Jorge Alejandro Medellín
Los cambios que han vivido Marina y Sedena en el sexenio del presidente Felipe Calderón para modernizarse y estar a la altura del combate al narcotráfico, han ocurrido en la inercia de una estrategia que implica fuertes inversiones en compra de equipos, de material de guerra y de adiestramiento de elite dentro y fuera del país.
El crecimiento del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos (FAM) en los últimos cinco años ha ido a contra corriente de la dinámica de achicamiento que viven otras fuerzas armadas del continente, en las que se ha privilegiado la compra de armamento de primer nivel en lo que muchos han calificado como una nueva carrera belicista a nivel regional.
Venezuela, Brasil, Colombia y Chile encabezan el listado de naciones latinoamericanas que han invertido millones de dólares en armamento, en equipos de seguridad y en licencias para fabricación de fusiles de asalto y carros de combate alemanes.
Chile y Brasil acaban firmar acuerdos de cooperación en áreas de modernización naval y mantenimiento de blindados ligeros. El recientemente creado Estado Mayor de la Defensa de Uruguay (ESMADE), envió hace unas semanas al Ministerio de Defensa de ese país un plan de modernización de las fuerzas armadas que contempla, entre otras la reducción de efectivos que achicará más la cifra de 22 mil integrantes que a la fecha tiene el país sudamericano.
Brasil está en tratos con la firma alemana Krauss Miffen para que ésta fabrique 36 carros de combate al ejército amazónico en su planta ubicada al sur del país. En tanto, la marina brasileña ha pospuesto para el 2014 el lanzamiento de su primero submarino impulsado por energía nuclear.
Venezuela mantiene sus nexos armamentísticos con Irán y con Rusia a partir de los cuales ha modernizado su flota aérea, sus sistemas defensivos antiaéreos, sus radares fronterizos y su armamento ligero.
Perú y los Estados Unidos firmaron en Washington acuerdos para restablecer la cooperación bilateral en materia de defensa continental, luego del estrecho acercamiento del Ministerio de Defensa peruano hacia fabricantes rusos en la pasada década.
Esta renovada búsqueda de acuerdos y lazos militares por parte de los Estados Unidos a nivel continental ha impactado también a las fuerzas armadas mexicanas, en particular a la Marina, que ha decidido compensar los magros presupuestos que recibe del poder federal con adiestramiento naval norteamericano dentro y fuera del país.
En otro punto del escenario estratégico está la Sedena, en donde al menos tres grupos de militares de alto grado en el activo, así como generales en retiro, conforman una pinza que ataca desde varios frentes la actitud de la Marina, señalando primero su falta de patriotismo y luego su necedad al invadir esferas que históricamente han sido ocupadas y controladas por el ejército de tierra.
A juicio de los mandos de la Defensa Nacional, el papel de la Marina ha sido protagónico y al mismo tiempo poco institucional en el trato con sus contrapartes norteamericanas. El acercamiento de la Armada hacia el Pentágono le resulta incómodo a ciertos grupos más identificados con el nacionalismo de décadas pasadas.
Se dirá que esta rivalidad es natural y hasta normal, que siempre ha existido y que lo único distinto ahora es el contexto en que se da. Esto es parcialmente cierto. La inconformidad militar hacia la dinámica naval se ha incrementado de cara a las elecciones presidenciales del 2012 y con ella la presión de grupos castrenses que dentro y fuera de la Sedena enfocan sus baterías hacia las oficinas del Almirante Saynez.
Pronunciamientos navales como el del pasado 15 de septiembre, cuando Saynez Mendoza recibió tres helicópteros Black Hawk para operaciones antinarco, molestan a algunos militares. Dijo Saynez en aquella ocasión que agradecía “al General Jacoby como Comandante del Comando Norte de los Estados Unidos, con quien hemos tenido una relación muy fructífera e intercambio de información de inteligencia y muchas otras cosas más, que han sido de utilidad para México”.
La semana pasada el embajador norteamericano Anthony Wayne se reunió con el Almirante Saynez para revisar los avances en la cooperación antidrogas y sobre todo para fijar la agenda de participación de la Armada de México en las operaciones y ejercicios conjuntos como el Panamax y UNITAS que cada año se efectúan en el Caribe y el aguas del sur continental, encabezadas por la marina estadunidense.
Desde diversas posiciones, la artillería nacionalista la emprendió contra las posiciones navales previo al encuentro entre Saynez y Wayne. Los impactos útiles fueron pocos pero quedaron registrados en la bitácora de abordo.
Poco inquietó a Calderón la andanada entre colegas de armas, porque éstos tienen ya una misión central como encomienda principal: la captura, vivo o muerto, de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, líder del cartel de Sinaloa.
Hacia allá enfila sus baterías la Marina, con el apoyo abierto y total de la Armada de los Estados Unidos y sus servicios de inteligencia.
Se trata de una cacería contra reloj -con tintes políticos y matices de obediencia y cohesión institucionales- en la que el objetivo se convertirá en una costosísima pieza para el museo judicial y diplomático de ambos países.
Marina y Sedena –al igual que la Policía Federal– tienen vía libre para dar con la presa. Su caída podría curar muchas heridas y salar innumerables cuentas. Cada institución se vale de sus mejores hombres y mujeres para cumplir la misión.
La delantera parece estar del lado naval, con la venia norteamericana y el apoyo de la desgastada y cada vez más compacta Presidencia de la República.
