Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Serias reconvenciones de amigos inteligentes sobre mi postura ante las coaliciones -que ayer amplié-, y acerca de la revocación de mandato y reelección, cuyo análisis hoy profundizo, porque considero que serían acciones que catapultarían, a quien llegue del PRI, a niveles de estadista que nunca ningún mandatario mexicano ha logrado.
Recuerden la declaración de Miguel de la Madrid a Carmen Aristegui: la impunidad es imprescindible para que funcionen las correas de transmisión del poder, pero olvidaron la entrevistadora y el entrevistado que éstas fueron desmanteladas desde la institución presidencial, por lo que la impunidad se enquistó en los diversos estamentos de los tres poderes, lo que fortalece las complicidades y la corrupción que han impedido conceptualizar e iniciar la transición política, sin la cual el país continuará a la deriva.
Es necesario puntualizar que impunidad, complicidades y corrupción no pueden erradicarse en su totalidad en ningún lado, pero pueden reducirse a su mínima expresión. Lo que mantiene la transición atorada es la impunidad, y la única manera de destrabarla es con la revocación de mandato.
Un inteligente crítico me advierte que eso es poner la institución presidencial en calidad de rehén, a lo que le respondo que no es cierto, es quien encabeza la Presidencia de la República quien se transforma en héroe de sus éxitos o en víctima de sus fracasos, pues para revocarle el mandato constitucional se requiere una ley reglamentaria al artículo 87 constitucional.
El impeachment o revocación no es nuevo. El primero se registró en 1376, se instruyó a Guillermo, el 4° barón de Latimer; Richard M. Nixon prefirió renunciar que someterse a la humillación de ser enjuiciado políticamente. Creo, entonces, que dicho procedimiento termina con la impunidad de la institución presidencial, y hacia abajo destruye las complicidades, crea un vacío en el que la corrupción queda inane.
La revocación de mandato es la compleja cerradura que abre la puerta a la conceptualización e instrumentación de la tan anhelada transición, pero la llave está en la reelección, con el propósito de que los legisladores se responsabilicen ante sus representados y no ante quien puso su nombre en las listas, en la idea de evitar la perversidad anticipada por el jefe Diego, el lunes.
Para que lo anterior funcione necesitan reconocer, quienes van a hacerse con el poder, que la institución presidencial está tocada de un padecimiento terminal, que cualquiera de los procedimientos para restaurarla que se emprendan, sólo prolongará su agonía y acelerará el proceso de desintegración de lo mexicano: identidad nacional, cultura, historia patria, valores que contribuyeron a construir la nación.
Todo indica que será el PRI quien tendrá el poder de construir para el futuro y poner orden. La restauración, como el término lo indica, es un regreso, y éste, como lo enseña la historia, es pavimentar el acceso al poder de la extrema derecha. Ya sabrán para qué quieren ganar.
Serias reconvenciones de amigos inteligentes sobre mi postura ante las coaliciones -que ayer amplié-, y acerca de la revocación de mandato y reelección, cuyo análisis hoy profundizo, porque considero que serían acciones que catapultarían, a quien llegue del PRI, a niveles de estadista que nunca ningún mandatario mexicano ha logrado.
Recuerden la declaración de Miguel de la Madrid a Carmen Aristegui: la impunidad es imprescindible para que funcionen las correas de transmisión del poder, pero olvidaron la entrevistadora y el entrevistado que éstas fueron desmanteladas desde la institución presidencial, por lo que la impunidad se enquistó en los diversos estamentos de los tres poderes, lo que fortalece las complicidades y la corrupción que han impedido conceptualizar e iniciar la transición política, sin la cual el país continuará a la deriva.
Es necesario puntualizar que impunidad, complicidades y corrupción no pueden erradicarse en su totalidad en ningún lado, pero pueden reducirse a su mínima expresión. Lo que mantiene la transición atorada es la impunidad, y la única manera de destrabarla es con la revocación de mandato.
Un inteligente crítico me advierte que eso es poner la institución presidencial en calidad de rehén, a lo que le respondo que no es cierto, es quien encabeza la Presidencia de la República quien se transforma en héroe de sus éxitos o en víctima de sus fracasos, pues para revocarle el mandato constitucional se requiere una ley reglamentaria al artículo 87 constitucional.
El impeachment o revocación no es nuevo. El primero se registró en 1376, se instruyó a Guillermo, el 4° barón de Latimer; Richard M. Nixon prefirió renunciar que someterse a la humillación de ser enjuiciado políticamente. Creo, entonces, que dicho procedimiento termina con la impunidad de la institución presidencial, y hacia abajo destruye las complicidades, crea un vacío en el que la corrupción queda inane.
La revocación de mandato es la compleja cerradura que abre la puerta a la conceptualización e instrumentación de la tan anhelada transición, pero la llave está en la reelección, con el propósito de que los legisladores se responsabilicen ante sus representados y no ante quien puso su nombre en las listas, en la idea de evitar la perversidad anticipada por el jefe Diego, el lunes.
Para que lo anterior funcione necesitan reconocer, quienes van a hacerse con el poder, que la institución presidencial está tocada de un padecimiento terminal, que cualquiera de los procedimientos para restaurarla que se emprendan, sólo prolongará su agonía y acelerará el proceso de desintegración de lo mexicano: identidad nacional, cultura, historia patria, valores que contribuyeron a construir la nación.
Todo indica que será el PRI quien tendrá el poder de construir para el futuro y poner orden. La restauración, como el término lo indica, es un regreso, y éste, como lo enseña la historia, es pavimentar el acceso al poder de la extrema derecha. Ya sabrán para qué quieren ganar.
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