Jorge Fernández Menéndez
Dice Marcelo Ebrard que quien sea el candidato del PRD, es decir, él mismo o Andrés Manuel López Obrador, su partido irá solo contra el PRI en las elecciones de julio próximo. Quién sabe si es así. Pero lo cierto es que en la política real esa posibilidad se ve cada día más lejos: el PRD no ha podido superar con éxito ni siquiera la elección de sus consejeros y congresistas; el partido está profundamente dividido, tanto que su presidente nacional y su secretaria general, Jesús Zambrano y Dolores Padierna, respectivamente, hablan, opinan y actúan como si fueran de dos partidos completamente diferentes. Si nos atenemos a las encuestas, el PRD no supera 16 o 17%; si vamos a las elecciones en el Estado de México, estuvo en ese promedio; en Michoacán, el próximo domingo, salvo que todos los estudios de opinión estén radicalmente equivocados, no tiene posibilidad alguna de mantener la gubernatura; en Guerrero, la administración de Ángel Heladio Aguirre está lejos de ser ejemplar. ¿Dónde está entonces el PRD? En el Distrito Federal, y aquí la lucha entre las facciones de López Obrador y de Ebrard es quizá más dura que nunca. Por lo pronto, en las encuestas, Beatriz Paredes ha comenzado a estar por encima de cualquier perredista.
No digo que esta situación no pueda cambiar. Que teniendo un buen candidato el PRD (y sus aliados de Movimiento Ciudadano y el PT) puedan hacer una buena elección; que sus adversarios en el PRI y en el PAN pueden equivocarse y cambiar la tendencia electoral. Lo que digo es que la afirmación de Ebrard (como las que lleva haciendo desde hace seis años López Obrador) no tienen asidero en la realidad, por lo menos no en la actualidad. No hay nada que indique que en 2012 la competencia real será entre el PRI y el PRD (lo mismo dijeron en el Estado de México y a pesar de que la campaña del PAN fue fatal en todos los sentidos, no llegaron ni a 20% de los votos).
Esa falta de asidero con la realidad es uno de los mayores problemas de nuestra clase política. La propuesta que se ha hecho, y que refrendó con acierto Manlio Fabio Beltrones el lunes pasado, de avanzar en gobiernos de coalición, me parece francamente positiva. Pero, como lo dijo, en el mismo evento en el que se presentó el ensayo de Beltrones, uno de sus invitados, el panista Diego Fernández de Cevallos, hay dos consideraciones centrales al respecto: primero, que no se necesitan cambios legales y menos aún constitucionales para establecer un gobierno de coalición. Y, segundo, que para que eso, con cambios legales o no, se convierta en una realidad, se requiere mucha menos mezquindad que la que muestran buena parte de nuestros políticos. El ejemplo que puso Diego es transparente: si nuestros legisladores no son capaces siquiera de ponerse de acuerdo para la designación de tres consejeros electorales, ¿quién será el valiente que esté dispuesto a que esos mismos legisladores tengan en sus manos la ratificación del gabinete?
Esa mezquindad, esa falta de relación de las ideas y las declaraciones con la realidad, son uno de nuestros mayores problemas políticos. Claro que necesitamos gobiernos funcionales, que sean efectivos y permitan que las cosas funcionen, independientemente de quién sea el gobernante y a qué partido pertenezca. Pero la norma sigue siendo la otra. Nuestros legisladores y sus partidos pueden violar la legalidad y no pasa nada. Las normas no sirven para nada, en el Congreso se confunde el fuero con la impunidad y ni siquiera se respeta el reglamento interno. Desde hace un año se está violando la Constitución al no completar el Consejo General del IFE y a nadie le importa. Desde hace tres años asumieron compromisos específicos en temas de justicia y legalidad y no los han cumplido ni han presentado por lo menos una disculpa por no hacerlo. Ni los partidos ni el Congreso tienen un verdadero control externo de los recursos públicos que utilizan, y no pasa nada. La palabra en la política vale menos cada vez. Y, sin ella, las coaliciones de cualquier tipo se acaban en cuanto concluyen los intereses coyunturales.
La realidad parece estar cada día más disociada de nuestros políticos, que viven en su respectiva realidad. Una en la que se dicen más o menos competitivos, en la que creen que trabajan en un Congreso funcional y al servicio de la gente, en la que aseguran que los acuerdos son la norma, y donde respetan estrictamente la legalidad. Hay que reconocer que los cuatro que estuvieron en el Palacio de Minería, presentando el ensayo de Beltrones, son de los políticos más responsables y serios que tiene el país. Pero quizás precisamente por eso estaban allí, de alguna forma predicando en el desierto.
