Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal
Humberto Moreira, el líder nacional del PRI, regaló su cabeza a Enrique Peña Nieto para que la salve. Moreira perdió el rumbo y el control, y depositó su destino al frente del PRI en manos de quien en septiembre quería sacrificarlo, a costa de coartar las aspiraciones presidenciales de Manlio Fabio Beltrones que, paradójicamente, fue quien evitó que el mexiquense bailara lo pasara por la guillotina. ¿Qué sucedió? Para entender lo que pasa hoy dentro del PRI, hay que recordar dos momentos:
1.- En septiembre pasado, el equipo de Peña Nieto pensaba que Moreira se tenía que ir porque “no se había confesado lo suficiente”. Es decir, después del escándalo por enriquecimiento inexplicable de su cercano colaborador cercano Vicente Chaires, y la falsificación de documentos para justificar el endeudamiento de Coahuila cuando fue gobernador, Moreira se había convertido en un lastre para sus objetivos.
El 11 de septiembre se reunió el Comité Ejecutivo Nacional del PRI, incluidos 19 gobernadores en la sede en la ciudad de México para analizar el proceso electoral. La reunión buscaba establecer un control de daños ante la cargada por Peña Nieto. En ese cónclave, varios gobernadores, con el veracruzano Javier Duarte y el líder de la CTM, Joaquín Gamboa Pascoe a la cabeza, quisieron dar un albazo y, por aclamación, ungir al mexiquense como candidato presidencial.
2.- El albazo fue sofocado con argumentos estatutarios, pero eso no impedía que fueran a cortarle la cabeza al desacreditado Moreira. El equipo de Peña Nieto quiso cabildear quién lo remplazaría, y el procedimiento de prelación que le daría el cargo a Cristina Díaz, la secretaria general, fue rechazado por los peñistas. Si se iba el presidente, advirtieron, también la secretaria general, que había entrado con él como fórmula. En ese caso ascendería Ricardo Aguilar, secretario de Organización, enviado por Peña Nieto al Comité Ejecutivo Nacional como cuña de los dirigentes.
La suerte de Moreira fue discutida por Peña Nieto y Beltrones. El mexiquense no lo quería y el senador dijo que si se iba Moreira tendría que subir Díaz. La respuesta fue que ella no significaba nada para nadie, a lo que el senador respondió que su mismo equipo la había colocado en la secretaría general. Beltrones dijo que en todo caso, asumiera la presidencia del PRI Emilio Gamboa, dirigente del Sector Popular del partido y amigo de ambos, que también la había buscado en su momento. Peña Nieto no lo aceptó, y Moreira salvó su pellejo político.
El triunfo en Michoacán le dio el espacio a Moreira para volver a planear su estrategia de estadía -o salida- del PRI en sus propios términos. Para estos efectos, en la última semana dejó claro qué camino escogió: entregar su destino a los deseos de Peña Nieto.
Lo primero que hizo fue reflejar en la convocatoria para el registro de precandidatos presidenciales, los deseos de Peña Nieto -no se sabe si por medio de una instrucción directa o no-, para permitir que gobernadores y dirigentes sectoriales se pronunciaran por uno de ellos, con lo cual se eliminó el candado que impedía formalmente la línea y la cargada, que llevó a Beltrones a retirarse de la contienda.
Casi en paralelo, firmó la coalición con los partidos Verde y Nueva Alianza – una votación en donde los priístas con mayor autonomía no fueron invitados pese a ser miembros de la Comisión Permanente-, mediante la cual, en armonía con los deseos de Peña Nieto, entregó posiciones a los nuevos aliados para 2012 a cambio de sacrificar a los propios priístas.
El choque con Beltrones y con priístas en cuando menos cuatro estados -Chiapas, Jalisco, Puebla y Sinaloa- crece, pero Moreira todavía respira. En realidad, ya no es por él mismo sino por el oxígeno que artificialmente le da Peña Nieto, que lo ve como una pieza desechable y que en este momento, ante el choque con Beltrones y los priístas, sólo lo debe estar usando como un fusible quemado, en espera que termine de agotarse y buscar su relevo en el momento en que el mexiquense, no Moreira, lo decida.
