Ricardo Rocha / Detrás de la Noticia
Yo no sé ustedes pero a mí ya me anda. Ya quiero que se acabe este 2011. Y todavía faltan 10 largos días. Parecen pocos, pero pueden hacerse como un mes. No sé si comparten la extraña sensación de que este ha sido un año más largo que los otros. De tantas cosas que han pasado. Demasiados muertos. Demasiada sangre. El horror de los descabezados y los montones de enterrados en fosas clandestinas. El obligado recorrido por un mapa de la violencia extenso y enrojecido.
Hacia dentro, el recrudecimiento de una guerra cada vez más perdida e indefendible. Hacia fuera una imagen de hechos violentos que se multiplica exponencialmente en todos los países desde donde nos miran con estupefacción. Sumada a las pifias de una política exterior inexistente que toleró el “Rápido y Furioso” y puso de rodillas al país por la Iniciativa Mérida y ante los agentes estadounidenses que operan impunemente en México. Los dislates con Francia por el caso Florence, el pésimo manejo de la visita del Dalai Lama y la vergüenza mundial por los crímenes masivos de migrantes.
No ha ido mejor en lo económico: de los 107 millones que ahora somos, más de 60 millones son pobres; añádase la desigualdad en un país donde cada vez menos tienen más y cada vez más tienen menos; luego 7 millones de jóvenes sin destino que ni estudian ni trabajan; súmenle los augurios de que la economía podría entrar en recesión en cualquier momento.
Un gobierno malo y de malas –en todos sentidos– al que tampoco ayuda la suerte: dos –de sus muchos secretarios de Gobernación– muertos ambos en avionazo y helicopterazo; una hermana que no puede ganar a pesar de la volcada ayuda fraterna y a la que se quiere inventar el contradictorio pretexto del factor narco para justificar su derrota; calificaciones reprobatorias y de incompetencia de la OCDE y la Cepal; y para colmo la huida ratonil del barco de final de sexenio. Una soledad cada vez más corajuda, que asoma un día sí y el otro también.
En paralelo, el bullicio de afuera contrasta con el silencio de adentro. Los que quieren ser se alborotan en una fiesta anticipada: igual los que dan por un hecho el triunfo; que los que mantienen viva la esperanza; que los que esperan un milagro. Al interior de la casa presidencial, son cada vez más audibles los pasos del habitante principal. El que al fin descubrirá quiénes fueron los parásitos y quienes sus verdaderos amigos. Sobre todo ahora que él mismo está de nuevo en campaña. Empeñado en una victoria que cada día se aleja más en la incertidumbre del horizonte.
Realmente pocas cosas ha habido para revitalizar el alma y menos aún para convocar a la algarabía. Si acaso el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad que encabeza el poeta Javier Sicilia. Que hizo dolor su dolor con los deudos de las víctimas de esa virulencia salvaje que ha ofendido, entristecido e indignado a la nación a lo largo de cinco años y más de 50 mil muertos. Por eso esta movilización itinerante a lo largo y ancho del país ha sido un bálsamo para curar tanta afrenta por el moridero; lo mismo el de los infortunados del fuego cruzado; que los levantados y luego tirados en cualquier parte; que los niños balaceados y asesinados por militares en los retenes; y por supuesto los muertos soldados y hasta los muertos narcos. Todos mexicanos. En fin, que hasta yo siento el fastidio doloroso de ir y venir otra vez al mismo tema. De tener que cronicar en el noticiero matutino sobre los crímenes y las fosas de cada día. Quisiera decir “ya basta”. Pero no es posible aún.
Por eso, como la mayoría, espero ingenuo el cíclico y nuevo sol de nuestros ancestros. A pesar de los malos augurios que traen los vientos de Europa y los fríos que nos llegan del norte. De la profecía inútil de que todavía seremos más pobres. Con toda la fe y la rabia de los indignados de otras tierras. Con la esperanza de indignarnos también. Y de exigirles, al menos, a quienes nos quieren gobernar un compromiso estricto para salvar a este país.
