Francisco Rodríguez / Índice Político
El auditorio, prácticamente, lo dejó hablando solo. Poca asistencia. Mucho menor a la convocada “voluntariamente a fuerza”. Y además, uno a uno, o a veces hasta en tropel, los funcionarios panistas salían del Campo Marte –¿dónde más si no, que en el espacio dedicado al dios romano de la guerra?–, donde Felipe Calderón hacía un recuento de sus fracasos.
El más importante, al que más tiempo le dedicó, fue a aquel de su cruzada bélica en contra de la delincuencia.
Describió Calderón al fenómeno delincuencial extensamente. En teoría, sabe mucho del tema.
Vea usted como ejemplo cuando, enciclopédicamente, cita que “el crimen organizado evoluciona fundamentalmente en tres etapas.
“La primera. La etapa predatoria, se caracteriza por la presencia de pandillas locales, que pueden ser controladas también por las policías locales.
“En la segunda, en cambio, llamada parasitaria, las bandas del crimen comienzan a enquistarse en la sociedad, a corromper comandantes y policías, y a generar complicidades con la propia autoridad.
“Y, finalmente, si sigue expandiéndose el crimen hay una tercera fase, conocida como simbiótica, donde simplemente ya no hay diferencia entre el Estado y sus instituciones y los criminales. Los criminales se apoderan de las instituciones policiacas y ministeriales, actúan a través de la policía y se diversifican hacia la extorsión, el secuestro y el cobro de piso para quedarse con las rentas de la sociedad.”
Esa la teoría, pues.
Y en la práctica: el arribo ya a la tercera etapa.
La simbiosis entre policías y delincuentes. Entre empresarios y lavadores de dinero. Entre funcionarios y capos.
Por eso la denuncia que, en realidad, es confesión de su fracaso. La iniciada por su hermana, en Michoacán. La que blandieron él y su novel secretario de Gobernación –en realidad, ambos ocupantes de esas oficinas públicas– el más reciente 20 de noviembre: que el narcotráfico influye e influirá en la vida política del país, como ya lo hace en la social y sobre todo en la económica.
Cinco años de guerra. Más de cinco decenas de miles de muertos. Millares de desaparecidos. Muchísimos menores de edad han sido víctimas o, en términos del propio señor Calderón, meros casualties o “daños colaterales”. Miles de millones de pesos del erario dedicados a comprar armamentos y toda suerte de equipos. Lo más grave, empero, la rendición de nuestra soberanía a la de Estados Unidos, a través del fallido Plan Mérida.
¿Y todo para qué?
Para terminar peor que como estábamos en el 2006.
Porque de ser cierto lo que Calderón y sus paniaguados empiezan a repetir con insistencia –una suerte de vacuna ante su inminente derrota electoral–, las próximas elecciones federales, la vida pública de México, van a estar en manos de los delincuentes. Los de cuello blanco, claro, y sus rednecks o sicarios.
Una vacuna muy costosa, la verdad.
Y un discurso cada vez más vacuo, repetitivo, ineficaz –por eso salieron del Campo Marte los “acarreados” para que escucharan a Calderón– pronunciado por quien, tras cinco años de ocupación de los mandos públicos, aún no atina a dejar de culpar a “los gobiernos anteriores” de sus propios fracasos. Tal no apunta sino a la mediocridad.
Demandar apoyos políticos ahora, cuando en diciembre de 2006 se lanzó al país a esta criminal guerra sin buscar el consenso ni de los suyos, denota desesperación.
Una mala mezcla de mediocridad y desesperación están instalados en Los Pinos. Una suerte de círculo vicioso.
Lo decía el novelista Joseph Conrad:
“Toda pasión se ha perdido ahora. El mundo es mediocre, débil, sin fuerza. Y la locura y la desesperación son una fuerza. Y la fuerza es un crimen a los ojos de los necios, los débiles y los tontos.”
¿Así o más claro el fracaso del uso de la fuerza?
Índice Flamígero: Uno de los dos grandes descubrimientos del fin de semana fue que Enrique Peña Nieto no usa copete sino monárquica corona, cubierta con un postizo o bisoñé. Nosotros los proletarios y pendejos –la princesa Paulina dixit– no’más no nos habíamos percatado de ello, ni de que “el precandidato único” es incapaz de actuar sin guión. El otro hallazgo: que la empresa Twitter puede ser manipulada y que aquellos que pensaban o creían que las llamadas redes sociales serían factor de decisión en las próximas campañas y elecciones, están más que equivocados. Twitter es empresa, repito. Y como tal fue que actuó. + + + Y Genaro García Luna condescendió. No como la realeza, sino como divinidad, bajó en helicóptero –¿lo usa para todos sus traslados?– a la fiesta de fin de año de los reporteros de su fuente. Tenía dos años que no les hacía el favor. Pero ahí estuvo. Filtrando datos, según las crónicas.