Humberto Moreira, el líder nacional del PRI, regaló su cabeza a Enrique Peña Nieto para que la salve. Moreira perdió el rumbo y el control, y depositó su destino al frente del PRI en manos de quien en septiembre quería sacrificarlo, a costa de coartar las aspiraciones presidenciales de Manlio Fabio Beltrones que, paradójicamente, fue quien evitó que el mexiquense bailara lo pasara por la guillotina. ¿Qué sucedió? Para entender lo que pasa hoy dentro del PRI, hay que recordar dos momentos:
1.- En septiembre pasado, el equipo de Peña Nieto pensaba que Moreira se tenía que ir porque “no se había confesado lo suficiente”. Es decir, después del escándalo por enriquecimiento inexplicable de su cercano colaborador cercano Vicente Chaires, y la falsificación de documentos para justificar el endeudamiento de Coahuila cuando fue gobernador, Moreira se había convertido en un lastre para sus objetivos.
El 11 de septiembre se reunió el Comité Ejecutivo Nacional del PRI, incluidos 19 gobernadores en la sede en la ciudad de México para analizar el proceso electoral. La reunión buscaba establecer un control de daños ante la cargada por Peña Nieto. En ese cónclave, varios gobernadores, con el veracruzano Javier Duarte y el líder de la CTM, Joaquín Gamboa Pascoe a la cabeza, quisieron dar un albazo y, por aclamación, ungir al mexiquense como candidato presidencial.
2.- El albazo fue sofocado con argumentos estatutarios, pero eso no impedía que fueran a cortarle la cabeza al desacreditado Moreira. El equipo de Peña Nieto quiso cabildear quién lo remplazaría, y el procedimiento de prelación que le daría el cargo a Cristina Díaz, la secretaria general, fue rechazado por los peñistas. Si se iba el presidente, advirtieron, también la secretaria general, que había entrado con él como fórmula. En ese caso ascendería Ricardo Aguilar, secretario de Organización, enviado por Peña Nieto al Comité Ejecutivo Nacional como cuña de los dirigentes.
La suerte de Moreira fue discutida por Peña Nieto y Beltrones. El mexiquense no lo quería y el senador dijo que si se iba Moreira tendría que subir Díaz. La respuesta fue que ella no significaba nada para nadie, a lo que el senador respondió que su mismo equipo la había colocado en la secretaría general. Beltrones dijo que en todo caso, asumiera la presidencia del PRI Emilio Gamboa, dirigente del Sector Popular del partido y amigo de ambos, que también la había buscado en su momento. Peña Nieto no lo aceptó, y Moreira salvó su pellejo político.
El triunfo en Michoacán le dio el espacio a Moreira para volver a planear su estrategia de estadía -o salida- del PRI en sus propios términos. Para estos efectos, en la última semana dejó claro qué camino escogió: entregar su destino a los deseos de Peña Nieto.
Lo primero que hizo fue reflejar en la convocatoria para el registro de precandidatos presidenciales, los deseos de Peña Nieto -no se sabe si por medio de una instrucción directa o no-, para permitir que gobernadores y dirigentes sectoriales se pronunciaran por uno de ellos, con lo cual se eliminó el candado que impedía formalmente la línea y la cargada, que llevó a Beltrones a retirarse de la contienda.
Casi en paralelo, firmó la coalición con los partidos Verde y Nueva Alianza – una votación en donde los priístas con mayor autonomía no fueron invitados pese a ser miembros de la Comisión Permanente-, mediante la cual, en armonía con los deseos de Peña Nieto, entregó posiciones a los nuevos aliados para 2012 a cambio de sacrificar a los propios priístas.
El choque con Beltrones y con priístas en cuando menos cuatro estados -Chiapas, Jalisco, Puebla y Sinaloa- crece, pero Moreira todavía respira. En realidad, ya no es por él mismo sino por el oxígeno que artificialmente le da Peña Nieto, que lo ve como una pieza desechable y que en este momento, ante el choque con Beltrones y los priístas, sólo lo debe estar usando como un fusible quemado, en espera que termine de agotarse y buscar su relevo en el momento en que el mexiquense, no Moreira, lo decida.
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