Jorge Alejandro Medellín
Entre las torpezas declarativas y mediáticas de Enrique Peña Nieto y su gente, los escándalos y corruptelas del PRI, personificados en esta ocasión por su ex líder nacional Humberto Moreira, y los traspiés del panista Salvador Vega Casillas, cuya esposa ha sido señalada por cometer presuntas extorsiones a gasolineros del país, el candidato de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador, avanza silencioso en sus acercamientos con diversos actores políticos y sociales del país.
Las fuerzas armadas son uno de ellos y la vía para acceder a un grupo de militares de alto grado que previsiblemente serán actores en los cambios que deberá vivir la institución armada en los próximos años, llegue o no López Obrador al poder, es el General Audomaro Martínez Zapata.
El tabasqueño, nacido el 19 de noviembre de 1948 en Cunduacán, es hombre de todas las confianzas de López Obrador, tantas que como su coordinador y jefe de seguridad personal en lo que será la segunda intentona del peje para llegar a la Presidencia de la República, le ha encargado también servir como una especie de ariete para abrir determinadas puertas al interior de la Sedena.
Audomaro, general de Brigada del arma de Caballería (es Dragón) ascendido a ese grado en noviembre de 2001, ha tenido una amistad intermitente durante 31 años con López Obrador, a quien conoció en Villahermosa cuando era Mayor de Caballería en la 30 Zona Militar en 1980.
Tres años después, Audomaro regresó a la Ciudad de México para cumplir una nueva comisión en la Sedena. Sus buenas relaciones con los integrantes de Estado Mayor del entonces secretario Juan Arévalo Gardoqui le ayudaron no solo a regresar a Tabasco en 1984 como Subjefe de Estado Mayor de la 30 Zona Militar. Cuando lo hizo era ya Teniente Coronel.
Antes de que concluyera el sexenio de Miguel de la Madrid, el hoy General Audomaro Martínez alcanzaba el grado de Coronel. En esa etapa de su carrera militar pidió el cambio a la recientemente creada Arma Blindada, creada en 1989 por el secretario Antonio Riviello Bazán.
Allí su carrera se consolidó y sus nexos con grupos al interior del Ejército lo llevaron paso a paso a ejercer el mando el regimientos y unidades blindadas y a convertirse en un respetado instructor. Su paso por a Escuela Superior de Guerra, en a segunda mitad de la década de los años setenta, lo hizo teniendo como compañero de antigüedad al hoy secretario de la Defensa, Guillermo Galván.
Hoy, tras su inserción en febrero de 2006 en la Coalición por el Bien de Todos, el General Martínez Zapata, juega un papel que va más allá del de encargarse de la seguridad del candidato de las izquierdas.
Obrador le ha pedido concretar encuentros y canales de comunicación abiertos, menos presionados y ásperos al interior de la institución armada.
Audomaro, quien dejó la Dirección General de Transporte Militar (fue pieza clave para la selección y compra de los nuevos vehículos de combate al narco conocidos como Sandcat –Gato de arena, recientemente adquiridos por la Sedena), está enfocado ahora, también, a concertar encuentros entre varios de los nuevos divisionarios del Ejército y el tabasqueño.
López Obrador quiere pulsar no solo las inquietudes de la milicia y sus necesidades operativas y presupuestales. Busca, necesita saber cuál es ánimo y la cohesión de la fuerza armada en los momentos de apremio y desgaste que viven las principales instituciones del país, entre ellas, por supuesto, el Ejército.
Quiere saber de qué tamaño es en estos momentos la institucionalidad de los militares, de cara a escenarios que se antojan difíciles y convulsos en la búsqueda priista por regresar a Los Pinos, la indecible alarma panista para mantenerse en el poder y la eterna promesa de la izquierda mexicana para, algún día, dar la cara por los más pobres.
Entre las torpezas declarativas y mediáticas de Enrique Peña Nieto y su gente, los escándalos y corruptelas del PRI, personificados en esta ocasión por su ex líder nacional Humberto Moreira, y los traspiés del panista Salvador Vega Casillas, cuya esposa ha sido señalada por cometer presuntas extorsiones a gasolineros del país, el candidato de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador, avanza silencioso en sus acercamientos con diversos actores políticos y sociales del país.
Las fuerzas armadas son uno de ellos y la vía para acceder a un grupo de militares de alto grado que previsiblemente serán actores en los cambios que deberá vivir la institución armada en los próximos años, llegue o no López Obrador al poder, es el General Audomaro Martínez Zapata.
El tabasqueño, nacido el 19 de noviembre de 1948 en Cunduacán, es hombre de todas las confianzas de López Obrador, tantas que como su coordinador y jefe de seguridad personal en lo que será la segunda intentona del peje para llegar a la Presidencia de la República, le ha encargado también servir como una especie de ariete para abrir determinadas puertas al interior de la Sedena.
Audomaro, general de Brigada del arma de Caballería (es Dragón) ascendido a ese grado en noviembre de 2001, ha tenido una amistad intermitente durante 31 años con López Obrador, a quien conoció en Villahermosa cuando era Mayor de Caballería en la 30 Zona Militar en 1980.
Tres años después, Audomaro regresó a la Ciudad de México para cumplir una nueva comisión en la Sedena. Sus buenas relaciones con los integrantes de Estado Mayor del entonces secretario Juan Arévalo Gardoqui le ayudaron no solo a regresar a Tabasco en 1984 como Subjefe de Estado Mayor de la 30 Zona Militar. Cuando lo hizo era ya Teniente Coronel.
Antes de que concluyera el sexenio de Miguel de la Madrid, el hoy General Audomaro Martínez alcanzaba el grado de Coronel. En esa etapa de su carrera militar pidió el cambio a la recientemente creada Arma Blindada, creada en 1989 por el secretario Antonio Riviello Bazán.
Allí su carrera se consolidó y sus nexos con grupos al interior del Ejército lo llevaron paso a paso a ejercer el mando el regimientos y unidades blindadas y a convertirse en un respetado instructor. Su paso por a Escuela Superior de Guerra, en a segunda mitad de la década de los años setenta, lo hizo teniendo como compañero de antigüedad al hoy secretario de la Defensa, Guillermo Galván.
Hoy, tras su inserción en febrero de 2006 en la Coalición por el Bien de Todos, el General Martínez Zapata, juega un papel que va más allá del de encargarse de la seguridad del candidato de las izquierdas.
Obrador le ha pedido concretar encuentros y canales de comunicación abiertos, menos presionados y ásperos al interior de la institución armada.
Audomaro, quien dejó la Dirección General de Transporte Militar (fue pieza clave para la selección y compra de los nuevos vehículos de combate al narco conocidos como Sandcat –Gato de arena, recientemente adquiridos por la Sedena), está enfocado ahora, también, a concertar encuentros entre varios de los nuevos divisionarios del Ejército y el tabasqueño.
López Obrador quiere pulsar no solo las inquietudes de la milicia y sus necesidades operativas y presupuestales. Busca, necesita saber cuál es ánimo y la cohesión de la fuerza armada en los momentos de apremio y desgaste que viven las principales instituciones del país, entre ellas, por supuesto, el Ejército.
Quiere saber de qué tamaño es en estos momentos la institucionalidad de los militares, de cara a escenarios que se antojan difíciles y convulsos en la búsqueda priista por regresar a Los Pinos, la indecible alarma panista para mantenerse en el poder y la eterna promesa de la izquierda mexicana para, algún día, dar la cara por los más pobres.
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