Yo no sé ustedes pero a mí ya me anda. Ya quiero que se acabe este 2011. Y todavía faltan 10 largos días. Parecen pocos, pero pueden hacerse como un mes. No sé si comparten la extraña sensación de que este ha sido un año más largo que los otros. De tantas cosas que han pasado. Demasiados muertos. Demasiada sangre. El horror de los descabezados y los montones de enterrados en fosas clandestinas. El obligado recorrido por un mapa de la violencia extenso y enrojecido.
Hacia dentro, el recrudecimiento de una guerra cada vez más perdida e indefendible. Hacia fuera una imagen de hechos violentos que se multiplica exponencialmente en todos los países desde donde nos miran con estupefacción. Sumada a las pifias de una política exterior inexistente que toleró el “Rápido y Furioso” y puso de rodillas al país por la Iniciativa Mérida y ante los agentes estadounidenses que operan impunemente en México. Los dislates con Francia por el caso Florence, el pésimo manejo de la visita del Dalai Lama y la vergüenza mundial por los crímenes masivos de migrantes.
No ha ido mejor en lo económico: de los 107 millones que ahora somos, más de 60 millones son pobres; añádase la desigualdad en un país donde cada vez menos tienen más y cada vez más tienen menos; luego 7 millones de jóvenes sin destino que ni estudian ni trabajan; súmenle los augurios de que la economía podría entrar en recesión en cualquier momento.
Un gobierno malo y de malas –en todos sentidos– al que tampoco ayuda la suerte: dos –de sus muchos secretarios de Gobernación– muertos ambos en avionazo y helicopterazo; una hermana que no puede ganar a pesar de la volcada ayuda fraterna y a la que se quiere inventar el contradictorio pretexto del factor narco para justificar su derrota; calificaciones reprobatorias y de incompetencia de la OCDE y la Cepal; y para colmo la huida ratonil del barco de final de sexenio. Una soledad cada vez más corajuda, que asoma un día sí y el otro también.
En paralelo, el bullicio de afuera contrasta con el silencio de adentro. Los que quieren ser se alborotan en una fiesta anticipada: igual los que dan por un hecho el triunfo; que los que mantienen viva la esperanza; que los que esperan un milagro. Al interior de la casa presidencial, son cada vez más audibles los pasos del habitante principal. El que al fin descubrirá quiénes fueron los parásitos y quienes sus verdaderos amigos. Sobre todo ahora que él mismo está de nuevo en campaña. Empeñado en una victoria que cada día se aleja más en la incertidumbre del horizonte.
Realmente pocas cosas ha habido para revitalizar el alma y menos aún para convocar a la algarabía. Si acaso el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad que encabeza el poeta Javier Sicilia. Que hizo dolor su dolor con los deudos de las víctimas de esa virulencia salvaje que ha ofendido, entristecido e indignado a la nación a lo largo de cinco años y más de 50 mil muertos. Por eso esta movilización itinerante a lo largo y ancho del país ha sido un bálsamo para curar tanta afrenta por el moridero; lo mismo el de los infortunados del fuego cruzado; que los levantados y luego tirados en cualquier parte; que los niños balaceados y asesinados por militares en los retenes; y por supuesto los muertos soldados y hasta los muertos narcos. Todos mexicanos. En fin, que hasta yo siento el fastidio doloroso de ir y venir otra vez al mismo tema. De tener que cronicar en el noticiero matutino sobre los crímenes y las fosas de cada día. Quisiera decir “ya basta”. Pero no es posible aún.
Por eso, como la mayoría, espero ingenuo el cíclico y nuevo sol de nuestros ancestros. A pesar de los malos augurios que traen los vientos de Europa y los fríos que nos llegan del norte. De la profecía inútil de que todavía seremos más pobres. Con toda la fe y la rabia de los indignados de otras tierras. Con la esperanza de indignarnos también. Y de exigirles, al menos, a quienes nos quieren gobernar un compromiso estricto para salvar a este país.
Comentarios