Adiós a un año primaveral

Pascal Beltrán del Río

En cada uno de los países en que aparecieron durante este año movimientos de protesta contra regímenes despóticos pueden encontrarse causas locales.

Pascal Beltrán del Río
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Cada cual en su dimensión, pero 2011 pasará a la historia, igual que 1968, como un año de transformaciones que ocurrieron simultánea o sucesivamente en un buen número de países.

Ambos años se caracterizaron también porque se entrelazaron el horror y la esperanza.

Ayer se cumplió exactamente un año de la inmolación de Mohamed Bouazizi, el técnico en informática tunecino a quien la situación económica orilló a vender frutas y verduras en un puesto ambulante para mantener a su madre y sus hermanos.

El 17 de diciembre de 2010, Bouazizi se prendió fuego frente a una dependencia pública de la localidad de Sidi Bouzid para protestar contra la confiscación de su medio de subsistencia, por no contar con papeles.

Ese hecho desató un movimiento popular en Túnez contra el gobierno, encabezado por el sempiterno presidente Ben Ali, que terminó con la huida de éste a Arabia Saudita. Desde entonces, esa nación norafricana pudo celebrar elecciones reconocidas como libres e instaurar un nuevo gobierno.

La protesta en Túnez tiende a verse como el origen de movimientos similares en Egipto, Libia, Yemen, Bahrein, Jordania, Marruecos y Siria. Es verdad que todas esas naciones árabes compartían un resentimiento contra la injusticia y un deseo de emancipación contra sus respectivos regímenes tolerados por las potencias de Occidente por la estabilidad geopolítica que ofrecieron durante muchos años, a pesar de un palmarés muy negativo en materia de respeto a los derechos humanos.

Sin embargo, también es cierto que cada una de esas naciones tenía su propia dinámica de cambio al momento en que Mohamed Bouazizi vertió una lata de pintura inflamable sobre su cuerpo y se prendió fuego. También lo es que ninguna de las otras revoluciones concluyó de manera pacífica y/o con una solución socialmente consensuada como sucedió en Túnez.

Y es que solamente tres días antes de que los tunecinos fueran a las urnas para elegir democráticamente a los integrantes de su nueva Asamblea Nacional, el mundo fue testigo del horrible fin de un hombre terrorífico, Muammar Gadhafi, torturado, sodomizado y asesinado cuando se ocultaba en el último reducto en ser tomado por los rebeldes libios.

El contraste entre los países vecinos Túnez y Libia fue marcado. Quizá fue porque Ben Ali decidió huir a tiempo y Gadhafi creyó que podía aplacar la rebelión, incluso cuando la OTAN ya había comenzado a bombardear al ejército libio que avanzaba sobre Bengasi, la capital de la sublevación.

Mediante una simplificación que frecuentemente contamina a las noticias se ha concluido que los habitantes de Bengasi se rebelaron como mera imitación de lo que sucedía del otro lado de la frontera, en Túnez y Egipto.

Lo cierto es que fue la detención de Fathi Terbil, un abogado que representaba a los familiares de los prisioneros masacrados por el régimen de Gadhafi en 1996, lo que lanzó a los bengasíes a las calles, donde fueron reprimidos por la policía, el 16 de febrero.

Hace dos años, mucho antes del inicio de la rebelión que acabaría con un régimen que duró más de cuatro décadas, la organización internacional Human Rights Watch daba cuenta de la falta de voluntad de Trípoli para resolver las quejas de los familiares de los presos de la cárcel de Abu Salim, a quienes se les ocultó durante años el asesinato masivo de los reos, a pesar de que a muchos de ellos les continuaban enviando ropa y otros enseres.

Lo mismo puede decirse de Egipto, donde antes de las famosas concentraciones en la plaza Tahrir de El Cairo ya habían ocurrido brotes de protesta contra el régimen del presidente Hosni Mubarak, en el poder desde 1981.

El descontento podía rastrearse al menos hasta abril de 2008, cuando el joven empresario Khaled Said fue sacado a rastras por policías de un café internet de Alejandría y luego azotado repetidamente contra las escaleras y el piso hasta que falleció.

El asesinato de Said dio lugar a uno de los primeros ejercicios de flashmob, es decir, la convocatoria a acciones de protesta desde internet, en particular desde las redes sociales. En Facebook se creó una página llamada “Todos Somos Khaled Said”, que en junio de 2010 dio a conocer las fotos de su cadáver, con la nariz y la quijada rotas, que provocaron estupor en Egipto y el extranjero.

En cada uno de los países en que aparecieron durante este año movimientos de protesta contra regímenes despóticos pueden encontrarse causas locales. Sin embargo, también denominadores comunes: sociedades jóvenes, que gracias a una mayor educación y contacto con la información en la red, están menos dispuestas a aceptar la arbitrariedad y la censura.

Y aunque a estas alturas, un año después de la inmolación de Bouazizi, aún no sabemos dónde pararán los movimientos en Egipto, Siria y Yemen, ya podemos decir que han tenido enormes efectos sobre la región que va desde el oeste de África hasta la Península Arábiga, y también sobre otras partes del mundo.

Imposible no ver su influencia en los movimientos de indignados y okupas, muchos de los cuales son también reacciones legítimas a los fenómenos económicos y sociales que están dejando sin oportunidades a los jóvenes en un mundo que envejece rápidamente.

El año que empieza es uno de desafíos: para las democracias, en las que los individuos han rebasado a las caducas instancias intermedias pero no siempre consiguen transformar millones de voces en una sola acción; para las economías, que no acaban de encontrar fórmulas de mayor inclusión; para la sociología, que tendrá que determinar qué significan estos retos al statu quo y qué formas de organización podrían surgir de ellos, y para el periodismo, obligado a evaluar sobre la marcha la importancia de movimientos como los descritos y ser capaz de contar sus historias.

Para México, 2011 ha sido año igualmente intenso, de tragedia y esperanza. Un año que entrelaza el horror de las masacres de Monterrey, Boca del Río y Guadalajara con el caminar serenamente obsesivo de Javier Sicilia —uno de los protesters reconocidos como personajes de 2011 por la revista Time—, quien contribuyó, a partir de su tragedia personal, a dar rostro a las víctimas del crimen organizado y a evidenciar la indiferencia oficial.

Consciente de que mi trabajo impone retratar el horror, me alegro de que entre las notas que publicó nuestro diario hubo mucho espacio para la fe en el destino de la humanidad. Personalmente me quedo con el lado primaveral de 2011, aun sabedor de que México y el mundo caminarán el año entrante al filo del precipicio.

Estoy seguro de que la historia registrará a 2011 como uno de los más importantes de esta etapa que nos ha tocado vivir. Y me alegro de haber sido testigo de sus principales acontecimientos, lo mismo en las calles de México que en la llanura sangrienta de Ras Lanuf, Libia, o desde la redacción de Excélsior, donde decenas de periodistas todos los días ponen lo mejor de ellos para darle sentido a noticias que llegan de manera dispersa y caótica desde todos los rincones del país y el resto del mundo.

Así terminan las entregas de esta Bitácora en 2011, estimado lector. Le deseo felices fiestas y que en estos días tenga usted tiempo para la reflexión sobre lo vivido y lo que viene por delante. Volveré a este espacio el domingo 8 de enero. Hasta entonces.

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