Deuda: ¿nada más Coahuila?
Lozano, el miedo y el burro
Carlos Fernández-Vega / México SA
A todo pulmón electorero se mantiene el tema de la voluminosa deuda pública de los estados del país, aunque debajo del tapete pretende mantenerse la misma situación, pero a nivel federal, y lo más llamativo de todo esto es que los más gritones son quienes en mayor media han endeudado al país y/o a sus respectivas entidades republicanas. Pero al final de cuentas el problema no es de la administración federal ni de las estatales, que siempre se lavan las manos, sino de los mexicanos (los menos gritones) por ser los que pagarán hasta el último centavo de los excesos cometidos por sus supuestos gobernantes.
Materia de especial atención mediática ha sido el cochinero de la deuda pública coahuilense, por la simple razón de que quien meses atrás encabezaba el gobierno de ese estado ahora preside (no se sabe por cuántos días más) el partido tricolor, cuyo engominado candidato a la silla grande aparentemente va en caballo de hacienda. Lo más probable es que si el profesor bailarín se hubiera retirado de la política activa o cuando menos hubiera sido más prudente, ninguna voz –comenzando por la de los panistas– se habría escuchado en su contra por el referido motivo, porque ese es el silencioso acuerdo de la clase política: perro no come perro, salvo en tiempos electorales.
Sin duda el crecimiento de la deuda coahuilense es llamativo, pero no es el único. De hecho, el descomunal endeudamiento de los gobiernos estatales ha sido la norma desde cuando menos la segunda mitad del salinato. De 1992 a septiembre de 2011 el saldo de la deuda pública de las 31 entidades de la República más el Distrito Federal creció la friolera de 2 mil por ciento, y nadie en el gobierno federal ni en los partidos políticos se tomó la molestia de reclamar. Lo peor del caso es que el crecimiento de dicho débito ha sido inversamente proporcional al comportamiento económico de esas mismas entidades y a la caída del bienestar social de sus habitantes. ¿Dónde, pues, están esos miles y miles de millones de pesos que se contrataron administraciones priístas, panistas y perredistas?
En el centro de los gritones y animando a otros para que hagan lo propio, sólo en contra de la deuda coahuilense, se encuentran el gobierno calderonista y el PAN, que al final son uno mismo. Han hecho un verdadero alboroto sobre el asunto de Coahuila, pero permanecen mudos en torno al espeluznante crecimiento de la deuda federal, es decir, la del propio gobierno calderonista y demás instancias federales, algo que, por cierto, es totalmente opuesto a lo que el actual inquilino de Los Pinos prometió en los dorados tiempos de su campaña electoral.
En este contexto, entre 2006 y septiembre de 2011 la deuda de los 31 estados más el Distrito Federal aumentó 124 por ciento. ¡Qué horror!, gritan en Los Pinos, pero mantienen sepulcral silencio cuando se conoce que en el mismo periodo la deuda federal se incrementó 158 por ciento. La primera, en números cerrados, pasó de 160 mil a 358 mil millones de pesos, es decir de 1.6 a 2.7 por ciento del producto interno bruto; la segunda arrasadoramente avanzó de 1.9 a 4.9 billones de pesos, o lo que es lo mismo, de 21.4 a 34.2 por ciento (para ambos casos las cifras son de la Secretaría de Hacienda). Todo ello en el marco de una economía que en ese lapso ha crecido a un ritmo anual promedio de 1.7 por ciento, sin olvidar los más 12 millones adicionales de pobres, los 7 millones de ninis, los 2.5 millones de desempleados y los 13.4 millones en la informalidad, por sólo citar algunas gracias de nuestros amadísimos cuan respetados gobiernos. ¿Dónde, pues, está la deuda federal? ¿Dónde la estatal? ¿Qué se hizo con ese voluminoso río de dinero?
Pero la única bronca (dicen en Los Pinos, con coro panista) es la deuda de Coahuila; es más, ni siquiera eso: el quid es el endeudamiento en tiempos de Humberto Moreira como gobernador. El resto, qué más da. Sin duda, lo del profesor bailarían es un cochinero, pero, insisto, no el único. ¿Dónde estaban las siempre atentas autoridades federales para frenar a los voraces gobiernos estatales? ¿Dónde para contenerse a sí mismo?, pues la deuda federal (interna y externa) en sólo cinco años ha crecido casi 13 puntos porcentuales del producto interno bruto (para dar una idea, el rescate del Fobaproa llegó a representar 20 por ciento del PIB en su etapa de mayor generosidad).
