Carlos Ramírez / Indicador Político
Las razones del fracaso de cualquier reforma política en la cámara de diputados tiene que ver con el modelo de restauración priísta que prepara el PRI de Enrique Peña Nieto: El regreso al sistema presidencialista estilo Carlos Salinas de 1991, dominador del legislativo.
Hay algunos indicios que exhiben la puesta en marcha del proceso aún antes de saber los resultados electorales del 2012:
1.- El freno a cualquier iniciativa de reforma política en la cámara que amplíe la redistribución del poder con la oposición y cualquier iniciativa para abrir la participación a la sociedad. Por eso el fracaso de las iniciativas de reforma política del presidente Calderón y del senador priísta Manlio Fabio Beltrones.
2.- La iniciativa del grupo legislativo del PRI de Peña Nieto de reformas que tiendan a disminuir la presencia de la oposición vía plurinominales y ampliar el dominio priísta para regresar al esquema en el que el PRI no sólo podía tener la mayoría absoluta de 51% sino inclusive la mayoría calificada de 64% para modificar por sí solo la Constitución. El sentido de la reforma Peña Nieto es el de regresar al modelo de las supermayorías que el pluripartidismo y el sistema de partidos liquidó para quitarle la hegemonía al PRI.
3.- El regreso del sistema neocorporativo como eje de fuerza del sistema presidencialista reloaded --el control social vía organismos de élite sectorial como empresarios, sindicatos y organizaciones de clase media-- con el simbolismo de la alianza del PRI de Peña Nieto con la poderosa estructura corporativa del SNTE de la señora Elba Esther Gordillo. Con este neocorporativismo se reconstruiría de nueva cuenta el PRI de las élites dominantes, a costa de los intereses de las bases de trabajadores. El corporativismo en el PRI nació con el general Lázaro Cárdenas para organizar a las masas en la defensa del proyecto revolucionario, pero el PRI lo convirtió en un modelo de dominación de las masas vía líderes venales simbolizados por Fidel Velázquez; hoy la señora Gordillo se perfila como la Fidel Velázquez del priísmo de Peña Nieto.
4.- El diseño del próximo programa de gobierno por Carlos Salinas de Gortari como una reactivación del proyecto neoliberal globalizador del periodo 1990-1993 que liquidó el modelo social de desarrollo, la planta productiva y el campo. Para poder implementar la segunda fase del neoliberalismo salinista, el próximo presidente de la república por parte del PRI tendría que tener una estructura de poder dominante de la sociedad; Salinas pudo imponer su programa por la restauración del autoritarismo desde la presidencia y por el control social y político del PRI. En este sentido, Salinas, por ejemplo, obligó al PRI a firmar la iniciativa de reforma al 130 constitucional para reconciliar al Estado con la Iglesia sin que la iglesia católica reconociera al Estado laico.
5.- El modelo de Salinas para el PRI 2012-2018 sería el del neoliberalismo-populista, es decir, la reforma del Estado en función del Consenso de Washington con el Pronasol y sus programas asistencialistas que sustituyeron la antigua política social del Estado priísta; en lugar de bienestar, el Pronasol de Salinas --en el que participaron, por ejemplo, el hoy lopezobradorista Rolando Cordera y el escritor Carlos Monsiváis-- le daba a los pobres letrinas y caminos --“Don Pepe, ya tenemos carretera”, sí pero yo no tengo coche--. Para esta nueva fase, el próximo presidente salido del PRI necesita un PRI y un congreso sometido al poder ejecutivo federal.
El principal problema de las propuestas del PRI de Peña Nieto se localiza en la imposibilidad de regresar a las supermayorías --51% y, si se puede, 64%-- para modificar leyes y la Constitución sin alianzas legislativas. Lo malo de este objetivo es que será difícil de construir una supermayoría en un sistema plural de partidos; en la votación de los tres consejeros del IFE el PRI quiso ganar la votación apelando a una supermayoría, pero la alianza PAN-PRD impidió el albazo que quería repetir el elbazo de 2003 cuando la señora Gordillo, entonces priísta, impuso a Luis Carlos Ugalde como consejero presidente. El PRI de 1929-1979 fue el de las supermayorías; la reforma política de López Portillo acotó esas supermayorías con la legalización del Partido Comunista Mexicano.