Los cambios que han vivido Marina y Sedena en el sexenio del presidente Felipe Calderón para modernizarse y estar a la altura del combate al narcotráfico, han ocurrido en la inercia de una estrategia que implica fuertes inversiones en compra de equipos, de material de guerra y de adiestramiento de elite dentro y fuera del país.
El crecimiento del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos (FAM) en los últimos cinco años ha ido a contra corriente de la dinámica de achicamiento que viven otras fuerzas armadas del continente, en las que se ha privilegiado la compra de armamento de primer nivel en lo que muchos han calificado como una nueva carrera belicista a nivel regional.
Venezuela, Brasil, Colombia y Chile encabezan el listado de naciones latinoamericanas que han invertido millones de dólares en armamento, en equipos de seguridad y en licencias para fabricación de fusiles de asalto y carros de combate alemanes.
Chile y Brasil acaban firmar acuerdos de cooperación en áreas de modernización naval y mantenimiento de blindados ligeros. El recientemente creado Estado Mayor de la Defensa de Uruguay (ESMADE), envió hace unas semanas al Ministerio de Defensa de ese país un plan de modernización de las fuerzas armadas que contempla, entre otras la reducción de efectivos que achicará más la cifra de 22 mil integrantes que a la fecha tiene el país sudamericano.
Brasil está en tratos con la firma alemana Krauss Miffen para que ésta fabrique 36 carros de combate al ejército amazónico en su planta ubicada al sur del país. En tanto, la marina brasileña ha pospuesto para el 2014 el lanzamiento de su primero submarino impulsado por energía nuclear.
Venezuela mantiene sus nexos armamentísticos con Irán y con Rusia a partir de los cuales ha modernizado su flota aérea, sus sistemas defensivos antiaéreos, sus radares fronterizos y su armamento ligero.
Perú y los Estados Unidos firmaron en Washington acuerdos para restablecer la cooperación bilateral en materia de defensa continental, luego del estrecho acercamiento del Ministerio de Defensa peruano hacia fabricantes rusos en la pasada década.
Esta renovada búsqueda de acuerdos y lazos militares por parte de los Estados Unidos a nivel continental ha impactado también a las fuerzas armadas mexicanas, en particular a la Marina, que ha decidido compensar los magros presupuestos que recibe del poder federal con adiestramiento naval norteamericano dentro y fuera del país.
En otro punto del escenario estratégico está la Sedena, en donde al menos tres grupos de militares de alto grado en el activo, así como generales en retiro, conforman una pinza que ataca desde varios frentes la actitud de la Marina, señalando primero su falta de patriotismo y luego su necedad al invadir esferas que históricamente han sido ocupadas y controladas por el ejército de tierra.
A juicio de los mandos de la Defensa Nacional, el papel de la Marina ha sido protagónico y al mismo tiempo poco institucional en el trato con sus contrapartes norteamericanas. El acercamiento de la Armada hacia el Pentágono le resulta incómodo a ciertos grupos más identificados con el nacionalismo de décadas pasadas.
Se dirá que esta rivalidad es natural y hasta normal, que siempre ha existido y que lo único distinto ahora es el contexto en que se da. Esto es parcialmente cierto. La inconformidad militar hacia la dinámica naval se ha incrementado de cara a las elecciones presidenciales del 2012 y con ella la presión de grupos castrenses que dentro y fuera de la Sedena enfocan sus baterías hacia las oficinas del Almirante Saynez.
Pronunciamientos navales como el del pasado 15 de septiembre, cuando Saynez Mendoza recibió tres helicópteros Black Hawk para operaciones antinarco, molestan a algunos militares. Dijo Saynez en aquella ocasión que agradecía “al General Jacoby como Comandante del Comando Norte de los Estados Unidos, con quien hemos tenido una relación muy fructífera e intercambio de información de inteligencia y muchas otras cosas más, que han sido de utilidad para México”.
La semana pasada el embajador norteamericano Anthony Wayne se reunió con el Almirante Saynez para revisar los avances en la cooperación antidrogas y sobre todo para fijar la agenda de participación de la Armada de México en las operaciones y ejercicios conjuntos como el Panamax y UNITAS que cada año se efectúan en el Caribe y el aguas del sur continental, encabezadas por la marina estadunidense.
Desde diversas posiciones, la artillería nacionalista la emprendió contra las posiciones navales previo al encuentro entre Saynez y Wayne. Los impactos útiles fueron pocos pero quedaron registrados en la bitácora de abordo.
Poco inquietó a Calderón la andanada entre colegas de armas, porque éstos tienen ya una misión central como encomienda principal: la captura, vivo o muerto, de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, líder del cartel de Sinaloa.
Hacia allá enfila sus baterías la Marina, con el apoyo abierto y total de la Armada de los Estados Unidos y sus servicios de inteligencia.
Se trata de una cacería contra reloj -con tintes políticos y matices de obediencia y cohesión institucionales- en la que el objetivo se convertirá en una costosísima pieza para el museo judicial y diplomático de ambos países.
Marina y Sedena –al igual que la Policía Federal– tienen vía libre para dar con la presa. Su caída podría curar muchas heridas y salar innumerables cuentas. Cada institución se vale de sus mejores hombres y mujeres para cumplir la misión.
La delantera parece estar del lado naval, con la venia norteamericana y el apoyo de la desgastada y cada vez más compacta Presidencia de la República.
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