¿Humberto Moreira es responsable de falsificar documentos para aumentar la deuda de Coahuila? Si es así, que se actúe en consecuencia y se litigue en los tribunales, no en los medios de comunicación ni, especialmente, en tiempos electorales. Pero, ¿qué pasa con la deuda federal? ¿Quién vigila al vigilante, al gritón mayor? Con Calderón en Los Pinos, el débito interno creció 145 por ciento, y el externo 105 por ciento (y falta 2012, año electoral), mientras la economía avanza 1.7 por ciento y las miserias van a galope. La deuda federal en niveles históricos, al igual que el bienestar de los mexicanos, con la salvedad que en el primer caso es para arriba y en el segundo para abajo.
Se supone que los gobiernos (estatales y federal) contratan deuda pública con fines productivos, para estimular el crecimiento económico, para impulsar el desarrollo, para satisfacer las necesidades de la población, para cimentar el futuro. ¿Dónde está todo eso?, porque lo único que se ve, y se paga, es el aparatoso avance del débito. Pero no hay de qué preocuparse, pues no cabe duda que finalmente los mexicanos sabrán de esa deuda, porque pagarán hasta el último centavo de ella, mientras los responsables del atraco brincan de un puesto público a otro sin mayores consecuencias (a menos de que, amén de hocicón, se le ocurra la pésima idea de ocupar la presidencia de un partido político con un candidato aparentemente ganador, y enfrente a un gobierno perdedor en tiempos electorales).
Las rebanadas del pastel
Es un hecho que el miedo no anda en burro, y el autodenominado (ex) gallo azul está consciente de ello. Y en este contexto, lo único que le faltaría al país es tener como senador de la República a Javier Lozano Alarcón quien, en busca de manto protector, está en pos de una plurinominal blanquiazul para la próxima legislatura. Por ello, como anillo al dedo quedan las recientes declaraciones del líder minero Napoleón Gómez Urrutia sobre este personaje y su patrón: habrá que ver cuál será el futuro de Felipe Calderón y Javier Lozano Alarcón. Estarán buscando protección e impunidad, nacional e internacional, pero han cometido tan serios y graves errores que deberían desde ahora, si es que no lo han hecho, preocuparse por su futuro. Y sí, ambos ya proceden en tal sentido.
Lozano, el miedo y el burro
Carlos Fernández-Vega / México SA
A todo pulmón electorero se mantiene el tema de la voluminosa deuda pública de los estados del país, aunque debajo del tapete pretende mantenerse la misma situación, pero a nivel federal, y lo más llamativo de todo esto es que los más gritones son quienes en mayor media han endeudado al país y/o a sus respectivas entidades republicanas. Pero al final de cuentas el problema no es de la administración federal ni de las estatales, que siempre se lavan las manos, sino de los mexicanos (los menos gritones) por ser los que pagarán hasta el último centavo de los excesos cometidos por sus supuestos gobernantes.
Materia de especial atención mediática ha sido el cochinero de la deuda pública coahuilense, por la simple razón de que quien meses atrás encabezaba el gobierno de ese estado ahora preside (no se sabe por cuántos días más) el partido tricolor, cuyo engominado candidato a la silla grande aparentemente va en caballo de hacienda. Lo más probable es que si el profesor bailarín se hubiera retirado de la política activa o cuando menos hubiera sido más prudente, ninguna voz –comenzando por la de los panistas– se habría escuchado en su contra por el referido motivo, porque ese es el silencioso acuerdo de la clase política: perro no come perro, salvo en tiempos electorales.
Sin duda el crecimiento de la deuda coahuilense es llamativo, pero no es el único. De hecho, el descomunal endeudamiento de los gobiernos estatales ha sido la norma desde cuando menos la segunda mitad del salinato. De 1992 a septiembre de 2011 el saldo de la deuda pública de las 31 entidades de la República más el Distrito Federal creció la friolera de 2 mil por ciento, y nadie en el gobierno federal ni en los partidos políticos se tomó la molestia de reclamar. Lo peor del caso es que el crecimiento de dicho débito ha sido inversamente proporcional al comportamiento económico de esas mismas entidades y a la caída del bienestar social de sus habitantes. ¿Dónde, pues, están esos miles y miles de millones de pesos que se contrataron administraciones priístas, panistas y perredistas?