En la legislatura de 1964, ya con diputados de partido para las minorías, el PRI tenía el 83.3% de los votos de la Cámara y el 100% de las curules en el Senado. Por decisión del electorado constituido como sociedad participativa, el PRI tiene hoy en la cámara de diputados el 47.8% de los sillones, pero el PAN y el PRD suman 42%. Una supermayoría sólo puede construirse entre dos partidos dominantes. Y en el Senado, el PAN es la primera minoría con el 39% de las curules, el PRI la segunda con 25.7% y el PRD la tercera con el 18.7%.
Para construir una nueva supermayoría, el PRI tendría que reducir al PAN o al PRD a una votación legislativa de menos de 5% o reconstruir un México político anterior a la reforma constitucional de 1963 que permitió los diputados de partido en 1964 o reconstituir el modelo autoritario del Salinas que reestructuró al corporativismo para mantenerlo vigente pero con líderes sometidos a su poder político. La verdadera oposición en el país se consolidó en 1979 con los 18 diputados del PCM y los 43 del PAN.
La historia de las supermayorías del PRI es larga: En las elecciones de 1988 --las de Salinas-- el PRI bajó a 52.4% de los sillones en la Cámara, pero luego Salinas reconstruyó la supermayoría en 1991 y subió a 64% de los diputados priístas y en 1997 el PRI perdió las supermayorías con el 47.8% de los legisladores. Estos datos confirman que Salinas está detrás del proyecto de Peña Nieto de regresar a las supermayorías para gobernar sin oposición mayoritaria; Salinas sabe cómo porque para el 2012 se preparan unas elecciones priístas como las de 1991.
Ahí es donde se cocina el regreso de Salinas al poder: 1991 para el 2012.
Las razones del fracaso de cualquier reforma política en la cámara de diputados tiene que ver con el modelo de restauración priísta que prepara el PRI de Enrique Peña Nieto: El regreso al sistema presidencialista estilo Carlos Salinas de 1991, dominador del legislativo.
Hay algunos indicios que exhiben la puesta en marcha del proceso aún antes de saber los resultados electorales del 2012:
1.- El freno a cualquier iniciativa de reforma política en la cámara que amplíe la redistribución del poder con la oposición y cualquier iniciativa para abrir la participación a la sociedad. Por eso el fracaso de las iniciativas de reforma política del presidente Calderón y del senador priísta Manlio Fabio Beltrones.
2.- La iniciativa del grupo legislativo del PRI de Peña Nieto de reformas que tiendan a disminuir la presencia de la oposición vía plurinominales y ampliar el dominio priísta para regresar al esquema en el que el PRI no sólo podía tener la mayoría absoluta de 51% sino inclusive la mayoría calificada de 64% para modificar por sí solo la Constitución. El sentido de la reforma Peña Nieto es el de regresar al modelo de las supermayorías que el pluripartidismo y el sistema de partidos liquidó para quitarle la hegemonía al PRI.
3.- El regreso del sistema neocorporativo como eje de fuerza del sistema presidencialista reloaded --el control social vía organismos de élite sectorial como empresarios, sindicatos y organizaciones de clase media-- con el simbolismo de la alianza del PRI de Peña Nieto con la poderosa estructura corporativa del SNTE de la señora Elba Esther Gordillo. Con este neocorporativismo se reconstruiría de nueva cuenta el PRI de las élites dominantes, a costa de los intereses de las bases de trabajadores. El corporativismo en el PRI nació con el general Lázaro Cárdenas para organizar a las masas en la defensa del proyecto revolucionario, pero el PRI lo convirtió en un modelo de dominación de las masas vía líderes venales simbolizados por Fidel Velázquez; hoy la señora Gordillo se perfila como la Fidel Velázquez del priísmo de Peña Nieto.
