaturas de unidad son una perversión de la democracia, pues inhiben el libre debate de las ideas.

Hace seis años, Felipe Calderón no sólo ganó el proceso interno de su partido sino lo utilizó como un escaparate para mostrar que la suya era una candidatura competitiva, cosa que luego probaría con la remontada que dio en las encuestas.

Esta vez el PAN no realizará una elección por etapas, como la de 2005, sino se jugará todo en una sola fecha, el 5 de febrero, con la posibilidad —igual que la hubo hace seis años, aunque no resultó necesaria— de que se dé una segunda vuelta, 10 días después, si ninguno de los contendientes obtiene la mayoría absoluta.

De acuerdo con la kafkiana reforma electoral aprobada en 2007, el PAN tendrá la ventaja, sobre los partidos que no irán a una competencia interna, de que sus aspirantes se promuevan en spots de radio y televisión durante los dos meses de precampaña.

¿Cuál podría ser la debilidad del PAN? Entre otras, que uno o más de los contendientes no reconozcan la legalidad del proceso. Si tomamos en cuenta las denuncias que, sotto voce, se hacen contra el padrón del partido —un encumbrado panista me contaba hace unos días que el listado de Jalisco, uno de los más abultados, está lleno de inconsistencias— la posibilidad de que el proceso termine en un escándalo no puede descartarse.

La experiencia enseña que adelantar, por medio de encuestas o simples impresiones generales, qué resultado va a arrojar una contienda interna del PAN tiene un alto grado de equivocación. En su momento, pocos daban chance a la precandidatura de Calderón, quien al final ni siquiera necesitó de una segunda vuelta para vencer en la interna a Santiago Creel, percibido como el favorito.

Sin embargo, la historia no es muy buena guía si uno cree que se repite mecánicamente. Las condiciones de 2005-2006 no son iguales a las de ahora. La vez anterior, el PRI resolvió terriblemente su proceso de postulación —una guerra sucia que terminó con la autocoronación de Roberto Madrazo—, lo que aseguraba al PAN arrancar en segundo lugar la carrera presidencial y aspirar, como finalmente sucedió, a hacerse de buena parte del voto útil de los priistas y filo priistas asqueados de su candidato y asustados de una eventual victoria de Andrés Manuel López Obrador.

Esta vez el PAN no puede darse en lujo de creer que se meterá automáticamente en segundo lugar y que cosechará votos útiles. La izquierda está logrando unificarse en torno de López Obrador —cosa que continuará esta semana cuando previsiblemente hagan las paces el aspirante presidencial y su archirrival interno, Nueva Izquierda— y está poco a poco robándole al PAN el lugar de retador del priista Enrique Peña Nieto, puntero indiscutible de esta carrera presidencial.

Tampoco creo que los actuales problemas del PRI vayan a generarle mayor margen de maniobra a Acción Nacional. Es cierto que los términos de la convocatoria para elegir al candidato presidencial y el convenio de coalición del PRI con sus rémoras, PVEM y Panal, han suscitado conatos de rebelión. Sin embargo, si uno compara este proceso de postulación con los de 1981,1987, 1993-94, 1999 y 2005, hay que reconocer que el actual ha sido terso.

Entonces, que no apueste el PAN a que sus adversarios le hagan el trabajo. El partido del gobierno arranca en franca desventaja. Hay un verdadero hartazgo social por el tema de inseguridad, por más que sea injusto que todo el costo del problema se le cargue al Presidente de la República. Y en cualquier país democrático del mundo, pedir un tercer período de gobierno suele ser un privilegio que otorgan pocas veces los votantes.

Los precandidatos del PAN tienen la dificultad adicional de tener que manejar dos discursos: uno para los panistas y otro para los electores en general, uno para la campaña interna y otro para los rivales, que sólo están esperando a quién gana en el blanquiazul.

Como he escrito aquí otras veces, la historia muestra que para ganar la postulación en el PAN, hay que mostrarse rebelde con la nomenklatura partidista, porque en el militante común el gen de la oposición es más fuerte que el de la disciplina. Así ganó la candidatura Vicente Fox en 1999 (a quien nadie se atrevió a hacer frente) y Calderón en 2005.

Por supuesto, no basta con eso, aunque parece ser una condición indispensable. Hasta ahora, de los tres aspirantes, uno ha marcado su distancia del gobierno federal desde hace mucho (Creel) y otro ha sido abiertamente calderonista (Ernesto Cordero).

Las diferencias de Creel con el Presidente han sido del dominio público. La salida del senador como coordinador de su bancada, en junio de 2008 —una decisión tomada por el también calderonista Germán Martínez, cuando fungía como jefe nacional del partido—, es apenas una muestra de ellas.

Tampoco es fácil de olvidar la identificación de Cordero con Calderón. El mandatario ha tenido diversas deferencias para él desde que comenzó a ser percibido como prospecto de candidato presidencial, luego de la muerte de Juan Camilo Mouriño. Y Cordero no ha dudado en hacer de su lealtad a Calderón uno de sus signos más identificables.

Entre esos dos extremos aparece Josefina Vázquez Mota, quien es, de los tres, la que mayores posibilidades tiene de competir con Peña Nieto y López Obrador, a juzgar por las encuestas.

Hasta el jueves pasado me había parecido que Josefina era proclive a tratar de caer bien en todos los auditorios, incluido el de Los Pinos. Quizá por ello, el espectro político de su grupo de colaboradores corre desde la centroizquierda hasta la extrema derecha. Probablemente esa pueda ser una virtud para después, pero en la contienda interna del PAN a Vázquez Mota le urgía definirse.

Comenzó a hacerlo hace tres días, durante una conferencia magistral con la comunidad de Grupo Financiero Multiva. Allí Josefina adelantó que, de ganar la Presidencia, gobernaría “con las mejores mujeres y los mejores hombres”.

Acto seguido agregó una frase que provocaría una tormenta de fin de semana en el partido: “Ya no podemos gobernar ni con un club de amigos ni con la burocracia del partido”.

La crítica generó un gran debate en las redes sociales, entre quienes defendían el derecho de Vázquez Mota de cuestionar cosas que suceden en su partido y quienes la tildaban de malagradecida, pues había hecho su carrera política gracias al PAN.

Luego arreció, cuando Juan Ignacio Zavala, cuñado del Presidente, puso lo siguiente en su cuenta de Twitter, el viernes por la tarde: “Que dice Josefina que ella no tiene amigos ni partido pa gobernar, que ella quiere ser presidenta y ya”. 40 minutos después, el comentario fue retuiteado desde la cuenta @ErnestoCordero, así como por Abraham Cherem, miembro del equipo del precandidato presidencial.

No sé si la estrategia de contraataque adoptada por el corderismo sea la más indicada. El intento por mostrar a Vázquez Mota como ingrata con el partido o avergonzada por él —cosa que ella negó el mismo viernes en una entrevista radiofónica con mi compañero Pepe Cárdenas—podría revertirse entre la base panista si ésta percibe que existe una línea oficial para derrotar a la ex secretaria de Desarrollo Social y de Educación.

El PAN no puede permitirse en estos momentos convertir su contienda interna en una lucha de lodo. La mejor carta que tiene —quizá la única—para meterse entre los dos primeros lugares de la carrera presidencial al arranque formal de las campañas, en marzo próximo, es mostrar que es el partido de las ideas y el debate democrático y no el de la diatriba y las imposiciones.

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