Jacobo Zabludovsky / Bucareli
A las 8 y 5 de la noche salió humo blanco de las cenizas de la economía española. Por 186 escaños contra 110 gana la presidencia el Partido Popular sobre el Partido Socialista Obrero Español.
Dolores de Cospedal, secretaria general del Partido Popular y presidenta de Castilla-La Mancha, se asomó a las 10 al balcón de su partido en la calle de Génova para anunciar su triunfo irreversible y calmar a la multitud que llenó el horizonte desde Colón a Argensola
El triunfo tiene muchos padres; la derrota es huérfana. En la calle Ferraz, ante el Partido Socialista, no se paran ni las moscas. La jornada fue de una calma ejemplar con ausencia de partidarios socialistas y apatía de quienes se rindieron ante el mal tiempo. Alfredo Pérez Rubalcaba habla cuatro minutos a las 10 y 20, reconoce que “el Partido Socialista no ha tenido un buen resultado; hemos perdido claramente las elecciones… pasemos a encabezar la oposición… tenemos compromiso con el interés general de España… vamos a trabajar con todas nuestras fuerzas para recuperar la mayoría política…”.
A las 10 y 35 Mariano Rajoy agradece a todos los españoles. “No habrá para mí más enemigos que el paro y la situación económica… sé muy bien lo que nos espera… enfrentamos un desafío… queremos devolver a los españoles el orgullo de serlo… la nuestra es una gran nación… pero incluso las grandes naciones se olvidan a veces de lo que son… subrayo la idea del esfuerzo común equitativamente repartido… El pueblo español ha escogido y los invito a ustedes a compartir esa confianza…”. Fue el final de una etapa y el principio de otra.
Javier Moreno, del periódico El País, me adelanta su cabeza de primera plana para hoy lunes: “La crisis entrega el poder al Partido Popular”.
El fantasma de la pobreza movió la mano de 35 millones de votantes, algunos (20%) indecisos, otros arrepentidos, los más decepcionados y unos cuantos en espera del cambio hacia algo incierto, pero cambio al fin.
Antiguos fantasmas se aparecieron en la capital del reino: los de la Guerra Civil partieron ayer sábado de la calle Génova, no por ser la del Partido Popular sino porque en una de sus casas nació José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española, los 75 años de cuya muerte eran el motivo de la peregrinación a su tumba en el Valle de los Caídos, con decenas de sus partidarios que brazo en alto rezaban a su caudillo. Como lo hacían por el suyo los nostálgicos de Francisco Franco, quien coincidió 36 años de ausencia con el día de elecciones democráticas en una España que creyó dejar atada y bien atada. Si ayer le hubiera sido posible resucitar y ver a su alrededor se volvería a morir ipso facto.
Un fantasma desafiante llegó hasta las puertas del Congreso de los Diputados encarnado en un muchacho que saltó el cerco de los policías y desplegó la bandera de la República Española, primera manifestación antimonárquica desde el comienzo de la crisis. Y esta madrugada dominical, fría, húmeda, gris y oscura, era borrado del pedestal de uno de los leones (“Fundidos con el bronce de los cañones enemigos en la guerra de África de 1870”) el grafito rojo: “Abajo el régimen”. Seis indignados fueron detenidos.
La semana previa a esta votación fue catastrófica para el PSOE que esperaba aprovecharla en un esfuerzo final de convencer pero acabó de hundirse. Lo diferente de estas elecciones frente a todas las anteriores es que las cifras que volaban como pedradas no eran de porcentajes de sufragios, sino de acciones bursátiles, pérdidas o ganancias de las inversiones, tasas de interés, garantías de pago o crecimiento del desempleo. Los números no contaban votos sino dinero. El jueves, después de un informe contante y sonante, los ciudadanos retiraron los restos de su confianza de lo que quedaba de este gobierno que, para vender su bono a 10 años, tuvo que pagar 7%. El bono alemán paga menos del 2%. En la espiral de desconfianza la prima de riesgo superó los 500 puntos y solo la intervención del Banco Central Europeo alivió leve la caída de confianza. Presagio fatal en un jueves negro a 100 horas del voto.
