¡Por favor! Marcelo

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Los precandidatos del PAN, todos sin excepción, se conducen sin recato. En cuanto los priistas o los perredistas los tratan como ellos ningunean a los mexicanos, a sus supuestos gobernados, reaccionan sin pudor alguno, como lo hizo Ernesto Cordero cuando Marcelo Ebrard Casaubón dijo que la contienda real, la verdadera y auténtica disputa por los votos está entre Enrique Peña y él; además, se dijo estar listo para el debate.

Al momento de enterarse, el precandidato Cordero pidió al todavía jefe de Gobierno del Distrito Federal, que por favor lo invitara, lo incluyera, no lo hiciese a un lado, en un tono tan patético y lastimero, que transmite a los electores la dimensión que tiene el delfín de Felipe Calderón Hinojosa, pues éste en su momento procedió con habilidad e inteligencia para arrebatar a Vicente Fox esa facultad metaconstitucional del presidente de la República en funciones: nombrar a su sucesor, hacerlo candidato para después sentarlo en la silla del águila.

Pero la actitud de Ernesto Cordero hay que multiplicarla por tres, pues tampoco Josefina Vázquez Mota ni Santiago Creel aportan ideas enriquecedoras o se muestran capaces de determinar la agenda de la sucesión presidencial en lo que a la tan pospuesta transición política se refiere, continúan montados en lo poltronería de dejarse llevar por la inercia de la herencia priista, que para ciertas cosas como la macroeconomía, tenía muy bien ordenado a México, aunque para infortunio del país los factores de la producción hoy son inexistentes, sustituidos de manera desequilibrada por los poderes fácticos.

Bueno, ni siquiera aportan en transparencia, pues ellos debieran ser pauta, marcar el ritmo, crear una página “web” en la cual mostrar procedencia y gastos de su precampaña, porque no es posible creer que se mueven con sus propios recursos y paguen, con la mano en la cintura, tanta publicidad. Pero claro, ¿quién va a exigir cuentas a quienes están en el poder? De allí que la impunidad, que no desaparecerá como por ensalmo ni en su totalidad, sea imposible disminuirla a niveles ínfimos, porque si la cabeza es intocable, lo mismo ocurre con los otros miembros del cuerpo político que guía el curso de la nación, pero que perdió el poder de establecer la ruta y los objetivos al momento de abdicar de la riqueza del Estado.

No debe extrañarse, entonces, que Ernesto Cordero se conduzca como un perdedor inconsciente. Hoy repite la tragedia de Los siete contra Tebas, en la que Esquilo pone en boca del mensajero lo siguiente:

Tales son nuestros goces y miserias:

la ciudad, vencedora, y nuestros príncipes,

los dos caudillos, con el hierro escita

forjado a martillazos, se han partido

todo su patrimonio. Y no más tierra

tendrán que la que ocupen en la tumba,

anegados, en tétrico destino,

según las maldiciones de su padre

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