Beltrones

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Deponer las propias y legítimas ambiciones es casi imposible, incluso para los seres imaginarios que pueblan las novelas, el teatro o el cine; hacerlo cuando con las propias se posponen también las ajenas, las fundadas en un proyecto de nación ofertado a la sociedad y aceptado por una parte de ella, debe resultar todavía más difícil, porque lo que se deja para mejor o peor ocasión puede ser el contrato de esperanza en el que está sustentado el apoyo de los mexicanos a un gobierno distinto.

No se trata de descubrir hoy en Manlio Fabio Beltrones virtudes de las que carece, porque tiene otras que lo convierten en un hombre capaz de concebir, proponer y encausar todas o parte de las reformas que los mexicanos necesitan para salir del atolladero en que se encuentran, e iniciar, ya, la tan pospuesta transición, atorada porque así interesa a los administradores de los poderes fácticos, a los procónsules del Imperio y a los predadores económicos chinos, conscientes de que al destruir la infraestructura industrial mexicana, se acercan a convertirse en los casi únicos proveedores de mano de obra barata y de manufacturas de mediana calidad, para satisfacer las necesidades básicas de “la basura blanca” y la migración ilegal que radica en Estados Unidos. Los productos de calidad para el consumo del Primer Mundo se producen en Europa y América del Norte, en condiciones idénticas a como lo narra Roberto Saviano en Gomorra.

Desconozco si la sociedad posee ya la dignidad que se necesita para merecer la democracia, pero la actitud del senador Beltrones al declinar sin derrota, al dar un paso atrás sin olvidar sus proyectos y buscar alternativas para encausarlos, nos muestra la aptitud de un legislador para ver cada nuevo amanecer como el primero de un proyecto de vida que trasciende la mezquindad, consciente de que la función que ha de desempeñar la construye el ser humano, porque no puede ser que al cargo corresponda la creación del proyecto de funcionario público, o diputado, o senador, o diplomático.

Muchos se hacen cruces sobre el futuro político de Manlio Fabio Beltrones, cuando es a la inversa como debe incursionarse en la teoría de escenarios y en el análisis político, porque el futuro del proyecto de nación, de la tan atorada transición política, depende del destino inmediato del senador, porque es el tamaño del artífice político el que lo convierte, lo transforma en parte del futuro del país en el que brega.

Los estadistas, los hombres o mujeres que aspiran a esa condición, son seres únicos, incomparables, porque la condición en la que se mueven es irrepetible. Felipe González quiso hacer de Jorge Semprún su André Malraux, pero el español no es equiparable a De Gaulle, y Malraux, en su condición de esteta y hombre de cultura, es inferior a Semprún, que sí supo de la “shoa”.

Como lo dijo Manlio Fabio Beltrones al dar un paso atrás, mañana empezará otra vez; de idéntica manera deben comenzar los mexicanos, hartos de un modelo político que nada resuelve, cuyos administradores deciden en Twitter y en las redes sociales.

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