En el centro de los gritones y animando a otros para que hagan lo propio, sólo en contra de la deuda coahuilense, se encuentran el gobierno calderonista y el PAN, que al final son uno mismo. Han hecho un verdadero alboroto sobre el asunto de Coahuila, pero permanecen mudos en torno al espeluznante crecimiento de la deuda federal, es decir, la del propio gobierno calderonista y demás instancias federales, algo que, por cierto, es totalmente opuesto a lo que el actual inquilino de Los Pinos prometió en los dorados tiempos de su campaña electoral.
En este contexto, entre 2006 y septiembre de 2011 la deuda de los 31 estados más el Distrito Federal aumentó 124 por ciento. ¡Qué horror!, gritan en Los Pinos, pero mantienen sepulcral silencio cuando se conoce que en el mismo periodo la deuda federal se incrementó 158 por ciento. La primera, en números cerrados, pasó de 160 mil a 358 mil millones de pesos, es decir de 1.6 a 2.7 por ciento del producto interno bruto; la segunda arrasadoramente avanzó de 1.9 a 4.9 billones de pesos, o lo que es lo mismo, de 21.4 a 34.2 por ciento (para ambos casos las cifras son de la Secretaría de Hacienda). Todo ello en el marco de una economía que en ese lapso ha crecido a un ritmo anual promedio de 1.7 por ciento, sin olvidar los más 12 millones adicionales de pobres, los 7 millones de ninis, los 2.5 millones de desempleados y los 13.4 millones en la informalidad, por sólo citar algunas gracias de nuestros amadísimos cuan respetados gobiernos. ¿Dónde, pues, está la deuda federal? ¿Dónde la estatal? ¿Qué se hizo con ese voluminoso río de dinero?
Pero la única bronca (dicen en Los Pinos, con coro panista) es la deuda de Coahuila; es más, ni siquiera eso: el quid es el endeudamiento en tiempos de Humberto Moreira como gobernador. El resto, qué más da. Sin duda, lo del profesor bailarían es un cochinero, pero, insisto, no el único. ¿Dónde estaban las siempre atentas autoridades federales para frenar a los voraces gobiernos estatales? ¿Dónde para contenerse a sí mismo?, pues la deuda federal (interna y externa) en sólo cinco años ha crecido casi 13 puntos porcentuales del producto interno bruto (para dar una idea, el rescate del Fobaproa llegó a representar 20 por ciento del PIB en su etapa de mayor generosidad).
¿Humberto Moreira es responsable de falsificar documentos para aumentar la deuda de Coahuila? Si es así, que se actúe en consecuencia y se litigue en los tribunales, no en los medios de comunicación ni, especialmente, en tiempos electorales. Pero, ¿qué pasa con la deuda federal? ¿Quién vigila al vigilante, al gritón mayor? Con Calderón en Los Pinos, el débito interno creció 145 por ciento, y el externo 105 por ciento (y falta 2012, año electoral), mientras la economía avanza 1.7 por ciento y las miserias van a galope. La deuda federal en niveles históricos, al igual que el bienestar de los mexicanos, con la salvedad que en el primer caso es para arriba y en el segundo para abajo.
Se supone que los gobiernos (estatales y federal) contratan deuda pública con fines productivos, para estimular el crecimiento económico, para impulsar el desarrollo, para satisfacer las necesidades de la población, para cimentar el futuro. ¿Dónde está todo eso?, porque lo único que se ve, y se paga, es el aparatoso avance del débito. Pero no hay de qué preocuparse, pues no cabe duda que finalmente los mexicanos sabrán de esa deuda, porque pagarán hasta el último centavo de ella, mientras los responsables del atraco brincan de un puesto público a otro sin mayores consecuencias (a menos de que, amén de hocicón, se le ocurra la pésima idea de ocupar la presidencia de un partido político con un candidato aparentemente ganador, y enfrente a un gobierno perdedor en tiempos electorales).
Las rebanadas del pastel
Es un hecho que el miedo no anda en burro, y el autodenominado (ex) gallo azul está consciente de ello. Y en este contexto, lo único que le faltaría al país es tener como senador de la República a Javier Lozano Alarcón quien, en busca de manto protector, está en pos de una plurinominal blanquiazul para la próxima legislatura. Por ello, como anillo al dedo quedan las recientes declaraciones del líder minero Napoleón Gómez Urrutia sobre este personaje y su patrón: habrá que ver cuál será el futuro de Felipe Calderón y Javier Lozano Alarcón. Estarán buscando protección e impunidad, nacional e internacional, pero han cometido tan serios y graves errores que deberían desde ahora, si es que no lo han hecho, preocuparse por su futuro. Y sí, ambos ya proceden en tal sentido.
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