Copete que cae

EPN: control de olvidos
Los pesos de AMLO
¿Balas federales en Ayotzinapa?

Julio Hernández López / Astillero


Ayer comenzó el proceso de saturación en busca de votos. En los medios electrónicos el bombardeo de mensajes electorales irá generando hartazgo conforme pasen los días y en las plazas y foros partidistas los discursos, cargados de ofertas y promesas propias, y de descalificaciones al adversario, irán restando sensibilidad al público que en julio venidero sufragará, e incluso podría estar tan cansado del parloteo que llegara a ver como un descanso la hora de las urnas y tuviera mermada capacidad de reacción ante escenarios negativos que en un contexto menos cargado le llamarían a la protesta.

Tan mal espectáculo se está montando que incluso la presunta estrella principal de la competencia, el atildado priísta Enrique Peña Nieto, se presenta sólo de manera programada y bajo control a escenarios en vivo o que pudieran resultar reñidos e interesantes. Poseedor de indicios aplastantes de popularidad, según las siempre manipulables casas de encuestas bajo encargo, el ex gobernador del Estado de México ha caído en una pronunciada curva descendente, al menos en términos de respetabilidad intelectual y política, a partir del error de la FIL, cuando tropezó y se enredó grotescamente al tratar de aparentar que lee algo más que el apuntador óptico, llamado telepromter, a la hora de los discursos oficiales o la grabación de propaganda para televisión.

Luego de fallar en la adivinación del salario mínimo y los precios de diversos artículos de consumo popular (no soy la señora de la casa, fue la memorable respuesta dada en momentos de angustia), quiso componer figura en el discurso de formalización de su candidatura única cuando, aparte de usar con poco pudor político la figura de Luis Donaldo Colosio, pretendió practicar una jugada maestra de contrapropaganda al asumir que había olvidado algún detalle literario menor, pero no olvidaba los múltiples agravios que vive la Nación, como si el PRI no fuera corresponsable de que el calderonismo electoralmente fraudulento se hubiera instalado en el poder y como si los primeros años del actual sexenio el tricolor no presumiera de estar cogobernando con el de blanco y azul.

El otro candidato formalmente definido, Andrés Manuel López Obrador, está realizando la difícil suerte de ir fortaleciendo la unidad de fachada de las izquierdas al mismo tiempo que, en pago de ese realineación de fuerzas dispersas o confrontadas (los Chuchos, el mayor ejemplo) va abriendo la puerta para reproducir escenarios de traiciones anunciadas y distorsiones previsibles, como la de 2006 en que el voto abundante en favor del tabasqueño terminó sirviendo de apoyo a las candidaturas de Nueva Izquierda que así acabó siendo la banda realmente ganadora de aquel esfuerzo popular.

Hoy, en aras de esas fotos de reconciliación, los sabidos riesgos se asumen gozosamente, fundido todo en el perol de lo electoral como máxima aspiración, y aderezado con la fórmula de temporada conocida como República Amorosa. Así fue posible que ayer se realizaran actos de proselitismo apenas formalmente bajo contención (para no violentar las aberrantes restricciones que impone la ley electoral) en los que compartieron templete quienes largamente habían sido una suerte de hermanos divididos, tanto los Chuchos que van por una importante porción de las candidaturas a diputados, senadores y, en especial, a la jefatura del gobierno capitalino a la que apuntan a Carlos Navarrete, como el lopezobradorismo moreno, el PT y la ex Convergencia. Por cierto, AMLO no pudo evadir el embrujo de los equívocos en público, pues a pesar de haber sido titular del GDF y residir en la capital del país, mencionó que el costo del boleto del Metro es de dos pesos. El intento de corrección también resultó descuadrado, pues arguyó que había citado esa cifra porque tal era la que regía cuando él gobernaba la capital, ni más ni menos que un sexenio atrás.

Los panistas, por su parte... Bueno, de ellos y sus campañas desesperadas se hablará aquí en el curso de esta semana.

Astillas

El escándalo y la indignación que provocaron los incidentes de Chilpancingo, en que dos estudiantes cayeron muertos, no se han visto atenuados mediante indagaciones rápidas y precisas que ayuden a ubicar de dónde surgieron las órdenes de disparar contra normalistas en protesta ni cuáles habrían sido las razones que motivaron ese desproporcionado ataque. En esa extraña zona de convergencia de intereses silenciosos o silenciados han prosperado diversas versiones, pero la más insistente ha apuntado a la responsabilidad de fuerzas federales, sin que hasta ayer hubiera algo más que rumores. Pero ha aparecido en escena el funcionario del gobierno guerrerense que tuvo información de primera mano de ese asunto, Alberto López Rosas, quien luego fue removido de la procuraduría estatal de justicia por órdenes del gobernador Ángel Aguirre Rivero. El exprocurador López Rosas ha asegurado que los disparos mortales provinieron de policías federales y ha aportado presuntas pruebas videográficas y periciales al respecto. Con esas revelaciones, el exfuncionario se coloca en un doble riesgo, pues por un lado es previsible el enojo de los agentes y los mandos de esa corporación nacional, pero también pareciera romper con el esquema de presunto control de daños que instauró el denso Aguirre Rivero al despedir a tres de sus principales colaboradores casi a título de chivos expiatorios y al asumir, de una manera hasta ahora inexplicable, una suerte de aceptación por decreto de que las culpas han de quedar en el ámbito local. El comportamiento del gobernador aliancista le ha generado reacciones adversas, como la que, por ejemplo, ayer le obligó a dejar un paseo festivo para no toparse con estudiantes de Ayotzinapa que le exigen justicia por lo acontecido en Chilpancingo... Y, mientras Calderón ha ido a misa a la Basílica de Guadalupe para escuchar a Norberto Rivera celebrar la sana separación Estado-Iglesia, ¡Hasta mañana!

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