Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Jorge de la Vega Domínguez fue el operador de la expulsión del PRI de los integrantes de la Corriente Democrática. Las consecuencias inmediatas fueron la formación del Frente Democrático Nacional, el incumplimiento de obtenerle 20 millones de sufragios a Carlos Salinas, y la necesidad de que el sistema callara mientras Manuel Camacho sentaba las bases para legitimar a su candidato en dos tiempos: el compromiso de desaparecer los paquetes electorales, y la caída de Joaquín Hernández Galicia.
Gerardo Sánchez renueva, en una escala menor, la promesa de Jorge de la Vega, pues con todo desparpajo ofrece diez millones de sufragios a Enrique Peña Nieto, cuando el famoso voto verde dejó de serlo desde el momento en que Carlos Salinas de Gortari decidiera e instrumentara la reforma al artículo 27 constitucional, pensando en que la seguridad jurídica ofrecida por la norma legal podía ser sustituida por las complicidades establecidas a través de Solidaridad y el préstamo a la palabra, hoy reunidas en “Oportunidades”, con el mismo propósito: contar con votos fuertes, aunque la realidad indica que las reglas del juego se modificaron.
Quienes estuvieron en el entorno de Francisco Labastida Ochoa podrían narrar, con lujo de detalles, cómo hasta el último instante, sujetos al dicho de Yogui Berra, fundaron el rescoldo de su esperanza en el voto verde, hasta que Ernesto Zedillo, contra todo protocolo, contra toda lógica y antes de que cerraran las casillas sujetas al horario del Pacífico, declaró ganador a Vicente Fox Quesada, quien no aprovechó su legitimidad más que para tapar las fechorías de los hijitos de la señora Martha.
La actitud de ciertos dirigentes priistas, de algunos cercanos al candidato Peña Nieto, el falso timing político en la salida de Humberto Moreira, permiten suponer su certeza de que la campaña política será un paseo triunfal, nada se opone ni los separa del regreso a Los Pinos, para adueñarse de la silla del águila y conducirse como si nada hubiera pasado, como si la sociedad fuera igual a la que les dio la espalda en julio de 2000 y es muy posible que rechace al PAN en julio de 2012, lo que no es sino un disparate, pues los mexicanos están cansados de una guerra que les fue impuesta, de un modelo político incapaz de impedirla, como se ha mostrado incapaz de impedir promesas como la de los diez millones de votos, o el incumplimiento del mandato constitucional.
Al tal Gerardo Sánchez habría que lavarle la boca con jabón y estropajo, con la idea de que aprenda o no ofrecer lo que hoy por hoy es muy difícil o casi imposible de cumplir. El futuro inmediato de Enrique Peña Nieto, con el de él el de millones de mexicanos, depende de las decisiones que el ex gobernador asuma ya, para demostrar a los electores que el PRI cambió de piel, de forma y de fondo. El partido es de él, mientras sea candidato, que lo ordene y redefina, porque la línea se acabó.
Jorge de la Vega Domínguez fue el operador de la expulsión del PRI de los integrantes de la Corriente Democrática. Las consecuencias inmediatas fueron la formación del Frente Democrático Nacional, el incumplimiento de obtenerle 20 millones de sufragios a Carlos Salinas, y la necesidad de que el sistema callara mientras Manuel Camacho sentaba las bases para legitimar a su candidato en dos tiempos: el compromiso de desaparecer los paquetes electorales, y la caída de Joaquín Hernández Galicia.
Gerardo Sánchez renueva, en una escala menor, la promesa de Jorge de la Vega, pues con todo desparpajo ofrece diez millones de sufragios a Enrique Peña Nieto, cuando el famoso voto verde dejó de serlo desde el momento en que Carlos Salinas de Gortari decidiera e instrumentara la reforma al artículo 27 constitucional, pensando en que la seguridad jurídica ofrecida por la norma legal podía ser sustituida por las complicidades establecidas a través de Solidaridad y el préstamo a la palabra, hoy reunidas en “Oportunidades”, con el mismo propósito: contar con votos fuertes, aunque la realidad indica que las reglas del juego se modificaron.
Quienes estuvieron en el entorno de Francisco Labastida Ochoa podrían narrar, con lujo de detalles, cómo hasta el último instante, sujetos al dicho de Yogui Berra, fundaron el rescoldo de su esperanza en el voto verde, hasta que Ernesto Zedillo, contra todo protocolo, contra toda lógica y antes de que cerraran las casillas sujetas al horario del Pacífico, declaró ganador a Vicente Fox Quesada, quien no aprovechó su legitimidad más que para tapar las fechorías de los hijitos de la señora Martha.
La actitud de ciertos dirigentes priistas, de algunos cercanos al candidato Peña Nieto, el falso timing político en la salida de Humberto Moreira, permiten suponer su certeza de que la campaña política será un paseo triunfal, nada se opone ni los separa del regreso a Los Pinos, para adueñarse de la silla del águila y conducirse como si nada hubiera pasado, como si la sociedad fuera igual a la que les dio la espalda en julio de 2000 y es muy posible que rechace al PAN en julio de 2012, lo que no es sino un disparate, pues los mexicanos están cansados de una guerra que les fue impuesta, de un modelo político incapaz de impedirla, como se ha mostrado incapaz de impedir promesas como la de los diez millones de votos, o el incumplimiento del mandato constitucional.
Al tal Gerardo Sánchez habría que lavarle la boca con jabón y estropajo, con la idea de que aprenda o no ofrecer lo que hoy por hoy es muy difícil o casi imposible de cumplir. El futuro inmediato de Enrique Peña Nieto, con el de él el de millones de mexicanos, depende de las decisiones que el ex gobernador asuma ya, para demostrar a los electores que el PRI cambió de piel, de forma y de fondo. El partido es de él, mientras sea candidato, que lo ordene y redefina, porque la línea se acabó.
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