Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
México vive ya seis años de terrible confrontación verbal, política, electoral, acompañada de creciente violencia, de miles de muertes sin rostro y sin razón que las justifique, a menos de que sean consideradas como sacrificios necesarios para sentar el basamento de un proyecto de nación exigido por la globalización, acatado por el gobierno en la indignidad y la humillación.
Quien más ha escalado y propiciado esa confrontación es el presidente constitucional Felipe Calderón Hinojosa, gustoso de simplificar entre buenos y malos, identificando como enemigos de México a todos aquellos que no comulgan con sus ideas y proyectos, que no apoyan ciegamente sus políticas públicas, que no ven en el PRI al barquero Caronte. No es casualidad que elija un escenario cuyo nombre sólo refiere a la guerra a la que convocó a los mexicanos en cuanto tomó posesión del cargo que juró cumplir de acuerdo a la Constitución; advirtió que costaría muchas vidas, quizá por ello gusta del Campo Marte para conmemorar su acceso al poder, para rendir honras fúnebres a quienes históricamente no las merecían, como las hubiera merecido Carlos Castillo Peraza, por ejemplo.
Creonte decide, en Antígona, que no puede ser honrado el despojo mortal de Polinices, por haber combatido contra Tebas. Antígona le pide, le suplica, le hace ver que su proceder va contra la naturaleza del ser humano y es contrario a lo prescrito por la divinidad. En el culmen de la tragedia, cuando los que parecían no importarle al rey están muertos, Sófocles hace decir al mensajero: “… poniendo al descubierto cómo la intransigencia es con mucho la más grande calamidad que asedia al hombre”.
En todos los tonos ha repetido Calderón -como en los peores tiempos de la utopía del comunismo soviético- que no hay más ruta que la suya, que sólo se puede vencer a la delincuencia organizada a sangre y fuego, sin tener en consideración las consecuencias, mucho menos los daños colaterales. Pero en su entorno, como en el de José Stalin o de Adolfo Hitler, nadie parece razonar, se conducen paralizados por el miedo, obsecuentes a todo responden con un sí incondicional.
Los verdaderos, los auténticos enemigos de México, los malos mexicanos no están ni estuvieron en la oposición al PAN; son los panistas que se mimetizaron con el rescoldo del modelo político que ya no funciona, e intentan impedir, a cualquier costo, que se conceptúe, proponga e inicie la transición; son los que gustosos acuden al Campo Marte a festinar un quinto aniversario, a emplazar a la sociedad a la confrontación total, con el propósito de acabar, de una vez por todas, con los malos, y hacer que los buenos gobiernen por siempre.
A los mexicanos sensatos les queda un año de griterío, de confrontación, y la posibilidad tremenda, pavorosa de que Josefina Vázquez Mota triunfe electoralmente y todo continúe igual a como lo determinó Felipe Calderón Hinojosa, quien en algún momento habrá de rendir cuentas al Creador, y a la CPI.
México vive ya seis años de terrible confrontación verbal, política, electoral, acompañada de creciente violencia, de miles de muertes sin rostro y sin razón que las justifique, a menos de que sean consideradas como sacrificios necesarios para sentar el basamento de un proyecto de nación exigido por la globalización, acatado por el gobierno en la indignidad y la humillación.
Quien más ha escalado y propiciado esa confrontación es el presidente constitucional Felipe Calderón Hinojosa, gustoso de simplificar entre buenos y malos, identificando como enemigos de México a todos aquellos que no comulgan con sus ideas y proyectos, que no apoyan ciegamente sus políticas públicas, que no ven en el PRI al barquero Caronte. No es casualidad que elija un escenario cuyo nombre sólo refiere a la guerra a la que convocó a los mexicanos en cuanto tomó posesión del cargo que juró cumplir de acuerdo a la Constitución; advirtió que costaría muchas vidas, quizá por ello gusta del Campo Marte para conmemorar su acceso al poder, para rendir honras fúnebres a quienes históricamente no las merecían, como las hubiera merecido Carlos Castillo Peraza, por ejemplo.
Creonte decide, en Antígona, que no puede ser honrado el despojo mortal de Polinices, por haber combatido contra Tebas. Antígona le pide, le suplica, le hace ver que su proceder va contra la naturaleza del ser humano y es contrario a lo prescrito por la divinidad. En el culmen de la tragedia, cuando los que parecían no importarle al rey están muertos, Sófocles hace decir al mensajero: “… poniendo al descubierto cómo la intransigencia es con mucho la más grande calamidad que asedia al hombre”.
En todos los tonos ha repetido Calderón -como en los peores tiempos de la utopía del comunismo soviético- que no hay más ruta que la suya, que sólo se puede vencer a la delincuencia organizada a sangre y fuego, sin tener en consideración las consecuencias, mucho menos los daños colaterales. Pero en su entorno, como en el de José Stalin o de Adolfo Hitler, nadie parece razonar, se conducen paralizados por el miedo, obsecuentes a todo responden con un sí incondicional.
Los verdaderos, los auténticos enemigos de México, los malos mexicanos no están ni estuvieron en la oposición al PAN; son los panistas que se mimetizaron con el rescoldo del modelo político que ya no funciona, e intentan impedir, a cualquier costo, que se conceptúe, proponga e inicie la transición; son los que gustosos acuden al Campo Marte a festinar un quinto aniversario, a emplazar a la sociedad a la confrontación total, con el propósito de acabar, de una vez por todas, con los malos, y hacer que los buenos gobiernen por siempre.
A los mexicanos sensatos les queda un año de griterío, de confrontación, y la posibilidad tremenda, pavorosa de que Josefina Vázquez Mota triunfe electoralmente y todo continúe igual a como lo determinó Felipe Calderón Hinojosa, quien en algún momento habrá de rendir cuentas al Creador, y a la CPI.
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