Después de una campaña en la que el triunfo del Partido Popular se perfiló desde el principio, ninguno de los dos candidatos planteó la solución al problema del desempleo. Las palabras se fueron por las ramas de la demagogia y en la búsqueda del voto fácil, en discursos de lamentable nivel, presagios de una ausencia de liderazgo en el próximo gobierno español.
La tragedia no mencionada es la pobreza creciente. Una de las consecuencias inmediatas de la crisis es la desaparición de la clase media, o de gran parte de ella, que ha caído en los niveles económicos más bajos de la población. Solo en la comunidad de Madrid, para mencionar una región relativamente próspera, las solicitudes de Renta Mínima de Inserción, una ayuda oficial a las familias más necesitadas, subió de 2 mil 500 en 2008 a más de 10 mil 400 en el mismo periodo de este 2011. En tres años se multiplicaron por cuatro.
La gran mayoría de estos nuevos pobres vivía sin lujos pero sin problemas. Al perder sus trabajos recortan sus gastos escolares, de vestuario, comunicaciones y salud, en ese orden. Lo último en disminuir es la alimentación, pero se está llegando a eso en un país con fama de abundante y buen comer. Cinco millones de adultos útiles sin empleo han sido decisivos en la votación. Si los políticos no lograron convencer, el estómago les hizo la tarea.
El derrumbe económico español resulta incomprensible para quien desde lejos solo conoce cifras. Pongamos un ejemplo. Hace una semana la Policía Nacional convocó a cubrir algunas plazas. Los solicitantes se someten a un proceso eliminatorio que abarca exámenes de ciencias jurídicas y sociales, materias técnico-científicas y aptitudes físicas, pruebas de personalidad y de dominio del inglés o francés. Si son seleccionados estudiarán durante nueve meses en la Escuela de Policía, donde los mejores obtendrán empleo. Cumplidos todos los requisitos algunos lograrán el uniforme con salario mínimo. 36 mil 000 jóvenes presentaron solicitud a las 153 vacantes.
Un debate televisado único, corto de tiempo y contenido, corto en todo menos en su costo de 600 mil euros, mostró a un Pérez Rubalcaba en el desperdicio de su oportunidad de achicar la distancia ante un Rajoy que llevaba escritas respuestas a preguntas que nadie le hizo. El primero para bien y el segundo para mal, ambos son producto del voto de castigo el PSOE por el desastre de su gobierno. Como en las telenovelas clásicas, el niño que va a nacer será producto del odio y no del amor, ni de la inteligencia.
El naufragio del Titanic socialista no tuvo siquiera el consuelo de un Carpathia que acudiera a las llamadas del telegrafista próximo a morir ahogado, a tiempo de rescatar un puñado de náufragos. Con todo, un iceberg no es el diluvio y en la historia de España las adversidades gigantescas han sido frecuentes y sus hombres y mujeres han enfrentado con ventura mayores desafíos. En más de una ocasión sacaron inspiración de la derrota.
Mientras otros pueblos se comieron sus vacas gordas, éste las puso a trabajar y emerge de la turbulencia con obras de infraestructura en cada pueblo, una red asombrosa de carreteras, los mejores trenes de pasajeros del mundo, viejos y nuevos museos, ciudades enteras que saltaron del restirador al semáforo, aires frescos en el arte, una industria que produce y exporta vinos, aceite de oliva, aviones, helicópteros, submarinos, autobuses, coches y tecnología energética con obreros eficaces, empresarios sólidos y habitantes probados en la aventura de navegar contra el viento. Hará falta algo más que una bodega de monedas mal alijadas para que este barco haga agua.
Hoy lunes, cuando usted lee Bucareli, un grupo peculiar de seres humanos terminó su tiempo de lanzar cohetes, se remanga la blusa y comienza algo más difícil que levantar varitas: levantar a un país, recomponer su modelo de vida y alentar a un pueblo. Levantar, recomponer y alentarse a sí mismo. Nada más.
