Cárcel a clientes de prostitución

Lydia Cacho / Plan B

Uno de cada tres hombres italianos es consumidor de prostitución según un estudio reciente. Es uno de los países en que la explotación sexual de las mujeres está más que asimilada socialmente. Desde cardenales y congresistas hasta el ex primer ministro Silvio Berlusconi han sido, y son, grandes clientes de la industria de la prostitución “fina, exótica y discreta” que en su caso es considerada un elemento de estatus similar a portar zapatos Ferragamo debajo de la sotana o el pantalón. Las mujeres prostituidas son una especie de accesorio que fortalece la masculinidad, tal como lo demostró Berlusconi en sus últimos escándalos.

Sin embargo, algo que está sucediendo, tal vez en una década haga que los italianos se cuestionen la normalización del sexismo promovida por el Hugh Hefner de la política europea.

Hace unos días la Asamblea Nacional de Francia, que durante décadas avaló la reglamentación de la prostitución, votó por una resolución de principios que promueve su abolición para dejar atrás la hipócrita persecución y discriminación de las mujeres que están supuestamente protegidas por el Estado pero atrapadas en un contexto de desprecio social, chequeo sanitario y extorsión de padrotes y clientes. La idea de congresistas tanto socialistas como conservadores es proponer una ley abolicionista que castigue hasta con dos meses de cárcel a los hombres que buscan tener sexo pagado. Es decir, imitar el modelo de Suecia, Noruega e Islandia, donde a las mujeres se les dan opciones educativas, laborales y de vivienda.

Lo interesante de esta propuesta es el argumento de fondo. No se basan en una discusión de pánico moral al estilo norteamericano, sino en un asunto de discriminación y cultura, tanto hacia mujeres como hacia hombres. Leyó bien, hacia hombres. Consideran que la “noción de la sexualidad masculina irreprimible reenvía una concepción arcaica de la sexualidad humana” y argumentan que “dada la violencia inherente a esta actividad la práctica no puede ser asimilada equiparándola a una actividad profesional”.

Según los estudios llevados a cabo por el propio Congreso, “las personas en situación de prostitución son en su mayoría víctimas de explotación sexual y otras formas de discriminación”. Los clientes que generen mercado (fortalecen el comercio con intermediarios que buscan el tipo de mujeres que el cliente exige: jóvenes, latinas, negras, asiáticas, etc.) recibirán una sentencia judicial de dos meses y una multa de 3 mil 750 euros que irán a un fondo para la igualdad de las mujeres en situación vulnerable.

Llama la atención que las y los congresistas reconozcan que hay un vínculo directo entre la regulación de la prostitución y el fortalecimiento de las mafias de tratantes. Lo mismo que en Alemania, Escocia y Holanda, se comienza a discutir que hay una falacia detrás de la legalización de la prostitución como profesión libertaria. No ha hecho más que favorecer el machismo, a las mafias y a las redes de explotación. En Suecia antes se traficaban entre 12 y 14 mil mujeres cada año, en 2011 se han detectado de 200 a 400 casos en 12 meses.

Lo interesante en el caso de Francia es que el foco se pone en los hombres. No sólo como clientes, sino también como víctimas de valores culturales que durante siglos les han metido a punta de clichés; argumentando que son incapaces de establecer vínculos de intimidad, de controlar y gozar su sexualidad sin ejercer violencia o cosificar a otra persona para poder tener un encuentro erótico.

La diputada socialista Danielle Bousquet espera que el debate de la prostitución se salga de los trillados tabúes y argumentos de “lo que fue debe ser”.

Académicas francesas esperan que avance hacia el tema de igualdad, que pasa necesariamente por un debate nacional de hombres con hombres sobre el ejercicio del poder en la sexualidad y el derecho de los niños a ser educados de una forma no sexista y con un erotismo más libre y sano.

Mientras tanto resulta alentador el giro en la discusión. Ya hacía falta enfocarse en los valores culturales que subyacen en la mercadotecnia de la esclavitud; tanto ideológica como física y política.

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