4.- El diseño del próximo programa de gobierno por Carlos Salinas de Gortari como una reactivación del proyecto neoliberal globalizador del periodo 1990-1993 que liquidó el modelo social de desarrollo, la planta productiva y el campo. Para poder implementar la segunda fase del neoliberalismo salinista, el próximo presidente de la república por parte del PRI tendría que tener una estructura de poder dominante de la sociedad; Salinas pudo imponer su programa por la restauración del autoritarismo desde la presidencia y por el control social y político del PRI. En este sentido, Salinas, por ejemplo, obligó al PRI a firmar la iniciativa de reforma al 130 constitucional para reconciliar al Estado con la Iglesia sin que la iglesia católica reconociera al Estado laico.
5.- El modelo de Salinas para el PRI 2012-2018 sería el del neoliberalismo-populista, es decir, la reforma del Estado en función del Consenso de Washington con el Pronasol y sus programas asistencialistas que sustituyeron la antigua política social del Estado priísta; en lugar de bienestar, el Pronasol de Salinas --en el que participaron, por ejemplo, el hoy lopezobradorista Rolando Cordera y el escritor Carlos Monsiváis-- le daba a los pobres letrinas y caminos --“Don Pepe, ya tenemos carretera”, sí pero yo no tengo coche--. Para esta nueva fase, el próximo presidente salido del PRI necesita un PRI y un congreso sometido al poder ejecutivo federal.
El principal problema de las propuestas del PRI de Peña Nieto se localiza en la imposibilidad de regresar a las supermayorías --51% y, si se puede, 64%-- para modificar leyes y la Constitución sin alianzas legislativas. Lo malo de este objetivo es que será difícil de construir una supermayoría en un sistema plural de partidos; en la votación de los tres consejeros del IFE el PRI quiso ganar la votación apelando a una supermayoría, pero la alianza PAN-PRD impidió el albazo que quería repetir el elbazo de 2003 cuando la señora Gordillo, entonces priísta, impuso a Luis Carlos Ugalde como consejero presidente. El PRI de 1929-1979 fue el de las supermayorías; la reforma política de López Portillo acotó esas supermayorías con la legalización del Partido Comunista Mexicano.
En la legislatura de 1964, ya con diputados de partido para las minorías, el PRI tenía el 83.3% de los votos de la Cámara y el 100% de las curules en el Senado. Por decisión del electorado constituido como sociedad participativa, el PRI tiene hoy en la cámara de diputados el 47.8% de los sillones, pero el PAN y el PRD suman 42%. Una supermayoría sólo puede construirse entre dos partidos dominantes. Y en el Senado, el PAN es la primera minoría con el 39% de las curules, el PRI la segunda con 25.7% y el PRD la tercera con el 18.7%.
Para construir una nueva supermayoría, el PRI tendría que reducir al PAN o al PRD a una votación legislativa de menos de 5% o reconstruir un México político anterior a la reforma constitucional de 1963 que permitió los diputados de partido en 1964 o reconstituir el modelo autoritario del Salinas que reestructuró al corporativismo para mantenerlo vigente pero con líderes sometidos a su poder político. La verdadera oposición en el país se consolidó en 1979 con los 18 diputados del PCM y los 43 del PAN.
La historia de las supermayorías del PRI es larga: En las elecciones de 1988 --las de Salinas-- el PRI bajó a 52.4% de los sillones en la Cámara, pero luego Salinas reconstruyó la supermayoría en 1991 y subió a 64% de los diputados priístas y en 1997 el PRI perdió las supermayorías con el 47.8% de los legisladores. Estos datos confirman que Salinas está detrás del proyecto de Peña Nieto de regresar a las supermayorías para gobernar sin oposición mayoritaria; Salinas sabe cómo porque para el 2012 se preparan unas elecciones priístas como las de 1991.
Ahí es donde se cocina el regreso de Salinas al poder: 1991 para el 2012.
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