A las 8 y 5 de la noche salió humo blanco de las cenizas de la economía española. Por 186 escaños contra 110 gana la presidencia el Partido Popular sobre el Partido Socialista Obrero Español.
Dolores de Cospedal, secretaria general del Partido Popular y presidenta de Castilla-La Mancha, se asomó a las 10 al balcón de su partido en la calle de Génova para anunciar su triunfo irreversible y calmar a la multitud que llenó el horizonte desde Colón a Argensola
El triunfo tiene muchos padres; la derrota es huérfana. En la calle Ferraz, ante el Partido Socialista, no se paran ni las moscas. La jornada fue de una calma ejemplar con ausencia de partidarios socialistas y apatía de quienes se rindieron ante el mal tiempo. Alfredo Pérez Rubalcaba habla cuatro minutos a las 10 y 20, reconoce que “el Partido Socialista no ha tenido un buen resultado; hemos perdido claramente las elecciones… pasemos a encabezar la oposición… tenemos compromiso con el interés general de España… vamos a trabajar con todas nuestras fuerzas para recuperar la mayoría política…”.
A las 10 y 35 Mariano Rajoy agradece a todos los españoles. “No habrá para mí más enemigos que el paro y la situación económica… sé muy bien lo que nos espera… enfrentamos un desafío… queremos devolver a los españoles el orgullo de serlo… la nuestra es una gran nación… pero incluso las grandes naciones se olvidan a veces de lo que son… subrayo la idea del esfuerzo común equitativamente repartido… El pueblo español ha escogido y los invito a ustedes a compartir esa confianza…”. Fue el final de una etapa y el principio de otra.
Javier Moreno, del periódico El País, me adelanta su cabeza de primera plana para hoy lunes: “La crisis entrega el poder al Partido Popular”.
El fantasma de la pobreza movió la mano de 35 millones de votantes, algunos (20%) indecisos, otros arrepentidos, los más decepcionados y unos cuantos en espera del cambio hacia algo incierto, pero cambio al fin.
Antiguos fantasmas se aparecieron en la capital del reino: los de la Guerra Civil partieron ayer sábado de la calle Génova, no por ser la del Partido Popular sino porque en una de sus casas nació José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española, los 75 años de cuya muerte eran el motivo de la peregrinación a su tumba en el Valle de los Caídos, con decenas de sus partidarios que brazo en alto rezaban a su caudillo. Como lo hacían por el suyo los nostálgicos de Francisco Franco, quien coincidió 36 años de ausencia con el día de elecciones democráticas en una España que creyó dejar atada y bien atada. Si ayer le hubiera sido posible resucitar y ver a su alrededor se volvería a morir ipso facto.
Un fantasma desafiante llegó hasta las puertas del Congreso de los Diputados encarnado en un muchacho que saltó el cerco de los policías y desplegó la bandera de la República Española, primera manifestación antimonárquica desde el comienzo de la crisis. Y esta madrugada dominical, fría, húmeda, gris y oscura, era borrado del pedestal de uno de los leones (“Fundidos con el bronce de los cañones enemigos en la guerra de África de 1870”) el grafito rojo: “Abajo el régimen”. Seis indignados fueron detenidos.
La semana previa a esta votación fue catastrófica para el PSOE que esperaba aprovecharla en un esfuerzo final de convencer pero acabó de hundirse. Lo diferente de estas elecciones frente a todas las anteriores es que las cifras que volaban como pedradas no eran de porcentajes de sufragios, sino de acciones bursátiles, pérdidas o ganancias de las inversiones, tasas de interés, garantías de pago o crecimiento del desempleo. Los números no contaban votos sino dinero. El jueves, después de un informe contante y sonante, los ciudadanos retiraron los restos de su confianza de lo que quedaba de este gobierno que, para vender su bono a 10 años, tuvo que pagar 7%. El bono alemán paga menos del 2%. En la espiral de desconfianza la prima de riesgo superó los 500 puntos y solo la intervención del Banco Central Europeo alivió leve la caída de confianza. Presagio fatal en un jueves negro a 100 horas del voto.