Dice Marcelo Ebrard que quien sea el candidato del PRD, es decir, él mismo o Andrés Manuel López Obrador, su partido irá solo contra el PRI en las elecciones de julio próximo. Quién sabe si es así. Pero lo cierto es que en la política real esa posibilidad se ve cada día más lejos: el PRD no ha podido superar con éxito ni siquiera la elección de sus consejeros y congresistas; el partido está profundamente dividido, tanto que su presidente nacional y su secretaria general, Jesús Zambrano y Dolores Padierna, respectivamente, hablan, opinan y actúan como si fueran de dos partidos completamente diferentes. Si nos atenemos a las encuestas, el PRD no supera 16 o 17%; si vamos a las elecciones en el Estado de México, estuvo en ese promedio; en Michoacán, el próximo domingo, salvo que todos los estudios de opinión estén radicalmente equivocados, no tiene posibilidad alguna de mantener la gubernatura; en Guerrero, la administración de Ángel Heladio Aguirre está lejos de ser ejemplar. ¿Dónde está entonces el PRD? En el Distrito Federal, y aquí la lucha entre las facciones de López Obrador y de Ebrard es quizá más dura que nunca. Por lo pronto, en las encuestas, Beatriz Paredes ha comenzado a estar por encima de cualquier perredista.
No digo que esta situación no pueda cambiar. Que teniendo un buen candidato el PRD (y sus aliados de Movimiento Ciudadano y el PT) puedan hacer una buena elección; que sus adversarios en el PRI y en el PAN pueden equivocarse y cambiar la tendencia electoral. Lo que digo es que la afirmación de Ebrard (como las que lleva haciendo desde hace seis años López Obrador) no tienen asidero en la realidad, por lo menos no en la actualidad. No hay nada que indique que en 2012 la competencia real será entre el PRI y el PRD (lo mismo dijeron en el Estado de México y a pesar de que la campaña del PAN fue fatal en todos los sentidos, no llegaron ni a 20% de los votos).
Esa falta de asidero con la realidad es uno de los mayores problemas de nuestra clase política. La propuesta que se ha hecho, y que refrendó con acierto Manlio Fabio Beltrones el lunes pasado, de avanzar en gobiernos de coalición, me parece francamente positiva. Pero, como lo dijo, en el mismo evento en el que se presentó el ensayo de Beltrones, uno de sus invitados, el panista Diego Fernández de Cevallos, hay dos consideraciones centrales al respecto: primero, que no se necesitan cambios legales y menos aún constitucionales para establecer un gobierno de coalición. Y, segundo, que para que eso, con cambios legales o no, se convierta en una realidad, se requiere mucha menos mezquindad que la que muestran buena parte de nuestros políticos. El ejemplo que puso Diego es transparente: si nuestros legisladores no son capaces siquiera de ponerse de acuerdo para la designación de tres consejeros electorales, ¿quién será el valiente que esté dispuesto a que esos mismos legisladores tengan en sus manos la ratificación del gabinete?
Esa mezquindad, esa falta de relación de las ideas y las declaraciones con la realidad, son uno de nuestros mayores problemas políticos. Claro que necesitamos gobiernos funcionales, que sean efectivos y permitan que las cosas funcionen, independientemente de quién sea el gobernante y a qué partido pertenezca. Pero la norma sigue siendo la otra. Nuestros legisladores y sus partidos pueden violar la legalidad y no pasa nada. Las normas no sirven para nada, en el Congreso se confunde el fuero con la impunidad y ni siquiera se respeta el reglamento interno. Desde hace un año se está violando la Constitución al no completar el Consejo General del IFE y a nadie le importa. Desde hace tres años asumieron compromisos específicos en temas de justicia y legalidad y no los han cumplido ni han presentado por lo menos una disculpa por no hacerlo. Ni los partidos ni el Congreso tienen un verdadero control externo de los recursos públicos que utilizan, y no pasa nada. La palabra en la política vale menos cada vez. Y, sin ella, las coaliciones de cualquier tipo se acaban en cuanto concluyen los intereses coyunturales.
La realidad parece estar cada día más disociada de nuestros políticos, que viven en su respectiva realidad. Una en la que se dicen más o menos competitivos, en la que creen que trabajan en un Congreso funcional y al servicio de la gente, en la que aseguran que los acuerdos son la norma, y donde respetan estrictamente la legalidad. Hay que reconocer que los cuatro que estuvieron en el Palacio de Minería, presentando el ensayo de Beltrones, son de los políticos más responsables y serios que tiene el país. Pero quizás precisamente por eso estaban allí, de alguna forma predicando en el desierto.
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