Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
La Constitución original de 1917 y el PRI fueron concebidos en la idea de preservar y enaltecer el presidencialismo, el del hombre fuerte equiparable al dios secular, con una ventaja inalterable en beneficio de la patria: la fecha de caducidad, primero a cuatro años, y hasta hoy a seis.
El presidente mexicano es todo y es nada, porque la fuente de su poder dimana del incumplimiento del mandato constitucional perfectamente definido en el artículo 87. La “nación” puede y debe cuestionar el resultado de su gestión, contar con la posibilidad legal de removerlo, pero para evitar que eso suceda cultivaron la idea de que la reelección es génesis de dictadura, el pecado original del abuso del poder. Nada más falso.
Dos son las fuentes reales de poder de lo que fue el presidencialismo mexicano: el control absoluto de la hacienda pública, y la posibilidad de decidir quién sí y quién no puede ser diputado, senador, presidente municipal, gobernador. Esas candidaturas, esas nominaciones debieran estar en manos de la sociedad, de los electores. La única manera de entregárselas es con la reelección: si trabajaron bien serán ratificados, de lo contrario nunca regresarán.
Mientras el PRI fue partido único, hacer las listas de los elegidos por los dioses del poder político era tarea de unos cuantos, de los que podían susurrar al oído del señor, o de los que aportaban equilibrio a los factores de la producción. Hoy, en el PAN hacen lo que tradicionalmente hizo el PRI, en el PRD las distribuyen entre las tribus, y en el Revolucionario Institucional esa facultad se divide entre los gobernadores, lo que queda de los líderes sociales y el presidente del partido.
Negar la reelección propuesta en la reforma política es un intento por regresar al presidencialismo fuerte, porque a esos cargos habría que sumar cónsules y embajadores, de directores generales hacia arriba, órganos desconcentrados y el control de los fideicomisos, sin contar la relación con los representantes de los poderes fácticos y, la cereza en el pastel, el control absoluto de la hacienda pública y la imposición filo religiosa e ideológica sobre el Poder Judicial de la Federación, que debiera servir a la sociedad sin descuidar su papel político.
Piensan, quienes reventaron la sesión de la Cámara de Diputados el 25 de octubre, que la sociedad no ha cambiado en 10 años, que quiere regresar al viejo modelo de gobierno, cuyo fracaso colocó a los mexicanos en el peor de los desenlaces, optar por la extrema derecha, y vean dónde los llevó. Continúen torturando al tigre, hasta colocar a Andrés Manuel López Obrador en el lugar al que mueren por regresar, aunque no hay ese riesgo, pues el titiritero le impediría llegar.
La Constitución original de 1917 y el PRI fueron concebidos en la idea de preservar y enaltecer el presidencialismo, el del hombre fuerte equiparable al dios secular, con una ventaja inalterable en beneficio de la patria: la fecha de caducidad, primero a cuatro años, y hasta hoy a seis.
El presidente mexicano es todo y es nada, porque la fuente de su poder dimana del incumplimiento del mandato constitucional perfectamente definido en el artículo 87. La “nación” puede y debe cuestionar el resultado de su gestión, contar con la posibilidad legal de removerlo, pero para evitar que eso suceda cultivaron la idea de que la reelección es génesis de dictadura, el pecado original del abuso del poder. Nada más falso.
Dos son las fuentes reales de poder de lo que fue el presidencialismo mexicano: el control absoluto de la hacienda pública, y la posibilidad de decidir quién sí y quién no puede ser diputado, senador, presidente municipal, gobernador. Esas candidaturas, esas nominaciones debieran estar en manos de la sociedad, de los electores. La única manera de entregárselas es con la reelección: si trabajaron bien serán ratificados, de lo contrario nunca regresarán.
Mientras el PRI fue partido único, hacer las listas de los elegidos por los dioses del poder político era tarea de unos cuantos, de los que podían susurrar al oído del señor, o de los que aportaban equilibrio a los factores de la producción. Hoy, en el PAN hacen lo que tradicionalmente hizo el PRI, en el PRD las distribuyen entre las tribus, y en el Revolucionario Institucional esa facultad se divide entre los gobernadores, lo que queda de los líderes sociales y el presidente del partido.
Negar la reelección propuesta en la reforma política es un intento por regresar al presidencialismo fuerte, porque a esos cargos habría que sumar cónsules y embajadores, de directores generales hacia arriba, órganos desconcentrados y el control de los fideicomisos, sin contar la relación con los representantes de los poderes fácticos y, la cereza en el pastel, el control absoluto de la hacienda pública y la imposición filo religiosa e ideológica sobre el Poder Judicial de la Federación, que debiera servir a la sociedad sin descuidar su papel político.
Piensan, quienes reventaron la sesión de la Cámara de Diputados el 25 de octubre, que la sociedad no ha cambiado en 10 años, que quiere regresar al viejo modelo de gobierno, cuyo fracaso colocó a los mexicanos en el peor de los desenlaces, optar por la extrema derecha, y vean dónde los llevó. Continúen torturando al tigre, hasta colocar a Andrés Manuel López Obrador en el lugar al que mueren por regresar, aunque no hay ese riesgo, pues el titiritero le impediría llegar.
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