Después de una campaña en la que el triunfo del Partido Popular se perfiló desde el principio, ninguno de los dos candidatos planteó la solución al problema del desempleo. Las palabras se fueron por las ramas de la demagogia y en la búsqueda del voto fácil, en discursos de lamentable nivel, presagios de una ausencia de liderazgo en el próximo gobierno español.
La tragedia no mencionada es la pobreza creciente. Una de las consecuencias inmediatas de la crisis es la desaparición de la clase media, o de gran parte de ella, que ha caído en los niveles económicos más bajos de la población. Solo en la comunidad de Madrid, para mencionar una región relativamente próspera, las solicitudes de Renta Mínima de Inserción, una ayuda oficial a las familias más necesitadas, subió de 2 mil 500 en 2008 a más de 10 mil 400 en el mismo periodo de este 2011. En tres años se multiplicaron por cuatro.
La gran mayoría de estos nuevos pobres vivía sin lujos pero sin problemas. Al perder sus trabajos recortan sus gastos escolares, de vestuario, comunicaciones y salud, en ese orden. Lo último en disminuir es la alimentación, pero se está llegando a eso en un país con fama de abundante y buen comer. Cinco millones de adultos útiles sin empleo han sido decisivos en la votación. Si los políticos no lograron convencer, el estómago les hizo la tarea.
El derrumbe económico español resulta incomprensible para quien desde lejos solo conoce cifras. Pongamos un ejemplo. Hace una semana la Policía Nacional convocó a cubrir algunas plazas. Los solicitantes se someten a un proceso eliminatorio que abarca exámenes de ciencias jurídicas y sociales, materias técnico-científicas y aptitudes físicas, pruebas de personalidad y de dominio del inglés o francés. Si son seleccionados estudiarán durante nueve meses en la Escuela de Policía, donde los mejores obtendrán empleo. Cumplidos todos los requisitos algunos lograrán el uniforme con salario mínimo. 36 mil 000 jóvenes presentaron solicitud a las 153 vacantes.
Un debate televisado único, corto de tiempo y contenido, corto en todo menos en su costo de 600 mil euros, mostró a un Pérez Rubalcaba en el desperdicio de su oportunidad de achicar la distancia ante un Rajoy que llevaba escritas respuestas a preguntas que nadie le hizo. El primero para bien y el segundo para mal, ambos son producto del voto de castigo el PSOE por el desastre de su gobierno. Como en las telenovelas clásicas, el niño que va a nacer será producto del odio y no del amor, ni de la inteligencia.
El naufragio del Titanic socialista no tuvo siquiera el consuelo de un Carpathia que acudiera a las llamadas del telegrafista próximo a morir ahogado, a tiempo de rescatar un puñado de náufragos. Con todo, un iceberg no es el diluvio y en la historia de España las adversidades gigantescas han sido frecuentes y sus hombres y mujeres han enfrentado con ventura mayores desafíos. En más de una ocasión sacaron inspiración de la derrota.
Mientras otros pueblos se comieron sus vacas gordas, éste las puso a trabajar y emerge de la turbulencia con obras de infraestructura en cada pueblo, una red asombrosa de carreteras, los mejores trenes de pasajeros del mundo, viejos y nuevos museos, ciudades enteras que saltaron del restirador al semáforo, aires frescos en el arte, una industria que produce y exporta vinos, aceite de oliva, aviones, helicópteros, submarinos, autobuses, coches y tecnología energética con obreros eficaces, empresarios sólidos y habitantes probados en la aventura de navegar contra el viento. Hará falta algo más que una bodega de monedas mal alijadas para que este barco haga agua.
Hoy lunes, cuando usted lee Bucareli, un grupo peculiar de seres humanos terminó su tiempo de lanzar cohetes, se remanga la blusa y comienza algo más difícil que levantar varitas: levantar a un país, recomponer su modelo de vida y alentar a un pueblo. Levantar, recomponer y alentarse a sí mismo. Nada más.
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