El auditorio, prácticamente, lo dejó hablando solo. Poca asistencia. Mucho menor a la convocada “voluntariamente a fuerza”. Y además, uno a uno, o a veces hasta en tropel, los funcionarios panistas salían del Campo Marte –¿dónde más si no, que en el espacio dedicado al dios romano de la guerra?–, donde Felipe Calderón hacía un recuento de sus fracasos.
El más importante, al que más tiempo le dedicó, fue a aquel de su cruzada bélica en contra de la delincuencia.
Describió Calderón al fenómeno delincuencial extensamente. En teoría, sabe mucho del tema.
Vea usted como ejemplo cuando, enciclopédicamente, cita que “el crimen organizado evoluciona fundamentalmente en tres etapas.
“La primera. La etapa predatoria, se caracteriza por la presencia de pandillas locales, que pueden ser controladas también por las policías locales.
“En la segunda, en cambio, llamada parasitaria, las bandas del crimen comienzan a enquistarse en la sociedad, a corromper comandantes y policías, y a generar complicidades con la propia autoridad.
“Y, finalmente, si sigue expandiéndose el crimen hay una tercera fase, conocida como simbiótica, donde simplemente ya no hay diferencia entre el Estado y sus instituciones y los criminales. Los criminales se apoderan de las instituciones policiacas y ministeriales, actúan a través de la policía y se diversifican hacia la extorsión, el secuestro y el cobro de piso para quedarse con las rentas de la sociedad.”
Esa la teoría, pues.
Y en la práctica: el arribo ya a la tercera etapa.
La simbiosis entre policías y delincuentes. Entre empresarios y lavadores de dinero. Entre funcionarios y capos.
Por eso la denuncia que, en realidad, es confesión de su fracaso. La iniciada por su hermana, en Michoacán. La que blandieron él y su novel secretario de Gobernación –en realidad, ambos ocupantes de esas oficinas públicas– el más reciente 20 de noviembre: que el narcotráfico influye e influirá en la vida política del país, como ya lo hace en la social y sobre todo en la económica.
Cinco años de guerra. Más de cinco decenas de miles de muertos. Millares de desaparecidos. Muchísimos menores de edad han sido víctimas o, en términos del propio señor Calderón, meros casualties o “daños colaterales”. Miles de millones de pesos del erario dedicados a comprar armamentos y toda suerte de equipos. Lo más grave, empero, la rendición de nuestra soberanía a la de Estados Unidos, a través del fallido Plan Mérida.
¿Y todo para qué?
Para terminar peor que como estábamos en el 2006.
Porque de ser cierto lo que Calderón y sus paniaguados empiezan a repetir con insistencia –una suerte de vacuna ante su inminente derrota electoral–, las próximas elecciones federales, la vida pública de México, van a estar en manos de los delincuentes. Los de cuello blanco, claro, y sus rednecks o sicarios.
Una vacuna muy costosa, la verdad.
Y un discurso cada vez más vacuo, repetitivo, ineficaz –por eso salieron del Campo Marte los “acarreados” para que escucharan a Calderón– pronunciado por quien, tras cinco años de ocupación de los mandos públicos, aún no atina a dejar de culpar a “los gobiernos anteriores” de sus propios fracasos. Tal no apunta sino a la mediocridad.
Demandar apoyos políticos ahora, cuando en diciembre de 2006 se lanzó al país a esta criminal guerra sin buscar el consenso ni de los suyos, denota desesperación.
Una mala mezcla de mediocridad y desesperación están instalados en Los Pinos. Una suerte de círculo vicioso.
Lo decía el novelista Joseph Conrad:
“Toda pasión se ha perdido ahora. El mundo es mediocre, débil, sin fuerza. Y la locura y la desesperación son una fuerza. Y la fuerza es un crimen a los ojos de los necios, los débiles y los tontos.”
¿Así o más claro el fracaso del uso de la fuerza?
Índice Flamígero: Uno de los dos grandes descubrimientos del fin de semana fue que Enrique Peña Nieto no usa copete sino monárquica corona, cubierta con un postizo o bisoñé. Nosotros los proletarios y pendejos –la princesa Paulina dixit– no’más no nos habíamos percatado de ello, ni de que “el precandidato único” es incapaz de actuar sin guión. El otro hallazgo: que la empresa Twitter puede ser manipulada y que aquellos que pensaban o creían que las llamadas redes sociales serían factor de decisión en las próximas campañas y elecciones, están más que equivocados. Twitter es empresa, repito. Y como tal fue que actuó. + + + Y Genaro García Luna condescendió. No como la realeza, sino como divinidad, bajó en helicóptero –¿lo usa para todos sus traslados?– a la fiesta de fin de año de los reporteros de su fuente. Tenía dos años que no les hacía el favor. Pero ahí estuvo. Filtrando datos, según las crónicas.
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